¿Puedo escribir sobre la felicidad cuando, hace menos de 15 días, ha fallecido uno de mis tíos más queridos a causa de la pandemia? ¿Pueden hablar de ser felices miles de peruanos que han perdido familiares, amigos, trabajo en el año más duro de nuestra historia reciente? Los especialistas dicen que sí. Y la historia de la humanidad, también.
Que no le suene rara esta afirmación. Los seres humanos —explica María-Paz Sáenz, docente de la carrera de Psicología de la UPC— somos capaces de sentir alegría y tristeza a la vez, de encontrar la felicidad en medio de situaciones difíciles, siempre y cuando no veamos la felicidad como una meta alcanzable solo cuando se cumple una serie de requisitos.
“Por ejemplo, en el caso de la pérdida de un ser querido, es comprensible y sano sentirse triste y darle espacio a la tristeza. Sin embargo, es preciso dar el siguiente paso y agradecer a un Dios, al universo o a la vida por haber tenido a esa persona y haber compartido buenos momentos con ella. ¿Eso va a hacer que mi pena desaparezca? No, pero les va a ceder el paso a otras emociones que pueden hacer que, poco a poco, me reconforte”, añade.
No ayuda, en el caso de la sociedad peruana, el culto a la tragedia y al sufrimiento, a regodearse en el sentimiento de dolor y pérdida. Jorge Yamamoto, investigador y docente de la PUCP, sostiene que este culto es alimentado por los medios de comunicación cuando se lanzan preguntas del tipo “Y usted, ¿qué siente tras la pérdida de su hijo?” y se acompaña de primeras planas llenas de lágrimas, y reportajes televisivos o radiales en los que “los familiares de las víctimas protagonizaron dramáticas escenas de dolor”.
La felicidad en cifras
La ONU realiza, desde 2012, un informe que mide el índice de felicidad en 157 países. Mientras, en 2013, el Perú se ubicaba en el puesto 55, en 2019 bajó al 65. Para realizar este consolidado, la ONU toma en cuenta el PIB per cápita, la esperanza de vida saludable y el apoyo social. De forma más específica, una encuesta de Ipsos de 2019, realizada entre mil personas, dio como resultado que el 58 % de peruanos era feliz.
Una explicación más detallada se puede encontrar en un nuevo libro de la Universidad del Pacífico titulado Los números de la felicidad en dos Perúes. En él, se parte de la premisa de que el crecimiento económico ha sido desigual, por lo que podría intuirse que este no redunda en un aumento de felicidad. Así, el equipo decidió investigar cómo se experimenta la felicidad en los extremos sociales del Perú y qué variables la afectan. Los resultados arrojan diferencias entre las clases más pobres y las más acomodadas.
En el Perú más pobre, los hombres son más felices que las mujeres. Según el coordinador del estudio, el profesor Enrique Vázquez, esto se debe a que a los varones no se les asignan labores caseras.
“Desde una mirada comparada entre los dos Perúes, se puede concluir que los jefes de hogar tanto de distritos pobres como distritos ricos encuentran felicidad en la familia (50 % y 34 %, respectivamente) y el trabajo (17,5 % y 18 %); sin embargo, presentan algunas diferencias en aquello que no los hace felices. Los jefes de hogar de los distritos ricos hacen énfasis en problemas sociales (27 %) y aquellos de los distritos más pobres mencionan las enfermedades (26 %) y la soledad (9 %) como fuente de infelicidad”, indica el estudio. Es curioso que, en el Perú pobre, la felicidad disminuya a partir del quinto hijo —mientras, en el Perú adinerado, esto sucede a partir del tercero— y que el primer hijo brinde mayor nivel de felicidad que en el estrato rico.
Pero, en esta pandemia, ¿qué significa la felicidad? Jorge Yamamoto encontró la respuesta en un estudio realizado en octubre de 2020. Ante la pregunta ¿cuáles son los principales cambios que ha traído la pandemia?, la respuesta espontánea del 25 % de los 540 encuestados fue “el aislamiento”, y el 24 % mencionó la “unión familiar”.
Llenar la cartilla
Alcanzar la felicidad no implica, ya lo dijimos, llenar una cartilla: casa, check; trabajo estable, check; pareja, check; hacer yoga, check... y así. “Cada persona tiene una percepción distinta de la vida y de lo que significa ser feliz. No podemos pretender calzar en molde alguno”, afirma María-Paz Sáenz.
En el libro Happycracia, el psicólogo Edgar Cabanas y la socióloga Eva Illouz señalan que, en el siglo XXI, la felicidad se ha convertido en el producto estrella de una industria global y multimillonaria que incluye productos tales como las terapias positivas, la literatura de autoayuda, las sesiones de coaching, etc. “La felicidad se compone hoy de toda una serie de mercancías emocionales, es decir, servicios, terapias y demás productos que, en nombre de un mayor bienestar psicológico, prometen una mayor autogestión emocional, autenticidad y crecimiento personal”, dice el libro.
Este análisis no pretende desestimar la necesidad de las terapias en busca de lograr la sanidad mental, pero sí criticar la industria que crea modelos imposibles de seguir y que generan frustraciones al tornarse inalcanzables.
Ahora bien —comenta Jorge Yamamoto—, la pandemia puede afectar más a quienes consideran que ser feliz tiene que ver con alcanzar un estado de perfección seguramente imposible en este momento. “Si antes de la pandemia se tenía una actitud más derrotista, es seguro que esta se agudizó durante el confinamiento, a menos que la persona haya buscado ayuda. En cambio, si se tenía una actitud más resiliente, esta se puede haber puesto a prueba en este período, pero lo más seguro es que se haya mantenido”, añade.
En ese sentido, María-Paz Sáenz destaca que todos tenemos la capacidad de ser felices y que no se debe mirar con desdén ni la tristeza ni la posibilidad de pedir ayuda o soporte si es necesario. Y aconseja que, en situaciones difíciles como esta pandemia, hay que ser justos en nuestros balances y, sin negar los pesares, visibilizar las cosas buenas que nos pasan. De ser necesario, ponerles resaltador para recordarlas.
Es decir, no olvidar valorar el lado amable de la vida. Tal vez se lo debemos a los que se fueron.
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