Ennio Morricone, dirigiendo en Roma, en 2006. (Foto: AFP)
Ennio Morricone, dirigiendo en Roma, en 2006. (Foto: AFP)
Katherine Subirana Abanto

Cuando el cine se hizo verbo, las bandas sonoras habitaron entre nosotros. Bueno, no exactamente, pero casi. La primera proyección cinematográfica fue en 1895 y, tras ella, se dio paso al uso de gramófonos en las proyecciones. En el mejor de los casos, incluso podía acompañar la función un pianista o una pequeña banda.

Ennio Morricone, el célebre compositor italiano, falleció esta madrugada a los 91 años

No son pocos los investigadores que señalan que, en dicha época, la música servía para evitar los silencios o el desagradable ruido del proyector; sin embargo, esta no es la única razón. Como señala el investigador español Julio Arce en el artículo “La música y el cine mudo: mitos y realidades”, el cine nació como un espectáculo que se integró en las diversas modalidades de teatro que existían a finales del siglo XIX, y que incluían —todas ellas— música. “El cine se presentó en lugares donde se hacía música; por tanto, fue natural que los músicos acompañaran las películas de la misma manera que acompañaban las funciones líricas, los espectáculos de variedades y de circo, etc. No hubo mucha reflexión estética. Se hizo lo que siempre se había hecho: acompañar la escena con la mejor música —o con la que se tenía más a mano— para transportarnos a un espacio diferente, para romper con el tiempo y, en definitiva, para situarnos en una dimensión imaginaria”, añade.

Sonidos que cambiaron el mundo

Ubicamos en 1908 la creación de la primera banda sonora original de la historia del cine. En esta fecha, dos compositores, Camille Saint-Saëns y Mihail Ippolitov-Ivanov, crearon varias piezas para las películas El asesinato del duque de Guisa y Stenka Razin. Y, aunque desde ese momento se producen cada vez más películas con fondos musicales creados para ellas, los investigadores españoles María del Carmen Aragú y Francisco Miguel Haro ubican en 1915 un punto de inflexión en la creación de la música para el cine con la película El nacimiento de una nación, cuya música fue compuesta por J. K. Briel.

Encontramos otro hito en esta evolución con El cantante de jazz, en 1927, al ser la primera película sonora de Hollywood; no obstante, la profesionalización se verá en todo su esplendor en 1933, cuando el compositor Max Steiner muestre en King Kong lo que logra una partitura original totalmente sincronizada con las imágenes. Por supuesto, desde la época dorada de los musicales en Hollywood en adelante se complejizó la formulación de las bandas sonoras en el cine y así lo demuestra la creación de distintas categorías que la Academia creó para premiar el sonido en el cine en las ceremonias de los Óscar.

La primera ceremonia, realizada en 1929, no reconoció el trabajo de creación sonora, ausencia que se corrigió al año siguiente cuando se creó la categoría de mejor sonido, llamada hoy mejor mezcla de sonido. La primera película en ganar esta categoría fue El presidio. En la ceremonia que premió las películas producidas en 1934, se instauraron las categorías de mejor banda sonora y mejor canción original. En la primera categoría, ganó la película Una noche de amor y el premio se lo llevó el departamento de música de Columbia Pictures y lo recibió Louis Silvers, su director, aunque la música era obra de Victor Schertzinger y Gus Kahn.

Hasta 1937, en esta categoría, el premio lo recibía el departamento de música y no los compositores. En 1938, la estatuilla en el rubro se la llevó Cien hombres y una niña, película cuya musicalización se había realizado con canciones preexistentes, por lo que, desde entonces, se incluyó como requisito que la música fuera creada exclusivamente para el filme. Por ello, En 1973, la Academia excluyó a Nino Rota de la categoría a mejor banda sonora al notar que la música original de El Padrino fue creada a partir de la película italiana Fortunella ( 1958 ).

En el libro Música de cine, el investigador español Conrado Xalabarder escribe: “La música cinematográfica no supone solo la mera aplicación de música en una película, sino que puede participar de modo activo en su dinamización, explicación, ritmo e incluso aportación de elementos nuevos que el filme no dé por sí mismo pero que necesite. Un buen compositor de cine no es el que mejor música escribe, sino el que logra hacer mejor cine con ella. En otras palabras, la mejor música de cine no es la que mejor se escucha, sino la que mejor se ve. Las diferencias de la música cinematográfica con cualquier otro tipo de música (de concierto, por ejemplo) son numerosas, porque presenta unas características únicas. La música escrita para el cine ha debido inventarse a sí misma en un proceso marcado por las pautas impuestas por las propias películas y sus distintas necesidades narrativas. El buen músico cinematográfico debe ser también un buen cineasta, y un cineasta ha de conocer bien los recursos y las posibilidades de la música”.

Play it again, Morricone y Williams

“En el contexto del lenguaje cinematográfico, la música se torna visible y hace que las imágenes canten”, escribía en este suplemento el cineasta Armando Robles Godoy en 1995. Y dos compositores de bandas sonoras que son la viva prueba de ello son Ennio Morricone (Roma, 1928) y John Williams (Nueva York, 1932), reconocidos con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020.

Ambos compositores tuvieron padres músicos y demostraron talento para este arte desde niños, por lo que pasaron por escuelas de música desde temprano. Morricone fue un niño prodigio: toca la trompeta desde niño y a los seis años ya había compuesto su primera obra. Williams empezó a tocar el piano a los siete años y nunca más se alejó de la música. Cuando fue reclutado por el Ejército, arregló y dirigió música para la banda de la fuerza aérea.

Para reconocer el justo valor de ambos creadores de magia: ¿Se imagina una melodía más perfecta para la escena final de Cinema Paradiso ( Giuseppe Tornatore, 1988 ) que la melancólica tonada que compuso Morricone? La vida es otra después de ver/escuchar/disfrutar esa secuencia de besos censurados. Así también a Morricone le debemos la composición que pasó a la posteridad acompañando a la imagen del western: la banda sonora de El bueno, el malo y el feo ( Sergio Leone, 1966 ). Lo sentimos, John Wayne, gracias a esa melodía, la imagen de Clint Eastwood fue más.

Por su lado, Williams es el genio de la musicalización de la cultura pop. ¿Tendría la misma emoción ver cabalgar a Indiana Jones sin la “Marcha de Raiders” de fondo? ¿No es acaso la marcha imperial que acompaña las apariciones de Darth Vader el mejor sonido para presentar el lado oscuro? ¿Se imagina otra tonada para graficar el peligro inminente que la música de Tiburón?

Morricone le puso música a La misión ( 1986 ), Los intocables ( 1987 ), Érase una vez en América ( 1985 ) y más. John Williams, a Jurassic Park ( 1993 ), Harry Potter y la piedra filosofal ( 2001 ), E. T. ( 1983 ), y muchas otras. Cualquier reconocimiento a ambos genios es válido y necesario. Que Williams acumule 52 nominaciones y cinco estatuillas de la Academia frente a seis nominaciones y dos premios de Morricone —uno honorífico que recibió en 2006 y otro gracias a su trabajo en la película Los ocho más odiados ( 2016 )—, no habla del valor de uno sobre otro. No es que Williams merezca menos; es que Morricone merece mucho más.

(*) Este texto fue publicado originalmente el 27 de junio del 2020 en la web de El Dominical.

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