Padre, ¿qué es la democracia? —le pregunta un niño a su padre.
—Pues no creas que yo lo entiendo muy bien... —le responde el padre—. Como cualquier otra clase de gobierno, tiene algo que ver con que los jóvenes se maten unos a otros, me parece.
—¿Y por qué no se matan los viejos?
—Porque los viejos tienen que mantener el fuego en sus hogares.
—¿Y eso no lo pueden hacer los jóvenes?
—Los jóvenes no tienen hogares, por eso van a matarse unos a otros.
—Cuando me toque el turno a mí, ¿querrás que me vaya?
—Por la democracia, todo hombre debe entregar a su único hijo.
En algunas circunstancias podríamos decir que este diálogo pertenece a la fantasía. En otras tantas podríamos decir, también, que pertenece a la realidad: no por ser la conversación de una película deja de ser la vida misma, certera y despiadada.
Pero, además de ser película, es un sueño dentro de una película dentro de un libro dentro de un guion dentro de un guionista.
El niño es Joe Bonham conversando con su padre antes de ir a la guerra. O, mejor dicho, es el recuerdo de Joe tras la guerra: ahora yace en la cama de un oscuro hospital, tras sobrevivir a una explosión, pero sin brazos, ni piernas, ni la capacidad de ver, oír o hablar. Sin embargo, siente, y sueña, y recuerda… y se debate entre su deseo de morir y el de ser exhibido en público para mostrar que la crueldad de la guerra está presente ahí donde sus miembros, sus oídos o su voz ya no están. La película es uno de los más grandes alegatos antibélicos que nos ha heredado el cine contemporáneo: "Johnny tomó su fusil", de 1971, cuya referencia más actual sea el video del tema “One”, de Metallica, que utiliza imágenes del filme. Su director y guionista —además de autor de la novela en la que se basa la cinta—, Dalton Trumbo, no hablaba solo de las angustias de un personaje absolutamente indefenso: de algún modo hablaba también de todos nosotros. Y de sí mismo. Tras ser considerado uno de los guionistas más respetados de Hollywood en los años cuarenta, la implacable “caza de brujas” emprendida por el senador Joseph McCarthy y un grupo de oscuros personajes no solo frenó su ascendente carrera en la meca del cine, enlodando su reputación y dejándolo mucho tiempo sin trabajo —y sin opciones de conseguirlo—, sino que, además, le costó la cárcel a él y a otros nueve compañeros de la industria, a quienes la firmeza idealista condujo a la ruina profesional y al desprecio de sus colegas. Y es que, en aquellos años, en Estados Unidos, tener ideas de izquierda era casi como sufrir alguna enfermedad contagiosa: el portador se convertía, inmediatamente, en un apestado social. Para gente como el senador McCarthy o J. Parnell Thomas, presidente del Comité de Actividades Antiamericanas, no había tratamiento posible al comunismo. El único paliativo para su paranoia era someter a los acusados al escarnio público.
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Casi 70 años después de iniciada esta especie de moderna inquisición, el director Jay Roach decidió llevar la historia al cine.O, mejor dicho, devolverla a su lugar en el filme "Trumbo", recientemente estrenado en Estados Unidos. En su película más seria hasta la fecha —antes ha dirigido la saga de Austin Powers y otras comedias como "Meet the Parents" o "Meet the Fockers"—, Roach se atreve a contar la historia de Dalton Trumbo, la persecución macartista a los sospechosos de comunismo (y, por ello, “antiamericanos”) y el drama de los llamados “Diez de Hollywood”, el grupo de guionistas, productores y profesionales del cine que acudió a los interrogatorios del mencionado de Comité de Actividades Antiamericanas que buscaba “proteger” a Hollywood, y con ello a su país, de la infiltración de elementos de izquierda que pudieran usar el cine como propaganda de un supuesto mensaje prosoviético. La guerra fría acentuaba esta locura. Aquellos diez acudieron, sí, pero se negaron a responder si eran comunistas y a traicionar a sus compañeros que sí —o que también— lo eran. Ellos se distinguieron entonces de aquellos otros, como el director Elia Kazán, que salvaron el cuero señalando a sus excompañeros del Partido Comunista. En la batalla del miedo, la victoria fue solo de la infamia.
Aunque los interrogatorios se iniciaron en 1947, tocar este tema sigue moviendo el cuchillo en las heridas históricas del mayor imperio mundial de la cinematografía.
Bryan Cranston, protagonista de ese clásico contemporáneo llamado Breaking Bad, es el encargado de ponerse bajo la piel de Trumbo, quien fuera guionista de películas memorables como "Espartaco" o "Papillon". Y todo parece indicar que Cranston lo ha hecho muy bien: acaba de ser nominado al Globo de Oro a mejor actor principal.
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J. Parnell Thomas: —¿Es usted o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?
Dalton Trumbo: —Creo que tengo derecho a que se me muestren pruebas que apoyen esa pregunta. Me gustaría ver lo que tienen.
J. P. T.: —Oh. Bien, podrá hacerlo.
D. T.: —Sí.
J. P. T.: —Bien, podrá usted hacerlo, muy pronto [risas y aplausos del público presente en la sala. Parnell aporrea el mazo]. El testigo puede retirarse. Imposible.
D. T.: —Este es el principio…
J. P. T.: [aporreando el mazo] —¡Un momento!
D. T.: —… de un campo de concentración americano.
J. P. T.: —¡Estas son las típicas tácticas comunistas! ¡Estas son las típicas tácticas comunistas! [aporreando el mazo. Aplausos].
Este acalorado diálogo sucedió a fines de octubre de 1947, cuando Trumbo acudió a declarar al comité de Parnell Thomas, que aplicaba las mismas tácticas macartistas de intimidación y de denuncias sin pruebas. Este quiso acorralar al guionista, y Trumbo no lo permitió. En aquel momento, Trumbo estaba por cumplir 42 años, había sido nominado al Óscar (por el guion de "Kitty Foyle", en 1940), era respetado y había
logrado una sólida posición económica.
“No creo que estés dispuesto a perder esto solo por hacer lo correcto”, le dice alguien a Trumbo en el filme. Y fue a la cárcel casi un año bajo el cargo de “desacato a la autoridad del Congreso”. A su lado, también lo hicieron otros nueve: Alvah Bessie, novelista, periodista y guionista que participó como voluntario contra los franquistas en la Guerra Civil española (de hecho, su vida es el eje del documental "Hollywood contra Franco"); Herbert Biberman, guionista y director del representativo filme "La sal de la tierra", que le costó también a su protagonista, Rosaura Revueltas, pasar a la lista negra de Hollywood; Lester Cole, guionista; Ring Lardner Jr., periodista y uno de los guionistas mejor pagados, y ganador de un Óscar en 1942 por "La mujer del año" (lo volvería a ganar en 1970 por "MASH"); John Howard Lawson, escritor nominado al Óscar; Albert Maltz, guionista también nominado al Óscar; Samuel Ornitz, guionista y escritor; Adrian Scott, guionista y productor; y, en un inicio, también el director Edward Dmytryk. Sin embargo, intimidado por las consecuencias, pronto Dmytryk confesó su filiación comunista y entregó una lista de 26 personas de la industria vinculadas a esa ideología, convirtiéndose en un traidor, como Elia Kazan —a quien más de 50 años después, cuando recibió un Óscar honorario en 1999, muchos seguían sin perdonarle la delación y lo abuchearon en plena ceremonia o, sencillamente, ni se pararon ni aplaudieron—. “Kazan dañó la industria del cine. Hizo todo más difícil para todos. Perdónenlo, está bien, pero no lo premien”, comentó en aquel momento el guionista Walter Bernstein.
Hoy, a sus 96 años, Bernstein es el último sobreviviente de la lista negra de Hollywood. Porque, claro, no solo sufrieron con aquel clima restrictivo los diez mencionados. También lo sufrieron otros como Bertolt Brecht, Dashiell Hammett, Charles Chaplin o el actor John Garfield, quien falleció de problemas cardíacos poco después de sufrir el acoso del nefasto comité. Lo padecieron también todos aquellos que, de uno u otro modo, fueron sospechosos de ser, parecer o proteger comunistas. La lista negra no era un papel pegado en la puerta de entrada de ningún estudio: era un silencio tácito y cómplice de ese modo de fascismo que le negó el trabajo a decenas de personas. Muchos de ellos jamás pudieron recuperar sus carreras, pese a que entonces un llamado Comité de la Primera Enmienda —integrado por personalidades del cine como Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster y Orson Welles— abogara por los derechos civiles de los acusados.
En aquel momento, la persecución de comunistas al estilo McCarthy empezaba a trascender del publicitario mundo cinematográfico hacia otras esferas: medios de comunicación, militares e, incluso, funcionarios del mismo gobierno resultaban sospechosos de comunismo. Aunque después de algunos años muchos se hartaron de sus métodos y tanto él como Parnell Thomas pasaron al ostracismo —este último, incluso, a la cárcel por una denuncia de corrupción. Irónicamente, allí se encontraría con Lester Cole y Ring Lardner Jr.—, no está demás hacerse la pregunta: ¿si hoy existiesen listas negras, qué sucedería? Los nombres de sus integrantes variarían como varía la historia: todo dependería de quiénes las escriban. En aquellos años, Harry S. Truman permitía los abusos. ¿Los permitiría, por ejemplo, Donald Trump, de salir elegido presidente de los Estados Unidos? Lamentablemente, la respuesta se cae de madura.
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Tras salir de la cárcel, Trumbo atravesó años realmente difíciles en los que se exilió en México, tuvo dificultades para mantener a su familia y entregó guiones con 13 seudónimos distintos. Pero el tiempo lo reivindicó: se oficializaron a su nombre los premios Óscar ganados cuando estaba prohibido darle trabajo en Hollywood —por los guiones de "Vacaciones en Roma" (1953) y "El bravo" (1956), firmados con alias—, además de obtener el gran premio del jurado en el Festival de Cannes de 1971 por "Johnny tomó su fusil". Su historia, la de los Diez de Hollywood y las listas negras nos dejan claro que, en tiempos de sospecha, decir la verdad puede ser el delito más imperdonable.