Es fácil y tentador imaginarse a Georges Perec tramando uno de sus tantos artefactos literarios mientras se estrujaba la espesa y peculiar barba que le adornaba el rostro. Con esa apariencia a medio camino entre el científico loco y el brujo esotérico, el autor francés fue construyendo una de las obras más peculiares e insólitas del siglo XX por su alto grado de experimentación formal. Eso es, al menos, lo primero que salta a la vista. Véase por ejemplo su extraordinario relato “Le grand palindrome”, de casi 1.200 palabras de extensión y que puede leerse igual de atrás para adelante: uno de los palíndromos más largos que se conozca. O su larga pertenencia al grupo Oulipo, un movimiento fundado por el patafísico Raymond Queneau, que tenía como obsesión crear obras literarias de una complejidad laberíntica más parecida a las ecuaciones. No por nada este extraño club ha estado casi siempre integrado por escritores y matemáticos. Es, digamos, gente a la que le gusta meterse en problemas.
Pero sería un error ver a Perec solo como un extravagante malabarista de las palabras. Toda la pirotecnia lingüística que empleaba le permitía desarrollar historias narradas con un nervio superior, que tranquilamente puede inscribirse en la mejor tradición novelística francesa. “Siempre he trabajado y continúo trabajando con ayuda de estas técnicas”, dijo poco tiempo antes de su prematura muerte. Y esa destreza rompía esquemas: era un escritor de carrera que también se ganaba la vida elaborando crucigramas para revistas. Un virtuoso de la palabra en el sentido más amplio.
Un libro, mil vidas
Existe un consenso en calificar a "La vida: instrucciones de uso" como la mejor novela de Perec. Es un consenso irrefutable, a decir verdad. Una obra inmensa y sumamente ambiciosa que, partiendo desde las peripecias de un pintor que recorre el mundo, se atreve a ilustrar una multiplicidad de vidas, con cientos de personajes que van apareciendo, desapareciendo y volviendo a aparecer capítulo a capítulo. Perec posa la mirada en los personajes que viven en un edificio, en los que vivieron antes en el mismo edificio, en los familiares lejanos de algunos de sus ocupantes y hasta del protagonista de algún retrato colgado en la más oscura de las habitaciones.
Esa serie de tableaux vivants conforma un cosmos enormemente humano, repleto de historias emocionantes, muchas de ellas hermosas, otras tantas dolorosas, pero todas deslumbrantes, y con esa especial característica de poder ser redescubiertas en sucesivas y repetidas lecturas, como ocurre con los mejores libros. Cuando uno termina de leer La vida: instrucciones de uso, puede luego repasarla con un recorrido por su índice temático o de personajes en el orden que más plazca. Hacerlo siempre será un renovado placer.
El epígrafe colocado en el último capítulo del libro, “Busco a un tiempo lo eterno y lo efímero”, sintetiza la doble virtud de Perec: es en el francés original una frase escrita solo con la vocal e (“Je cherche en même temps l’éternel et l’éphémère”, tomada además de su novela "Les revenentes", toda ella escrita solo con la e) y captura la esencia de "La vida: instrucciones de uso": el equilibrio de la totalidad y el detalle.
Mil libros, la muerte
Un libro mucho menos conocido de Perec —injustamente, por cierto— es "53 días", su última y póstuma novela. Planteada como una historia de suspenso, o como una parodia exageradamente intrincada de las populares historias de suspenso, 53 días cuenta la historia de un libro inconcluso... y paradójicamente quedó también inconclusa debido a la muerte de Perec en 1982, a cuatro días de cumplir 46 años.
¿Será posible que el autor, ya diagnosticado con un cáncer avanzado, haya decidido dejar adrede un libro incompleto sobre otro libro incompleto? Se puede especular mucho, pero no hay evidencias claras. Lo cierto es que la segunda mitad de esta obra está conformada por apuntes, subrayados, esquemas, dibujos, y todo el armatoste de lo que es la primera parte y lo que debió ser la novela completa. Su lectura es desafiante y misteriosa, pero además confirma la maestría de Perec para crear estructuras complejas, como los rompecabezas que tanto lo apasionaban. "53 días" puede leerse como un palimpsesto de escritos antiguos y ocultos, como una matrioska rusa hecha de libros y sorpresas, y repleta de referencias, guiños y tributos a diversos autores.
Para entender cabalmente el universo Perec hay que prestarle atención también a su afán clasificatorio y caleidoscópico, que tal vez provenga de sus años como bibliotecario en un centro de investigación neurofisiológica —aunque él confesara haber escrito "La vida: instrucciones de uso" robándole horas a su trabajo de oficina—. En "Pensar/clasificar", por ejemplo, parecen reunirse solo maniáticas listas —“modos de ordenar los libros”, “objetos que ocupan mi mesa de trabajo”—, pero, como él mismo confesó en cierta ocasión, en esos esbozos obsesivos se escondían alegrías contradictorias: el afán de “incluirlo todo” y a la vez la posibilidad de “olvidar algo”. Quizá habría que inclinarse más por la segunda opción para abrazar todo lo que Perec no reveló, pero dejó abierto a la imaginación del más lúdico y arriesgado lector.