Interiores y exteriores. Día y noche
Un adolescente, esmirriado y tembloroso, registra con su cámara a una amiga que está poseída por un espíritu diabólico. Por su boca chorrea espuma hasta el suelo lustroso de una residencia sanisidrina. La madre del chico corre desesperada hasta la puerta principal. Pero, cuando la abre, está ante la peor de sus pesadillas: se encuentra ante un campo en medio de la noche. También hay una llama, que va mutando en un horrendo ser de mirada espectral. La mujer se desmaya. A los pocos segundos, un silbido la despierta pero en otro estado de sueño, y se ve a sí misma en la selva, mientras una oscura criatura de uñas largas y ojos luminosos la acecha.
Si mezcláramos escenas de distintas películas de terror peruanas, ambientadas en la costa, la sierra y la selva, tendríamos un entretenido mash-up que una las convenciones norteamericanas del género y las tradiciones orales de nuestro país. Y es que es difícil encontrar una película de terror ‘mala’. Es decir, podemos estar ante una cinta mal narrada, mal actuada, mal escrita, pero, a pesar de su incorrección, puede ser altamente disfrutable. Muchos críticos de cine no tienen problemas con ver filmes ‘malos’ en los que deambulen fantasmas, caminen monstruos o vuelen vampiros. Y ese goce con el terror ‘malo’ no necesariamente tiene que ver con vacilarse con lo postizo, lo artificioso, lo camp en una puesta en escena, sino con la propia naturaleza de este tipo de cine.
El terror es el género que encarna con mayor intensidad la vida y la muerte, y viaja entre esos dos extremos de la humanidad como si nos invitara a subir en un pequeño cochecito de montaña rusa que parece estar a punto de estrellarse contra la tierra, no sin antes desplazarnos en los rieles por la casa de los locos del parque de diversiones, con espejos que deforman nuestro reflejo cinéfilo. Porque los personajes de estas películas, como todo amante del cine, viven apasionados por ver: el Norman Bates de "Psicosis" (1960), el Mark Lewis de "Tres rostros para el miedo" (1960), el chupasangre interpretado por Christopher Lee en "Drácula, príncipe de las tinieblas" (1966), o el Michael Myers de "Halloween" (1978) lo hacen desde la cerradura de una puerta, el lente de una cámara o una ventana, así como nosotros lo hacemos desde nuestras butacas en una sala de cine.
Este género nos hace vivir lo tanático para refugiarnos de lo tanático de la vida. Y es en ese valor que reside lo esencial del goce por el horror. Ya hace algunos años una investigación de Eduardo Andrade (Universidad de California) y Joel B. Cohen (Universidad de Florida) señaló que este tipo de películas hace que los fans sientan emociones positivas y negativas a la vez, que experimenten placer mientras están presos del miedo que los hace brincar en sus asientos.
El tenebroso magnetismo del cine de terror está en cómo fusiona el placer y el miedo, en el oscuro matrimonio de dos emociones antagónicas y potentes. Y esas contradicciones también explican el por qué una película ‘mala’ de este género puede resultar ‘buena’. Eso nos lleva a reflexionar sobre su práctica en nuestro país. Porque en el Perú, desde los tiempos de "Boda diabólica" (1974) hasta los actuales de "Secreto Matusita" (2014) no ha surgido LA película de terror peruana. No hay aún en nuestro país un equivalente de lo que es en México "El vampiro" (1957), de Fernando Méndez; El despertar de la bestia (1970), de José Mojica Marins en Brasil; u "Obras maestras del terror" (1960), de Enrique Carreras en Argentina.
Exteriores. Cine Municipal de Huamanga. Tarde
Las películas de terror realizadas hasta hoy en nuestro país son imperfectas, irregulares, a veces hasta ingenuas. Sin embargo, podemos encontrar en muchas de ellas algunos de los pasajes más alucinantes de nuestra cinematografía. Las que más han sorprendido son las del llamado cine regional, que si bien empezó a asentarse con fuerza a mediados de los noventa, empezó a tomar cuerpo, en cuanto al horror, a inicios de este siglo con títulos como "Jarjacha, el demonio del incesto" (2002),
de Mélinton Eusebio.
Si el miedo en cintas como "Scream" (1996) o "Actividad paranormal" (2007) se crea al interior de espacios urbanos y residenciales, el de Jarjacha se da en la inmensidad del campo, rememorando la tradición de cierto cine de horror japonés, que va desde "Onibaba" (1964), de Kaneto Shindo; hasta "Kakashi" (2001), de Norio Tsuruta. La aparición del Jarjacha, que es alguien que recibe una maldición por haber cometido incesto (se convierte en llama y busca succionar algún alma para liberarse de su monstruosa condición), cumple la misma función ajusticiadora de otros espantajos del cine internacional, como Freddy Krueger o Jason Voorhees, quienes, en el fondo, castigan a muchachos por estar teniendo relaciones sexuales o drogándose en lugar de hacer la tarea.
Así como en su momento aparecieron versiones humorísticas de los asesinos de "Pesadilla en la calle Elm" o "Viernes 13", lo mismo ha ocurrido con muchos de estos personajes nacidos de nuestra tradición oral. Tal es el caso de "Supay, el hijo del condenado" (2010), de Miler Eusebio (primo de Mélinton), una de las películas peruanas más divertidas de esta década. Posee un humor desfachatado e infantil. Tiene unas escenas violentas, de aire inquisitorial, pero la manera en que retrata a su personaje principal, un niño, es muy juguetona, sea que se encuentre en posición voyerista o que se le vea meando de forma explícita, en un encuadre cercano. Cuenta la leyenda que en el cine municipal de Huamanga la cola parecía infinita, hasta el punto que el tumulto, ansioso por ver el largometraje, derribó las puertas coloniales del recinto. El realizador tuvo que pagar las reparaciones. Otro ejemplo es "La casa embrujada", grabada en el 2007 por el juliaqueño Joseph Lora, que tiene el orgullo de contar con algunas de las secuencias más delirantes de nuestra filmografía, como aquella en la que la cabeza de una mujer se desprende de su cuerpo y viaja velozmente por la calle, hasta encontrarse con otras, con las que mantiene una extraña conversación.
Interiores. Multisala limeña. Noche
Si hay que reconocer una segunda etapa importante en el boom del cine de terror peruano de este nuevo siglo es aquella que arranca en el 2013 con el ingreso de "Cementerio general" a las multisalas. Su éxito fue tal que a la fecha es la quinta película más taquillera de la historia del cine peruano: llegó a invocar a más de 700.000 espíritus ávidos por ver una historia de ouija y posesiones diabólicas. El suceso de este largometraje trajo consigo la aparición de nuevas cintas del mismo género, que buscaron acercarse a las impresionantes cifras de asistencia de aquel largometraje.
En su libro "Shock value", John Waters distingue entre el “buen mal gusto” y el “mal mal gusto”. Si el primero está dotado de estilo, el segundo no. Esa clasificación del realizador de "Pink Flamingos" nos podría ser útil para hacer una división entre el tipo de cintas peruanas que llegan a cartelera en esta década y que lucen ese típico “mal gusto” del terror, que expone sin pudor la sangre, el sudor y las vísceras. "Cementerio general" de Dorian Fernández-Moris y "La entidad", estrenada este año por Eduardo Schuldt, a pesar de sus actuaciones desiguales, de sus personajes estereotipados y de sus limitaciones narrativas, son películas en las que uno nota el entusiasmo de los realizadores por explotar las posibilidades del recurso del found footage simulado.
"Cementerio general" funciona cuando juega a la sugerencia, a no mostrar, a crear tensión con el fuera de campo. Lo mejor son sus imágenes borrosas, agitadas, temblorosas, mientras se ve a adolescentes correr y enfrentarse al cuerpo deforme, babeante y poseído de una niña que deambula entre los vivos y los muertos. Por cierto, típico también del género, anuncia segunda parte para octubre próximo. "La entidad", por su parte, revela a un director que sigue jugando, en medio de las limitaciones, con los efectos especiales, tal como lo hizo en sus anteriores cintas infantiles de animación, solo que esta vez para dar vida a un fantasma cadavérico, repulsivo y cómico a la vez.
"La cara del diablo" (2014) o la reciente "Poseídas" son, por el contrario, cintas de “mal mal gusto”. Una porque mezcla sin ganas y de la forma más pacata la figura selvática del Tunche con los clichés de las slasher movies; la otra porque es una historia de posesiones contada sin mayor conocimiento de la narrativa del género.
Pero más allá del “mal gusto”, el teaser de No estamos solos, de Daniel Rodríguez Risco, promete un filme que nuevamente expone la afición de su director por anticuados espacios, adornados por objetos tan viejos como amenazantes, tal como lo demostró en la interesante "El vientre" (2014). El cineasta, que se confesó inspirado en "El exorcista" y "El conjuro" para la realización de su nueva cinta, afirma que el terror aún no ha sido tratado en nuestro cine con el nivel de calidad que amerita. Si él logra hacernos sentir en la sala de cine como al interior de una casa encantada, podría ser la primera película peruana del género caracterizada por el “buen buen gusto”.
Por lo demás, queda claro que el cine de espanto goza de buena salud en nuestro medio.