Si lo pensamos bien, todo es breve. Qué chico es el mundo, solemos decir cuando nos damos cuenta de lo cerca que estamos unos de otros. Y siempre nos quejamos, sobre todo ante el inminente final, de que la vida nos queda corta. Carpe diem, dicen por eso.
También por esa razón, cuando hablamos de microficción, quizá no sea del todo justo destacar su brevedad, porque la brevedad es engañosa. ¿Cuánto es el máximo de palabras que componen un microrrelato? ¿10, 20? ¿O un poco más, 50, 200, 1.000? No se han definido sus límites porque en su imprecisión está su riqueza. Por eso, más que hablar de brevedad, deberíamos hablar de concisión. En lo conciso está el éxito de este tipo de relatos.
El concurso Historias Mínimas, organizado por El Dominical de El Comercio, ha ceñido los límites por cuestiones prácticas: 50 palabras como máximo por relato. Pero más allá del cálculo aritmético, se premiará la habilidad para conjugar narrativa, creatividad, estilo y la ya mencionada concisión, entre otros atributos. Para tratar de aproximarnos a la alquimia de un microrrelato redondo, consultamos a uno de los jurados del certamen y a un autor premiado.
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— Luces El Comercio (@Luces_ECpe) 15 de noviembre de 2016
—Frasco pequeño—
“Me interesa la concisión inteligente: que el texto sea breve sin quedarse corto”, dice el escritor Renato Cisneros, uno de los integrantes del jurado de Historias Mínimas junto a Alonso Cueto, Ricardo Sumalavia, Jaime Bedoya y Carlo Reyes. “Otros atributos claves son la singularidad de su estructura y la eficacia de su sorpresa. Y que se lea de golpe”, agrega.
Cisneros considera, además, que el género del microrrelato no tiene nada que envidiarle a la novela o a la poesía –géneros que él cultiva–: “Su extensión y asociación reciente con Internet hacen pensar que se trata de un género menor, pero no creo tal cosa. Tiene historia, antecedentes, cultores prestigiosos y, como vemos, genera discusión crítica. Posee todos los condimentos para subsistir”, apunta.
—Trago corto —
“Y cuando por fin cayeron los muros, el ejército invasor reconoció a sus vecinos y amigos, novias y hermanas, todos atrincherados en sus casas, en los mercados, tras las bancas de los parques, por lo que se emitió la orden de no tener clemencia”. Esta es la microficción, sin título, con la que Eduardo Izaguirre ganó el concurso del último Festival de la Palabra de la PUCP. Él es publicista de profesión, pero escritor aficionado desde hace muchos años.
“Escribir microrrelatos es algo relativamente reciente para mí –explica Izaguirre–. Me di cuenta de que, quizá por ansiedad o algo parecido, tenía ideas narrativas que me costaba extender. Además, suelo escribir estos textos cortos y publicarlos en Facebook”. ¿Y cuál es el principal atributo de un relato como este? A su entender, la sorpresa: que en pocas palabras logre dejar perplejo al lector.
No es difícil participar (y hay premios de 3.000, 1.500 y 500 dólares). Basta una buena idea corta y tener las ganas. Si duda, sea como Augusto Monterroso, que en uno de sus mejores microcuentos indicó: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”.
MÁS INFORMACIÓN
Historias Mínimas
Inscripciones: hasta el viernes 18 de noviembre.
Complete el formulario y envíe su microficción aquí.
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