"A la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”, escribe en noviembre de 1895 —un año antes de su muerte— el químico (pero, sobre todo, empresario) Alfred Nobel, afortunado gracias a la creación y comercialización de la dinamita desde 1867. Solo vivía uno de sus tres hermanos, Robert. Su hermano menor, Emil, murió en 1864, en la explosión de una de sus primeras fábricas. En ese entonces, Alfred intentaba comercializar la nitroglicerina como explosivo, pero era demasiado inestable. Su otro hermano, Ludwig, falleció en 1888 durante un viaje a Francia. Un periódico local lo confundió con Alfred. “El mercader de la muerte ha muerto”, rezaba el titular; y en la bajada: “Alfred Nobel, quien se volvió rico encontrando formas de matar a más gente más rápido que nunca, murió ayer”.
“[El premio] para los partidarios de la paz será elegido por un comité de cinco personas elegido por la Gran Asamblea Noruega”, agregó, angustiado por cómo pasaría a la historia. A partir de 1900 la Fundación Nobel se encarga de realizar su última voluntad, supervisando la elección del Comité Noruego del Nobel por el Parlamento noruego. Sin embargo, la elección de los miembros del comité y las muy imprecisas directrices que deja el testamento han dado lugar a toda una historia de polémicas.
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Si bien la crítica del Premio Nobel de la Paz como instrumento político es común, no puede haber detrás de las elecciones una agenda política sólida, debido a la naturaleza cambiante del comité. Así, es posible que una misma institución otorgue el 2009 el premio a un recientemente electo Barack Obama, y que en el 2010 el chino Liu Xiaobo, encarcelado por oponerse al régimen del partido único, sea galardonado sin poder recibir el premio, tras más de 20 años de movilización política.
La elección de Obama no fue para evitar declarar el premio desierto. El testamento de Nobel contempla esa posibilidad, y el comité lo ha hecho en diversas ocasiones, no solo en los períodos de guerra mundial. Por ejemplo, en 1948, el premio se declaró desierto “por no haber ningún candidato adecuado que esté vivo”. Se piensa que fue un gesto apologético: ese año murió Mahatma Gandhi, nominado más de cinco veces, pero nunca ganador. “La más grande omisión en nuestra historia”, dijo en el 2006 Geir Lundestad, director del Instituto Noruego del Nobel.
Sin embargo, sí se condecoró, en 1989, a un líder espiritual que se vale de la resistencia pacífica: el actual Dalai Lama ganó el Nobel por su lucha por la liberación del Tíbet, para descontento del gobierno chino. Tanto este episodio como la elección de Liu Xiaobo llevaron a China a crear su propio ‘Nobel’ el 2010: el Premio Confucio de la Paz.
Juan Manuel Santos, el ganador de este año, tampoco ha estado libre de polémica: Colombia le dijo “no” a las negociaciones con las FARC en el plebiscito general. No es la primera vez que se premian intenciones: en 1994 el galardón fue compartido por Yasir Arafat —presidente de la Autoridad Nacional Palestina—, Shimon Peres e Yitzhak Rabin (ambos, en sucesión, ejercieron de primer ministro de Israel). Las negociaciones de paz, que implicaban que Israel cediera territorios a Palestina. La entrega fue percibida como ilegítima por quienes tildaban a Arafat de terrorista.
“Esos sentimentalismos burgueses no son para mí”. Con esas palabras, lê Ðúc Tho, líder vietnamita, fue el único en renunciar al premio en 1973. Lo debía recibir junto a nada menos que Henry Kissinger, el secretario de Estado que orquestó la intervención norteamericana en Vietnam. El motivo era, nuevamente, una paz trunca: el acuerdo de París de 1973, que no se haría efectivo. Kissinger aceptó el premio, pero no asistió a la ceremonia por temor a los grupos de protesta.
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Ahí no se agotan las polémicas que han teñido el Nobel: el premio en 1935 a Carl von Ossietzky, un pacifista alemán condenado por el Tercer Reich por alta traición; el premio de 1992 a Rigoberta Menchú, activista por los derechos de los pueblos indígenas (algunas de sus memorias resultaron ser ficcionadas), entre otros. Aún así, no olvidemos aquellos premios que visibilizan el trabajo de personas como Jody Williams, quien ganó en 1997 por su trabajo para la prohibición del uso de minas antipersonales; o que celebran negociaciones de paz exitosas, como el Cuarteto para Diálogo Nacional Tunecino, conjunto de organizaciones civiles que supervisó el tránsito de Túnez hacia la democracia, condecorado el año pasado. Tanto Williams como Ahmed Galai, miembro del Cuarteto, estarán presentes en el Hay Festival Arequipa, que se celebrará del 8 al 11 de diciembre. Tal vez ellos nos aclaren qué significa “trabajar por la fraternidad entre naciones”.