La procesión del Cristo resucitado, uno de los momentos cumbres de la creencia cristiana durante la Semana Santa ayacuchana.
La procesión del Cristo resucitado, uno de los momentos cumbres de la creencia cristiana durante la Semana Santa ayacuchana.

Por: Franklin Ibáñez
El filósofo y matemático Blaise Pascal (1623-1662), en una etapa mística de su vida, concentró sus esfuerzos en la búsqueda de Dios. Si bien sabía que jamás obtendremos certeza sobre la existencia de la divinidad, sostuvo que era más racional apostar por Él, esto es, actuar como si Dios existiera y llevar una vida acorde con sus mandamientos. Diseñó un razonamiento que ha dado mucho de qué hablar por generaciones. Hoy puede ser revisitado desde el cálculo de probabilidades, la teoría de la elección racional, etc.

Un aperitivo. ¿Cómo podemos hablar de algo que no conocemos? ¿Suena osado hacer postulados sobre Dios, una realidad infinita que excede nuestras capacidades mentales, nuestros experimentos empíricos, nuestra lógica? Correcto. Pero alguna realidad de Dios rozamos con nuestro intelecto. Recurriendo a una analogía matemática, Pascal señala: “Sabemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza. Como sabemos que es falso que los números sean finitos; por lo tanto, es verdadero que hay un infinito en cuanto al número. Pero no sabemos qué es: es falso que sea par, es falso que sea impar; pues, si se agrega la unidad, no cambia de naturaleza; sin embargo, es un número, y todo número es par o impar (aunque es verdad que esto se aplica a todo número finito). Así también, se puede saber que hay un Dios sin saber qué es…”. ¿Se entendió?

Pues bien, si a las matemáticas les basta la idea de infinito, aunque no les sea posible darle contenido pleno, tal vez podamos realizar un ejercicio similar con Dios. ¿Existe o no existe? No lo sabremos con certeza. Pero, dado que estamos embarcados, debemos dirigir el timón. Esto es, puesto que estamos vivos, debemos elegir qué tipo de vida llevar: como un creyente o como alguien que no se interesa en absoluto por Dios.

En cada opción se abren dos nuevas posibilidades. Si elijo la vida del creyente, puede que Dios exista y me premie con la vida eterna… o tal vez no exista y entonces haya perdido mi tiempo. Si prefiero vivir como si Dios no importase, puede que Él exista y me castigue con la condena infernal… o que no exista, y entonces no pase nada.

—Dos posibilidades—
Si Dios existe, el paraíso y el infierno se convierten en incentivos y desincentivos inigualables. Lo infinito —eternidad— siempre será superior a lo finito —bienes o males aquí en la tierra—. ¿Puede existir recompensa mayor que una vida eterna de dicha? ¿Puede haber castigo superior al sufrimiento perpetuo? La respuesta racional para ambos casos parece “no”; y, sin embargo, poco convincente para inducirnos al cambio de vida hoy.

Nadie se convierte sinceramente tras un análisis riguroso de las posibilidades. De hecho, quienes más saben de inversiones racionales y escenarios —empresarios, economistas, expertos en prospectiva— prefieren dedicarse a lo suyo de lleno, en vez de enrolarse en un convento o enfocar toda su energía en agradar a Dios. La sucinta versión original, semejante a la parafraseada, líneas arriba, incluye supuestos polémicos. Pascal asume que solo quien cree en Dios observa una conducta moral, más o menos como el cristianismo dominante sostuvo por siglos. Quienes no creen, en cambio, tenderían al pecado, al vicio y comportamientos condenables, pues no temen castigo divino alguno. Un ateo moderno no tendría por qué aceptar la superioridad moral del religioso.

De hecho, la mayoría de escuelas éticas posteriores a Pascal se autodenominan laicas o seculares, o sea, sus fundamentos y conclusiones no guardan ninguna relación con la idea de Dios o alguna religión concreta. ¿Es posible ser ateo y actuar correctamente? ¡Por supuesto! La respuesta para nuestra generación resulta demasiado evidente, como no lo era para las personas del tiempo de Pascal.

Pascal en una pintura del siglo XVII.
Pascal en una pintura del siglo XVII.

—Opciones infinitas—
En realidad nos enfrentamos a posibilidades ilimitadas respecto de comprometernos con Dios. Pascal construye el argumento en torno al Dios cristiano: existe o no. Pero ¿qué sucede en el medio?

Las opciones no son dos, sino infinitas, o al menos miles, como tantas religiones existen en el mundo. ¿Qué sucede si apuesto por el cristianismo y la religión verdadera fuese el islam, el budismo, el hinduismo, o cualquier otra hoy venida a menos o calificada como primitiva? ¿Qué si ninguna de ellas es verdadera sino que Dios es sádico y se complace de vernos apostar a su favor para castigarnos igual?

Por último, ¿por qué Dios le daría el premio a quien no cree sinceramente en Él sino por interés —paraíso— o simple cálculo de probabilidades como induciría el argumento pascaliano?

Pese a todo lo anterior, Pascal plantea con urgencia la cuestión de fondo: elegir. ¡Solemos invertir sobre tantos proyectos en la vida! Cada elección, por pequeña que sea, es una apuesta. Pero esta que Pascal destaca no es una más entre otras, sino la verdadera, la total, la máxima, la última, frente a la cual toda ganancia o pérdida terrena resultan irrisorias.

Los místicos lo comprendieron bien. Se la jugaron por Dios, pero desecharon la vía racional en su búsqueda. Se trata de un auténtico desafío, no de un cálculo de posibilidades. Una vez leí, no recuerdo dónde, que en el camino de la fe solo hay un gran abismo delante. Quien se decide a creer salta.

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