Por Camilo Fernández
Carlos Germán Belli (Lima, 1927) es uno de los grandes poetas de la generación del cincuenta. Su poesía se nutre de la vanguardia y de la tradición clásica y barroca. En gran medida, su obra revela el enfrentamiento entre la modernidad (representada en corrientes vanguardistas, como el surrealismo o el futurismo) y la herencia renacentista y gongorina.
Empleó la sextina y, a la vez, evidenció una imaginería contemporánea. Ello se manifiesta en el título de uno de sus más celebrados poemarios: ¡Oh hada cibernética!, en el que aparece el enfrentamiento entre la alienante máquina contemporánea y el espíritu redentor del hada. En “Segregación No. 1”, Belli reflexiona sobre la problemática del poder y de la exclusión. Alguien se ha apoderado ilícitamente del mundo y, como consecuencia, los peruanos somos excluidos del mundo social, gobernado por los grupos hegemónicos. En “Amanuense”, Belli medita sobre el trabajo deshumanizante del escriba que, en el Perú, sufre de una humillante situación social.
Creo que uno de sus grandes logros es haber practicado una poesía experimental que, no obstante, significa un profundo análisis de la condición de ser peruano en un país atravesado por la desigualdad y la injusticia. Asimismo, no hay que olvidar su intensa poesía amorosa que vuelve los ojos al lugar ameno de los escritores clásicos o se solaza en los predios inmortales de Petrarca o Garcilaso, o Góngora. Así como Vallejo admiraba a Quevedo, Belli rinde tributo a los inmortales escritores del Renacimiento.
Pienso que solamente Jorge Eduardo Eielson ha podido, en la generación poética del cincuenta, igualar a Belli en fuerza creadora. Ahora que Belli cumple 90 años, me gustaría no solo releer poemarios imprescindibles como El pie sobre el cuello, sino rendirle un merecido homenaje.