Guadalupe Yépez*
Mi motivo para migrar fueron mis hijos. Me convencí de la necesidad de dejarlo todo y salir a buscar una forma para que ellos pudieran crecer y desarrollarse. Para que tengan oportunidades que, lamentablemente, en mi país cada día veía más lejanas. No fue fácil convencerlos de algo que yo misma tenía muchas dudas; tuve que meter en una maleta mi vida y descartar cosas que “ocupaban espacio” pero que para mí eran fundamentales: fotos, adornos, ropa, recuerdos...todo lo que incluye vivir la infancia, adolescencia y adultez. Lo más doloroso fue dejar atrás mi esencia, mi gente, mi papá, mi familia, mis amigos. Despedirme sin saber si los volvería a ver.
Aunque tuvimos la oportunidad de prepararnos para el viaje, llegado el momento, dolió. Y mucho. Pero había que mostrarse fuerte ante los hijos. Fuerte y segura, aunque por dentro sabía tenía las mismas dudas que ellos. La migración cambia, transforma, y requiere fomentar y afianzar los valores familiares, pues todos juntos nos enfrentamos a un mundo nuevo. La zona de confort se queda muy atrás.
Hacerles entender eso a mis hijos fue complicado. La adolescencia es un proceso de cambios, en donde compartes y disfrutas con tus amigos de toda la vida, ¿cómo explicarle a mi hija adolescente, que aunque ella quisiera estar con sus amigos y con sus primos, era mejor para su futuro que estuviéramos a miles de kilómetros de distancia?, ¿O cómo hacerle entender a mi hijo mayor que para mí, para mi instinto protector, era mejor que dejara la universidad en nuestro país y comenzara de nuevo? Al principio, los días y noches se hicieron interminables, y la tristeza de mis hijos por haber dejado todo atrás, me hizo pensar y dudar de si tome la decisión adecuada.
Pero he visto a mis hijos adaptarse y recuperar el norte y luchar día a día en esta nueva tierra por tener un mejor futuro; uno donde sus derechos no se vean vulnerados. Eso nos ha permitido avanzar a lo largo de estos años. Para ser el apoyo que necesitan mis hijos, para afrontar el día a día lo que significa ser migrante, me ha tocado llenarme de paciencia, buscar estrategias que puedan ayudarles a ellos a enfrentarse a una sociedad que a veces no es empática, que no se pone en tus zapatos, que no considera todo lo que una madre haría por sus hijos.
No todo ha sido triste. He visto como nos hemos fortalecido. Soy una madre orgullosa de mis hijos, que cada día dan lo mejor de sí para aprovechar las nuevas oportunidades de estudiar, de conocer personas, de salir adelante, pero sin dejar nunca de lado su esencia, su gentilicio y sus sueños.
Mi experiencia como madre migrante, me lleva a valorar más mi grupo familiar, y eso lo he aprendido de mis hijos, quienes se han adaptado y buscado siempre la forma de salir adelante, de alcanzar sus metas, de crecer. Gracias a ellos siento que cada paso que he dado ha valido la pena. Sé que su futuro estará lleno de todo lo bueno que ellos se propongan y que, pase lo que pase, siempre tendrán en cuenta a su patria y su bandera.
* Guadalupe Yepez es parte de la iniciativa Familias Sin Fronteras. El cual es posible gracias al apoyo del Programa Europeo Regional de Migración y Refugio SI Frontera financiado por la Unión Europea y la cooperación alemana, implementado por la GIZ en Perú”.
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