En 1986 yo tenía ocho años y el Perú estaba a punto de irse al hoyo. A falta de una infancia idílica, existían algunos pocos espacios de salvación para la clase media. El principal era la música. Algunos maestros me enseñaron a habitar ese lugar. El primero fue mi hermano, quien había establecido un riguroso orden jerárquico entre las tres bandas que monopolizaron nuestra niñez: Soda Stereo (1), Los Prisioneros (2) y Hombres G (3) —banda a la que él despreciaba por boba o tal vez por mi afición a cantar sobre la cama “Devuélveme a mi chica”—. El gurú máximo, sin embargo, era mi primo Walter, quien no solo tenía acceso a un sistema musical mayor en virtud a la copia libre de casetes (él las llamaba cintas) en su colegio y barrio, sino que, también, con el tiempo, se convirtió en nuestro profesor en términos estrictos cuando nos empezó a dar clases de guitarra.
Fue en su casa, después de algún cumpleaños familiar, que mi hermano, él y yo nos fuimos a su cuarto a escuchar los últimos hallazgos que había conseguido. Esa vez, a La Polla Records y Siniestro Total se sumó una carátula geométrica y perfecta: ahí se veía el retrato de alguien que podría ser la respuesta local de Joe Strummer; al lado, el nombre del autor (Miki González) y el título de la placa ("Puedes ser tú") sobre un fondo cian (aunque yo no sabía que existía ese color). Walter puso el casete en el minicomponente y empezó a sonar un punteo triste y luego una base rítmica lenta pero contundente. Las notas de bajo se distinguían, casi por primera vez; la batería eléctrica era precisa como un metrónomo. Y de pronto la voz: ¿Y los que estaban presos dónde están? ¿Será que aprendieron a volar? Luego de la ironía la percusión refería a un fusilamiento y la guitarra se retorcía en un solo simple y lastimero. Pero la canción no había terminado y las cuerdas se afectaban con un phaser que hasta este momento solo habíamos escuchado en The Cure. Miki cantaba como queriendo disolver con problemas tercermundistas la influencia británica: Dicen por ahí que el país está en venta, que es para pagar la deuda externa, a lo que seguía un pico de intensidad que acababa a gritos: ¡Y va a estallar! ¡Y va a estallar! Ahí se hacía un silencio y, sin que termine la pista, iniciaba el mejor riff que se ha compuesto en la historia de este país. Hasta ahora me provoca tararearlo. Mi hermano y yo nos quedamos mudos mientras Walter sonreía. ¿Quién diablos era Miki González y de dónde había salido?
No hubo tiempo para responder. El LP continuaba con “Dímelo, dímelo”, el single que había lanzado un año antes, un himno contra la sociedad de consumo popularizado por la sociedad de consumo, para luego llegar a la obra mayor: sobre una línea de bajo —de nuevo el maestro Eduardo Freire— la voz realiza una suerte de monólogo hiperrealista que aborda el narcoterrorismo, la represión militar y la precariedad económica (4). El tono es confesional pero el contenido es altamente político, aunque se encuentra matizado por clips de gritos animales, gruñidos varios, efectos de estudio y otros insertos que van suavizando, a través del humor, la fuerte carga social. Lo importante, sin embargo, era que la canción tenía —tiene— un deseo mimético, un ansia de representación que alcanza el lenguaje: Estos patas ni las migas dejan para los demás. ¡Lambiscones!, se queja el cantante, para después soltar: ¡Estoy asao! (así, sin d). Pronto miré con cara de por favor a mi primo y le pedí que me prestara la cinta. Él, que era celoso con su colección, accedió. Hasta hoy le agradezco el desprendimiento.
Mi entusiasmo preadolescente —noto ahora que el disco ha sido reeditado en un bello box que alberga las tres primeras entregas del músico (5)— estaba plenamente justificado. "Puedes ser tú" es una obra maestra, quizá el mejor disco en la historia del rock nacional. Todas las canciones son brillantes y basta citarlas para entender la magnitud del acto: “Peligro”, “Jingle Coca Sola 30”, “Ya no aguanto” (6), “Cuidado, cuidado”, “Soy un proletario”. Igual de meritorio es su carácter germinal, ya que toda la obra posterior de González se puede rastrear hasta este momento. Musicalmente, la línea afroperuana (7) tiene su partida de bautizo en “Brian Meno (una adaptación)”, así como la vertiente andina (8) brota de ese hermoso canto llamado “Chapi García”;
a su vez, la exploración electrónica ya se puede distinguir en los juegos tecnoambientales de “Fatiga”. En términos discursivos, González pasó de la sociología a la antropología y del centro urbano al folclore. Él, que durante tanto tiempo abjuró del rock, lo usó como una plataforma de fusión y con una disposición tan abierta, tan permeada por el espíritu de su tiempo, que no temió contaminar su curiosidad con la inevitable carga de realidad que le regaló la década del ochenta. La insatisfacción unía ambos niveles, pues no hay deseo más vivo y adolescente, más poderoso y creador, que la disconformidad.
Al escuchar la versión remasterizada, 20 años después, queda claro cómo el aprocalipsis alcanzó al rock y el rock lo convirtió en arte. En 1986 la peruanidad era horrible e inevitable, no se podía escapar de ella ni siquiera tonteando en la frecuencia modulada, pero este disco nos señaló una clave: en la huida era posible gritar. Fuerte.
1. Signos.
2. Pateando piedras.
3. La cagaste... Burt Lancaster.
4. El verso completo que titula el disco es “Las torturas, puedes ser tú” .
5. Puedes ser tú (1986), Tantas veces (1987) y Nunca les creí (1989).
6. Lo que siempre me pareció un extraño homenaje al machismo.
7. Akundún.
8. “Hoja verde de la coca”.
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