He sido una niña muy preguntona y curiosa: me preguntaba por qué bostezamos, por qué los peces no paran de moverse o por qué los humanos podemos comer de todo y la mayoría de los animales no. En fin, volvía locos a mis padres con preguntas. Mi padre satisfacía esa curiosidad comprándome enciclopedias. Esa dinámica me hizo tener muy clara desde pequeña mi vocación: sería médico, en el contexto de un Perú en el que había muy pocas carreras y algunas de ellas no estaban destinadas para las mujeres.
En aquella época, había una gran selectividad para entrar a la universidad, muchos postulantes, pocas vacantes, de manera que desde los 15 años empecé a enfocarme en algunas de las disciplinas que me ayudarían a acceder a una vacante en Medicina.
Ya en la universidad, si bien es cierto que la medicina me gustaba, esa curiosidad innata me empujó a averiguar qué laboratorios hacían investigación en mi casa de estudios, Cayetano Heredia. Gracias a mi compañero de aula, Eduardo Monge, llegué a un laboratorio que estudiaba cómo se adaptan los seres humanos y los animales a la vida en la altura en el Perú. Ese 23% de habitantes andinos que vive en zonas de altura y respira menos oxígeno que a nivel del mar. ¡Y en algunas ciudades por encima de los 4.000 metros, hasta el 50% menos! Hoy sabemos bastante más sobre los mecanismos de adaptación de los organismos a estas condiciones, pero hace 40 años era un área de estudio en expansión.
El mal de altura
En ese laboratorio, conocí a Carlos Monge Cassinelli, hijo de uno de los pocos peruanos que descubrieron una enfermedad que lleva su nombre. Carlos Monge Medrano, el padre, descubrió la enfermedad crónica de montaña (Enfermedad de Monge), síndrome caracterizado principalmente por una elevada cantidad de glóbulos rojos en la sangre de los enfermos. Quienes han nacido y vivido en altura, pueden perder su adaptación fisiológica a estas condiciones y dejar de controlar adecuadamente su respiración. Así, su cerebro deja de responder adecuadamente a la escasez de oxígeno y como consecuencia, además de otros factores condicionantes, empieza a producir sangre en exceso para transportar mejor el poco oxígeno de que dispone.
Ese descubrimiento me fascinó, nunca me había preguntado cómo era posible, por ejemplo, que un ave en las altas lagunas de nuestra serranía crezca y se reproduzca igual que las aves que gozan del doble de oxígeno a nivel del mar. Empecé a investigar y encontré que no se había estudiado el tema. Estos trabajos aún son citados en la literatura internacional porque ayudan a entender los mecanismos del transporte del oxígeno en altura. Esta fue la punta de la madeja en mi trayectoria como investigadora, y la curiosidad y la pasión por la ciencia hoy sigue intacta, esta vez desde una institución llamada más bien a impulsar y gestionar la ciencia, tecnología e innovación en el Perú.
Así como la adaptación a la vida en la altura, en el Perú las científicas podemos encontrar otros temas que, abordados desde nuestras particularidades locales, tengan relevancia para el conocimiento general. El estudio de nuestra incomparable biodiversidad, por ejemplo, es un reto pendiente para las próximas científicas. Adicionalmente, las nuevas tecnologías nos ofrecen una oportunidad extraordinaria, transformando la manera en que vivimos y hacemos negocios (en sectores como la agroindustria; la pesca y acuicultura; la minería; la manufactura; y la salud) y acelerando de manera exponencial otras tecnologías innovadoras
Para reducir la brecha de género
Un gran pendiente en el Perú es, sin embargo, seguir luchando contra la brecha de género en la investigación científica. A marzo de 2020, el Registro Nacional Científico, Tecnológico y de Innovación Tecnológica registra a 4484 investigadores calificados, de los cuales solamente 31% son mujeres.
Aún tenemos que lidiar con los prejuicios que sobre nosotras se ciernen. Que somos más sentimentales, menos valientes, más delicadas, menos objetivas o que abandonaremos la ciencia cuando seamos madres: todas estas ideas, malinterpretaciones de nuestras verdaderas diferencias y fortalezas.
Pero el mundo sabe que esto tiene que cambiar. De acuerdo con el Instituto de Estadísticas de la Unesco, la representación femenina a nivel mundial en la investigación es de 29,3% (julio, 2019) y numerosos estudios han encontrado que las mujeres en los campos STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas) publican menos, se les paga menos por sus investigaciones y no progresan tanto como los hombres en sus carreras. El problema viene siendo estudiado y las soluciones ya están siendo propuestas.
En el Concytec hemos desarrollado acciones afirmativas para promover una mayor presencia de la mujer en los proyectos de investigación en ciencia, tecnología e innovación, como por ejemplo, tomar en cuenta a la maternidad en nuestras subvenciones, facilitando licencias y descansos; y otorgando bonos a proyectos que postulan a financiamiento y que cuentan con más mujeres en su equipo o a los de equipos que son liderados por mujeres. Estas acciones ya nos han permitido incrementar en 10% la presencia de mujeres en los proyectos de investigación. Asimismo, hemos conformado un importante grupo de trabajo: el Comité Pro Mujer, que busca visibilizar e impulsar la presencia de las mujeres en las disciplinas STEM y la investigación con prácticas más inclusivas en instituciones académicas y de investigación.
Hoy requerimos que también se sume la sociedad en su conjunto, alimentando la curiosidad y vocación científica en niñas y adolescentes, haciéndoles saber que la ciencia no es exclusiva de un género, que el trabajo de investigación en el ámbito de las ciencias y la tecnología no está reñido con ser madre, que tienen las mismas capacidades que sus pares masculinos en este terreno. Que el Perú y el mundo las necesita.