Ingrese a la edición virtual de la Real Academia Española (RAE) y busque la definición de la palabra “hombre”. Ahora haga la prueba con “mujer”. ¿Notó las diferencias?
Mientras un “hombre público” es “un hombre que tiene presencia e influjo en la vida social”, una mujer pública es “una prostituta”. O mientras un “hombre de la calle” es “una persona normal y corriente”, una “mujer de la calle” es, además, “una prostituta que busca a sus clientes en la calle”.
Ahora, pruebe con la palabra “sexo” y verá que la acepción de “sexo débil” hace referencia al “conjunto de las mujeres”, mientras que el “sexo fuerte” es el “conjunto de los hombres”, según la versión online de la RAE que es consultada por 60 millones de personas al mes.
En diciembre del 2018, se publicó la última actualización de la vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE), antes conocido como DRAE, con 2.451 modificaciones. Pero, al parecer, no fueron suficientes.
“La única diferencia entre un hombre y una mujer, en teoría, son los cromosomas, pero el lenguaje evidencia que socialmente no son vistos como iguales ni ocupan los mismos roles. La misma palabra que se usa para halagar a un hombre puede ser despectiva usada con una mujer”, comenta Diana Quiñones, lingüista del Tribunal Constitucional.
“La sociedad es patriarcal y va dejando de serlo, pero no puede dejar de serlo por decreto”, añade Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua. “La lengua no se maneja por decretos, es por uso. Hay que tomar en cuenta que las academias recogen el lenguaje promedio. Los cambios son más lentos de lo que pensamos, pero se dan sistemáticamente. La lengua no es estática”.
Quiñones cree que si el DLE no recogiera ciertos usos -por más incómodos, sexistas o racistas que sean-, sería como esconder una visión de la realidad. “La verdad es que hay mucho machismo en el diccionario porque los usuarios somos machistas y el diccionario lo hace visible”.
Entonces, queda claro que el primer cambio debe ser social. Martos aclara que todos podemos influir en el uso de las palabras, por más mínimo que parezca nuestro aporte. “Dejando de usar las palabras en cierto sentido y exaltando el sentido que queremos, por ejemplo”.
Luego de que casi 200 mil personas firmaran una petición en Change.org, la RAE se vio obligada a incluir una indicación detallando que las expresiones “sexo débil” y “sexo fuerte” eran usadas “con intención despectiva o discriminatoria” respectivamente. Sin embargo, ambas definiciones siguen apareciendo en el DLE.
--La vida de una palabra--El ciclo de vida de una palabra se entiende de la siguiente forma: se origina, y es incluida en diccionarios como el DLE, cuando es utilizada cotidianamente por un grupo social significativo. Se mantiene viva mientras esté vigente en el lenguaje de ese grupo y podría ampliarse a nivel nacional, regional o global. Su ocaso comienza con la disminución en la frecuencia de uso del término, llevando a que sea acompañada por indicaciones como “en desuso” en el DLE.
Finalmente, el término podría ser eliminado o su definición podría ser cambiada tras ser evaluado por las comisiones de la Asociación de Academias de la Lengua Española, encargadas de elaborar el DLE. Sin embargo, las palabras y sus significados siempre seguirán sujetos a la vigencia que tengan, por lo que podrían resurgir en el futuro.
Quiñones agrega que debemos tener claro que el enemigo a combatir no son las palabras en sí, sino el significado que esconden detrás de ellas.
“Si te pones a revisar un diccionario antiguo, notarás cientos de términos que han desaparecido, pero ahora usamos otros para decir lo mismo. Es a lo que los lingüistas llamamos ‘la rueda del eufemismo’”, explica.
Pero, ¿qué hay de las academias de la lengua y del DLE? ¿Qué acciones está tomando al respecto? Martos anuncia que el próximo 1 de abril se realizará un Congreso de la Lengua en Córdoba, Argentina, donde se planea debatir el tema del sexismo. En él, espera, al menos se podrá declarar que expresiones como “sexo débil” son obsoletas. “No se puede tomar una decisión palabra por palabra, tiene que cambiar una actitud. Y es un cambio que las academias vienen asumiendo de un modo muy lento, pero con el tiempo se viene acelerando. Un ejemplo mínimo es que hace 50 años no ingresaban mujeres a las academias y ahora sí las hay”, explica.
Para Quiñones, las acciones que se toman en la RAE y el DLE son aún insuficientes.
“La mayoría del tiempo son un poco patéticas. Y no tanto las de la Academia en sí, sino de los intelectuales que quieren ‘defender’ al castellano y a la RAE, cuando en realidad solo buscan justificar su tradicionalismo”, señala. “No es coincidencia que los primeros que salten a criticar el lenguaje ‘políticamente correcto’ sean hombres de más de cincuenta”.
El Comercio intentó comunicarse con la RAE, pero hasta el momento no obtuvo respuesta de la institución.