El final de 1924 coincidía con las noticias del progreso económico local, el alza de las exportaciones peruanas motivadas por la I Guerra Mundial y una sensible baja de los precios de nuestros productos. Asimismo, finalizaba el fervor panamericanista tras el centenario de Ayacucho, cuando nuestra capital convocó las principales conmemoraciones y recibió a los altos emisarios internacionales aquel mes de diciembre. Las ediciones últimas de El Comercio en ese año daban cuenta del Tercer Congreso Científico Panamericano y la Conferencia Panamericana de Mujeres, celebrados ambos en Lima. También se anuncia el descubrimiento de una solución eficaz para “curar radicalmente el terrible vicio del alcohol”, un tratamiento que ofrecía la Antigua Botica Francesa.
La última noche de ese año, además de las tradicionales campanas de las iglesias del centro, se escuchó por primera vez sonar la potente sirena instalada en la parte alta de la cúpula del recién inaugurado edificio de El Comercio, para anunciar el inicio del nuevo año. Desde entonces, su sonoro llamado serviría para comunicar noticias de urgencia, así como anunciar la distribución de ediciones especiales. Eran las “breaking news” de la época.
Pionero del periodismo en la región, El Comercio había empezado en 1875 su publicación vespertina, que se agregaba a su edición de la mañana. Casi una década más tarde, en 1884, introducía las primeras noticias cablegráficas llegadas al Perú, utilizando los servicios de The Central and South American Telegraph Company. Asimismo, fue uno de los primeros diarios en América Latina en usar una prensa rotativa, al traer la primera máquina al Perú en 1902. Dos años después importó la primera linotipia para reemplazar el viejo sistema de composición manual. Pero fue a fines de 1924, con la inauguración de su nuevo edificio, que El Comercio no solo ofrecía una espléndida y equipada oficina periodística, sino que se convertía en la esquina de la noticia, al convocar a cientos de limeños con su sonora alarma y altavoces para dar a conocer las noticias más importantes. Por supuesto, el desarrollo de las competencias deportivas eran las que más pasiones despertaban.
Como escribe el historiador Héctor López Martínez, en el cruce de los jirones Lampa y Miró Quesada se reunía la gente para enterarse de las noticias, sobre todo de partidos de fútbol o peleas de boxeo, en tiempos que la radio recién empezaba a desarrollarse. El Hall principal del diario también congregaba a decenas de personas que querían vivir esos acontecimientos “en directo”. El investigador destaca que en 1926, una pelea de box por el título mundial entre Genne Tunney y Jack Dempsey generó tal expectativa que el sistema de alarma diseñado por el diario mantuvo a toda Lima al tanto de los resultados. La gente tenía tal curiosidad que no se quedó en sus casas y acudió a El Comercio para escuchar los cables que se leían cada dos minutos. Algunos entraron al local y llenaron el hall hasta las escaleras de acceso a la redacción. Los demás atiborraron la esquina bloqueando el pase del tranvía. A ellos se les iba informando del desarrollo de la pelea a través de una pizarra.
Algo parecido sucedió años después, con el partido entre Argentina y Uruguay en la final de las olimpiadas de Ámsterdam, el 13 de junio de 1928. La aglomeración de limeños que bloqueaban las calles para seguir las incidencias transmitidas por medio de un megáfono y pizarras dio material gráfico a la edición del día siguiente. Eran tiempos en que aún se escribía “foot ball” para designar al Deporte Rey y “Goal”, para nombrar los tantos en el marcador.
El público no solo escuchaba el desarrollo del juego desde una sola perspectiva. Los periodistas de El Comercio encargados de propalar las incidencias del partido podían matizar el relato con las reflexiones del redactor del diario holandés “Algemeen Handelsblad”, que instalado esa tarde en el estadio olímpico alababa sin restricciones de retórica a los contendores en los cables de noticias: “Únicamente artistas del “foot ball” pueden desplegar tal combinación como la que hemos presenciado”, escribe. También holandés, el “Telegraaf” apuntaba: “Los mejores jugadores del mundo nos han hecho ver lo mejor de lo mejor. La impresión ha sido tal que nos ha costado abandonar el sitio en donde presenciamos esto. Hasta el último momento la lucha fue decidida y se realizó con gran determinación por ambas partes”.
En Lima, la alarma de la cúpula dio cuenta del resultado adverso para los argentinos, a pesar de su dominio: 2 a 1. Por cierto, lo que sucedía frente a la fachada de El Comercio se replicaba entonces frente a los diarios de todo el mundo, entonces únicas fuentes de información confiable. Por ejemplo, según informaba la Associated Press, en Montevideo eran 30 mil personas agrupadas frente al diario “El Imparcial” siguiendo las incidencias del partido a pesar de la lluvia. El gol del empate argentino provocó ansiedad general. Sin embargo, el entusiasmo estalló ante la noticia de que Héctor Scarone, el “Gardel del fútbol”, había sumado el segundo uruguayo, lo que hizo volar sombreros y paraguas. En Buenos Aires sucedía lo inverso: miles de personas aglomeradas frente a “La Prensa” paralizaban el tráfico de la Avenida de Mayo durante más de dos horas. Cuando se recibió el dato final del partido, el gran gentío comenzó a disolverse comentando el revés sufrido, achacando el resultado a la ausencia de sus mejores elementos, de baja por lesión.
Quizás las autoridades del desaparecido tranvía limeño fueran los únicos contrariados por la alarma de El Comercio. Otra multitud volvería a detener este servicio de transporte el mediodía del 18 de julio de 1930, (2:30 pm hora del Uruguay) cuando esta vez fue Perú el rival de los charrúas en el primer mundial de fútbol celebrado en el Estadio Centenario de Montevideo. Nuestros periodistas compartían los cables de noticias a medida que llegaban a nuestra redacción. Sin embargo, aquella tarde fue previsible: jugamos como nunca y perdimos como siempre. Uno a cero con gol de Héctor Castro a los 15 minutos del segundo tiempo. Esa vez la sirena adquirió un tono melancólico. Una década más tarde, demostrado ya el poder de la radio para transmitir en directo las noticias a la población, la sirena fue retirada de la cúpula del diario, recordada como símbolo de la urgencia informativa.