Cuenta la leyenda que Charles Chaplin (Reino Unido, 1889 – Suiza 1977) exclamó, tras ver una película de Mario Moreno ‘Cantinflas’ (México, 1911 – 1993), la siguiente frase: “¡Es el mejor comediante del mundo!”. Tratar de rastrear el origen y la veracidad de esta afirmación es casi imposible, pero, grandilocuencias aparte, es cierto que el mundo de habla inglesa quedó encantado con Cantinflas tras su participación en la película La vuelta al mundo en 80 días (1956), donde interpretó al despistado Passepartout, el torpe asistente del millonario aventurero Phileas Fogg. El papel le valió un Globo de Oro a mejor actor en Comedia o Musical, superando a Marlon Brandon y Glenn Ford, quienes competían esa noche por su participación en la película La casa de té de la luna de agosto.
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Los críticos y cinéfilos del mundo han sabido buscar —y encontrar— similitudes y diferencias entre Charlot, el personaje de Charles Chaplin, y Cantinflas, el personaje de Mario Moreno. Dice Susana Salcedo Peris en un artículo publicado en 2009 en la Revista de Comunicación Vivat Academia: “surgió en México un humorista que, no sólo en el bigote se parece (a pesar de que es menos grueso que el de Charlot) sino también en el hecho de que ambos pertenecen a estratos sociales inferiores y que son unos completos anti-héroes; hablamos de Cantinflas. La diferencia aquí reside en que el mexicano tenía el recurso sonoro (voz) y Charlot no (excepto en El Gran Dictador, el fin del personaje de Charlot), simplemente se valía de sus gestos y de la banda sonora entre otros elementos de la puesta en escena”.
En la semana que El Gran Dictador cumple 80 años desde su estreno —el 15 de octubre de 1940—, y a un mes del también 80 aniversario del estreno de Ahí está el detalle —el 11 de septiembre de 1940— no está de más acudir a dos de los más grandes referentes de la comedia. Lo curioso es que mientras El Gran Dictador marca el adiós de Charlot, Ahí está el detalle significa el ingreso de Cantinflas al mundo cinematográfico. Ambas producciones marcaron un hito no solo en la carrera de los actores, sino también en la historia del cine.
La dictadura de Charlot
El Gran Dictador ha pasado a la historia por su condena frontal a la dictadura nazi, por su magnífica exploración de la sátira y por ser la primera película sonora del genio del cine mudo. Chaplin desempeña los dos papeles principales: el del dictador nazi y el de un barbero judío —Charlot, su clásico vagabundo— perseguido por la dictadura.
En medio del horror del nazismo que ensombrecía el mundo, y a un año de la explosión de la II Guerra Mundial, Chaplin se atrevió a lo que nadie: crear una ficción en la que dejaba a Hitler en el absoluto ridículo. Aunque está documentado que Hitler odiaba al cineasta por creer que el comediante era judío y no se sabe con certeza si führer llegó a ver la película, no son pocos los que se atreven a asegurar que sí lo hizo.
Dicha afirmación se debate a profundidad en el documental El vagabundo y el dictador (2002), dirigido por Michael Kloft y Kevin Brownlow, y en el que Kenneth Branagh narra de forma paralela las biografías de Chaplin y Hitler, dos de los hombres más importantes del siglo XX, que nacieron con apenas cuatro días de diferencia. El documental muestra el detrás de cámara de El Gran Dictador, filmado por el hermano de Charles, imágenes en color de la misma película y entrevistas con historiadores, miembros del círculo íntimo de ambos hombres y miembros de la familia de Chaplin; y noticiarios y clips de las películas de Chaplin y las películas de propaganda de Hitler.
En una entrevista con Los Ángeles Times, Brownlow dijo que Chaplin arriesgó su vida al hacer la película. “El número de asesinatos políticos cometidos por Hitler y Stalin en ese momento fue suficiente para preocupar a alguien de su importancia”, dice Brownlow. “Trotsky había sido asesinado en 1940 y Chaplin bien podría haber sido asesinado en California. Le podrían haber disparado silenciosamente”, dijo.
Tan parecidos, tan diversos
Ricardo Bedoya, crítico de cine y docente universitario, dice: “Chaplin es un modelo para buena parte de los cómicos que surgieron después de él, sobre todo por la expresión corporal. Él era un mimo y tenía control sobre el movimiento de cada uno de sus músculos. Pero Chaplin siempre se opuso al sonoro, por eso sorprende con El Gran Dictador con diálogos y hasta con un discurso. El Cantinflas de Ahí está el detalle también tiene un origen popular, como Charlot, pero de una manera distinta, porque su personaje nace del palenque mexicano, del teatro popular, y tiene una tradición de humor verbal que explota muy bien a inicios del cine sonoro”.
El investigador de la Universidad de Vigo, España, Félix Caballero Wangüemert, escribió un paper titulado “Chaplin y Cantinflas se ponen serios”, donde señala que la influencia de Chaplin en Cantinflas se hace más evidente en tanto este último se vuelve un actor más maduro. Para él, la mayor huella de Chaplin en Cantinflas la encontramos en El circo (1942). “Las similitudes de la película del mexicano con la del británico —estrenada en 1928 con el mismo título, solo que en inglés (The Circus)— son tantas que podríamos decir que la de Cantinflas, más que estar inspirada en la del inglés, es un auténtico remake”.
Similar es lo que sucede, según Caballero, con El Gran Dictador y Su Excelencia (1967) —"las dos son sendas sátiras políticas sobre el mundo de su tiempo. Chaplin satiriza el nazismo y Cantinflas, a las superpotencias de la Guerra Fría"— y Si yo fuera diputado (1951) —"el protagonista es también un humilde barbero, como el de la película de Chaplin, quien, instruido por uno de sus clientes, un anciano abogado, se convierte, primero, en defensor legal de los pobres y, luego, en diputado, lo que le dará pie a hacer memorables discursos, que reiteran los ecos del filme del genio inglés"—, pero también expone sus diferencias: "Charlot, siendo pobre, aspira a ser todo un caballero, Cantinflas, por su parte, viste de pelado y si por casualidad se convierte en señor, procede siempre como pelado, un pelado que es señor solo por accidente, no tiene ninguna aspiración de superarse y “no quiere un mundo mejor ni como sueño; desea vivir como está”.
La universalización de lo cantinflesco
“Cantinflas lo que hace es hablar como si fuera muy serio todo lo que dice, pero en realidad es un disparate, es una especie de cortocircuito verbal, e incluso hace algunos gestos de dignidad, pero de pronto se arranca a decir algo que no tiene sentido”, dice Bedoya. Y Ahí está el detalle es, para muchos, la mejor película de Cantinflas por ser la menos solemne, la más fresca, y en la que explota el arte de la palabra. Se trata de una comedia de enredos, de confusiones absurdas, donde, tras asumir una identidad que no es la suya, el vagabundo Cantinflas es llevado a juicio acusado de asesinar a un delincuente apodado Bobby el foxterrier, mientas él se declara culpable de matar a una mascota, un perro foxterrier llamado Bobby.
La película cuenta con la participación de Sara García, Joaquín Pardavé y Dolores Camarillo, tres de los más reconocidos actores de su época y que le hacen el coro perfecto a los absurdos enredos que plantea el recién llegado al mundo de la fama cinematográfica. La escena del juicio son 20 deliciosos minutos de absurdo puro y popular que no se repetirán en la carrera de Cantinflas, quien poco a poco se irá poniendo más serio y menos espontáneo. “Cuando se le empieza a entender, pierde la gracia”, dice Ricardo Bedoya. Cantinflas ha trascendido al cine de tal forma que la RAE incluyó, en 1992, la palabra cantinflear en el diccionario para describir una manera de “hablar o actuar de forma disparatada o incongruente y sin decir nada con sustancia”.
Lo dijo Carlos Monsiváis en su artículo “El habla y el cine de México: Ahí está el detalle”: “Cantinflas es, casi literalmente, la erupción de la plebe en el idioma. Antes de él los peladitos —los parias urbanos— sólo existían en el espectáculo como motivos pintorescos, los expulsados de la idea de nación por razones obvias, de esas que se captan nada más verlos u oírlos durante un minuto. A Cantinflas lo ayuda la integración novedosísima de un lenguaje, no muy seguro de sus significados, y un movimiento corporal que dice irreverencia, desparpajo, incredulidad ante las jerarquías sociales, asombro porque le piden que entienda asuntos para nada de su incumbencia”. Y lo reafirma Cantinflas, cuando, en Ahí está el detalle, le preguntan “¿Cuál es su gracia?”, él responde: “la facilidad de palabras”.
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