Hace 50 años el mundo estaba sumido en la Guerra Fría. Era 1972 y en Estados Unidos se vivía una tensa campaña electoral entre el presidente republicano Richard Nixon, quien buscaba la reelección, y el demócrata George McGovern debido a las protestas contra la guerra de Vietnam, y las acusaciones por el uso de armas químicas y bombardeos secretos a Camboya. A cinco meses de las votaciones, sucedió un hecho que, inicialmente, pasó desapercibido. La madrugada del 17 de junio cinco hombres, cuatro de ellos de origen cubano, fueron apresados al interior del moderno complejo de apartamentos Watergate, en Washington, la sede del Partido Demócrata.
Los asaltantes llevaban puestos guantes de goma, radios portátiles y equipos electrónicos, pero inicialmente el hecho fue tomado como un intento de robo. Sin embargo, llevados a la corte, se reveló que uno de ellos, James McCord, pertenecía al comité para la reelección del presidente, la maquinaria creada por Nixon para mantenerse en la Casa Blanca por cuatro años más. Esto despertó las sospechas de dos periodistas de The Washington Post —los ahora legendarios Bob Woodward y Carl Bernstein—, quienes no pararon hasta demostrar que ese aparente atraco era en realidad una operación de espionaje que involucraba a los más altos funcionarios de la Casa Blanca, incluido el propio Nixon. Aunque este fue reelecto, en noviembre de 1972, por un amplio margen de votos, dos años después se vio obligado a renunciar ante el peso de las evidencias.
El escándalo de Watergate pasó así a la historia como un ícono del periodismo de investigación, a partir del seguimiento de pistas y el contraste de fuentes, algunas secretas como el misterioso Garganta Profunda, quien 30 años después salió del anonimato y se supo que era el agente del FBI Mark Felt. Por lo demás, el sufijo gate se transformó en sinónimo de corrupción y encubrimiento. Después vinieron el Irangate, de Reagan; el Monicagate, de Clinton; hasta nuestro tristemente conocido Vacunagate, en tiempos de Covid-19.
Seguir la pista
Para María Mendoza Michilot, investigadora y profesora de comunicación de las universidades de Lima y de San Marcos, el caso Watergate inauguró un método de trabajo que marcó el periodismo contemporáneo. “Instaló un modelo metodológico que funcionó y fue replicado en el tiempo”, dice. Con ocasión del aniversario, en el portal Washington Post Live se ha puesto en línea una entrevista con Bernstein y Woodward, y lo que ellos destacan es la creación de una rutina de trabajo, hecha prácticamente sobre la marcha, como iban sucediéndose los acontecimientos. “A partir de las declaraciones de James McCord a la corte, donde reveló que había trabajado para la CIA, los periodistas fueron lo suficientemente perspicaces para determinar que ese era el inicio de la madeja y siguieron el hilo”, destaca Mendoza.
De este método, la profesora resalta lo siguiente: “La valoración del dato, el saber por dónde empezar una historia y la consolidación de una red propia de fuentes son los legados más importantes de Watergate. Después del caso, los periodistas sabemos que no podemos depender solo de fuentes oficiales. El mismo Mark Felt, Garganta Profunda, como se dice en la entrevista del Washington Post Live, sirvió para corroborar lo que ya había sido hallado por los reporteros”.
Otra de las lecciones de Watergate es la importancia de un medio de comunicación independiente comprometido con el trabajo de investigación de sus periodistas, más allá de presiones coyunturales, políticas y presupuestales. “No hubiera habido Watergate sin Woodward ni Bernstein, pero tampoco sin Ben Bradlee ni Katharine Graham”, apunta Mendoza. Bradlee y Graham eran el editor y la directora del Washington Post, en ese momento.
Desde entonces, también, la relación de la prensa con el poder cambió. Desconfiar de las versiones oficiales se convirtió en el deber ser del buen periodismo. “Algo que dice Woodward y que es una frase muy actual —afirma Mendoza Michilot— es que para la gente investigada la prensa siempre es el enemigo”. Medio siglo después, esta máxima sigue resonando, más aún cuando los destapes de corrupción se han vuelto moneda corriente.
El caso Watergate en estos 50 años ha inspirado películas y series, la más emblemática es Todos los hombres del presidente (1976), de Alan Pakula, basada en el libro homónimo de Bernstein y Woodward. En 2008 se estrenó Frost/Nixon y en 2017 The Post, con Meryl Street en el papel de Katharine Graham, y Mark Felt: The Man Who Brought Down the White House. Este año apareció la serie Gaslit, con Julia Roberts y Sean Penn.
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