El día que conversamos aún no se había levantado la cuarentena, pero, en todos los ámbitos, se percibía que esta llegaba a su fin. Sin embargo, César de María ( Lima, 1960 ) no tiene pensado salir de casa. “Soy población de riesgo”, comenta medio en broma, medio en serio. “Estamos apresurados por vivir sin pandemia, pero, al final de la cuarentena, esta seguirá ahí”, le digo. “Todavía nos falta pasar la pandemia para pensar en el post, pero hablar de una nueva normalidad, de la vida después de la cuarentena también es una forma de tener esperanza”, responde.
Esta conversación se dio a propósito de la publicación de Contra el tiempo: doce obras de teatro, libro editado por la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (Ensad), que recoge las obras de este prolífico y peculiar dramaturgo. Entre las obras reunidas están “¡A ver un aplauso!”, “Escorpiones mirando al cielo”, “Kamikaze”, “Laberinto de monstruos”, “Dos para el camino”, “Super Popper” y “El último barco”. Son un conjunto que tiene como punto de coincidencia el tratamiento de la marginalidad y del tiempo. Puede comprarlo en la Ensad a S/50.00.
“¡A ver, un aplauso!” es una pieza conmovedora en la que el protagonista está enfermo de TBC. ¿Qué historia contarías sobre el coronavirus?
¿Sabes cuál es la historia que se va a contar del coronavirus?: la historia de una ciudad de estafadores. En Lima, todo “hace de”; nada es, en realidad. Los policías hacen como que dirigen el tráfico y te ponen multa, pero, en realidad, te sacan plata; los jueces hacen como que juzgan, pero, en realidad, gana el juicio quien más les pague. Entonces, todo es un remedo situacional. Es una especie de un teatro de títeres. Si los policías realmente persiguieran a los ladrones, no quedarían ni policías.
Ya tienes una historia, entonces.
No creas. Me va a costar escribir algo sobre el coronavirus, como me ha costado antes escribir sobre la migración a propósito del éxodo de venezolanos. Salta un problema y, antes de que lo agarre, ya salta otro. Como escritor, me recomiendo a mí mismo aquietarme y no escribir para la coyuntura. El pasado es un terreno en el que el teatro interviene bien. En cinco años, veremos que el 2020 fue el año de la pandemia, pero también fue el año en el que se desnudó la corrupción, la incapacidad del Estado.
¿Con el teatro ves el pasado y con la publicidad, el presente?
Soy publicista hace 40 años y escribo teatro desde que tengo 16. La publicidad se hace con objetivos y responde a coyunturas específicas. Nunca tuve planes para ser publicista o escritor, cuando era niño yo quería ser profesor de educación inicial, pero en ese tiempo, en 1976, no aceptaban hombres. Hasta hoy creo que no aceptan hombres, no he visto ningún profesor de nido. Bueno, antes de conocer a Sará Joffré, que me hizo escribir teatro, hice una rifa entre todas las profesiones que podían hacer feliz a mi mamá y me salió Ingeniería Geológica, y postulé, ingresé a San Marcos, pero no terminé. A las justas inicié. Yo empecé a escribir teatro por impulso de Sara Joffré, a quien yo le llevé un par de cuentos. Ella no me los recibió y me dijo “sabes qué, mejor escribe teatro”. Y desde entonces lo hago. Escribir teatro te hace volver a mirar las cosas y te das cuenta de que este es revelador de elementos que trascienden a lo social. Y eso es valioso.
Es simbólico que el libro sea editado cuando los teatros están cerrados y reinventándose de forma virtual, algo que ha generado polémica.
Creo que, como en todo, lo importante es mantener vivas las cosas. Si uno está en cuidados intensivos, boca abajo y entubado, siempre habrá alguien que te diga que eso no es vida. Pero es una forma de vivir y de caminar a la sanación. Siempre habrá quien diga que esto no es teatro. Pero es una forma de mantenerlo vivo. Así hay que entender estas actividades teatrales que los mismos teatreros no sabemos si llamar función, proyección o llamada. Son las UCI del teatro. Además, este es el presente y el futuro cercano. La gente ahora se muere por salir, pero quien sale... ¿va a ir al teatro? No, primero, porque están cerrados y, segundo, porque su economía va a estar mermada. Vamos a competir con el pollo a la brasa como el gustito del fin de semana.
Revisar tu obra es revisar Lima, de alguna forma. ¿Amas, odias, amas y odias a Lima?
Lima es una ciudad la gente siente que no la escuchan. Si la gente dice “oiga, por favor”, se siente tonta, porque aquí hay que hablar como se maneja, empujando al otro. El que no habla así no es limeño. Y ahora, si reclamas por espacio o distanciamiento social, te van a decir si eres pobre o enfermizo, qué haces en la calle.
Y ahí podemos hablar de los privilegios...
Cuarentena van a hacer los educados y los que puedan pagarla y la calle va a ser la condena de los que no pueden. Como se echaba al bosque fuera de los feudos a la gente que no pagaba sus impuestos, no cumplía sus obligaciones o tenía alguna enfermedad. La calle es el bosque. ¿Tienes plata para estar en tu casa y pedir delivery? Cuarentena para ti. ¿No tienes plata? A la calle. La pobreza te condena al contacto. La gente con dinero puede comprar silencio y espacio.
La marginalidad cruza toda tu obra, ¿te asombra, te interpela, te cuestiona?
La marginalidad me lleva a cuestionar lo que se da por normal. Por ejemplo, un montón de viejecitas muriéndose de hambre en una casa, son marginales, y lo primero que te preguntas es dónde está su familia, el Estado, el municipio, la iglesia. Las áreas de marginalidad son más grandes que el cogollo de la normalidad. Si logras entrar en la PEA ya no eres un marginal, pero ¿cuánta gente lo logra? marginal es el loco callejero, pero, ese policía coimero, ¿también? Creo que en este país todos somos marginales de alguna forma y no lo sabemos porque creemos que es la normalidad.
¿La cultura es el hijo marginal del Estado?
No lo sé. Yo creo que para llamar “hijo” a alguien tienes que mantenerlo, y el Estado es un padre peruano que puede que llame a la cultura “hijo”, pero no se encarga de él, no lo hace crecer y aún así dice que lo quiere, que es quizá la definición del padre peruano.
¿Cómo se sobrepondrá el teatro a la pandemia?
Hay que crear más formas de darle teatro a la gente, sobre todo si el Estado no invierte en la cultura. Vamos a tener que empezar a buscar formas distintas de hacerlo, como en los 70, que se hacía teatro subiendo al bus, se hacía teatro en los parques, y no era un teatro cómodo: venía la policía y te sacaba a palos, pero tú volvías. Va a tocar hacer teatro en garajes o en las esquinas.
¿Vas a escribir piezas para Zoom?
Sí, claro. Es distinto, pues apuntas a trabajar con menos recursos en escena. Hay que pensar cómo hacer una pieza creativa con recursos limitados, pero yo voy a seguir escribiendo. Yo escribo para emocionarme y, generalmente, la emoción llama a la acción. Si yo me emociono y el director, el elenco y un inversionista se emocionan, pues el público también se puede emocionar. Hay que mantener al público con ganas de emocionarse alrededor del arte, no solo del fútbol. El fútbol demuestra que pueden pagar por lo que los emociona. Esa emoción hay que encauzarla hacia la cultura.
¿Eso que te emociona tiene que ver con crear un nuevo presente o un nuevo futuro?
Tiene que ver con crear un nuevo yo. Ahora yo soy un payaso callejero. Ahora yo soy una viejita desesperada porque cree que la van a desalojar. Ahora yo soy...¿qué pensaría yo si fuera...? Esa una mezcla de conjugar los miedos: soy un hombre de 60 años, población de riesgo, entonces cómo sería si decidiera contagiarme. Siempre que miro por la ventana tengo la fantasía de cómo sería volar hasta el piso cero. Pero no lo hago, no tengo tendencias suicidas.
Mirando el libro que recoge tus obras, ¿te reconoces en esos textos?
Sí, sí. Reconozco una angustia de raíz que es la que define a ciertas personas, una preocupación radical mezclada con rechazos, mezclada con afectos y que crea el tronco del árbol que uno es. Esa raíz sigue viva: es la mezcla de indignación con diversión que siempre he visto en el teatro. Tengo que estar indignado por algo y tengo que odiar algo aunque lo que acabe escribiendo sea una comedia.