Juan Casamayor
Juan Casamayor

Juan Casamayor y Encarnación Molina se embarcaron hace 19 años en una aventura en común. Además de compartir su vida personal, decidieron impulsar juntos un sueño editorial; este fue el origen de Páginas de Espuma. Desde entonces esta editorial independiente se ha ganado —con justicia— el respeto y cariño de pares, autores y público. Poseedores de un hermoso catálogo dedicado principalmente a la edición de cuentos, y abriendo espacio ocasionalmente para el ensayo, el sello ha apostado por autores españoles y latinoamericanos contemporáneos, pero también por el rescate de algunos clásicos de la narrativa breve.

¿Por qué Páginas de Espuma?
Al principio, buscando nombre, Encarni y yo teníamos claro que no queríamos que fuera Molina Casamayor Editores. Nos gustaba el nombre de una editorial que ahora desapareció un tiempo, pero que parece que ya está levantando otra vez vuelo, que se llama Lengua de Trapo. Queríamos que fuera así, un sintagma. Y buscando en la poesía del poeta Luis García Montero, que fue profesor en el primer año de Encarni en la Universidad de Granada, encontramos en un poema suyo páginas de espuma (El mar que se cierra y se abre como un libro con páginas de espuma). Nos gustó mucho. Es un nombre muy integrador, muy evocador, casi perfecto para una editorial de poesía. Nosotros publicamos cuentos pero bueno, ya no imaginamos la editorial sin este nombre.

El desarrollo de las editoriales independientes españolas es muy distinto al de las latinoamericanas. El mercado de España acoge mejor estas iniciativas.
El mercado tiene características distintas que pueden ser favorables cuando tienes una editorial que funciona mínimamente. En España se publican entre 80 y 90 mil títulos, de los cuales unos 14 mil son títulos de ficción, por lo que es un reto para una editorial independiente de tamaño pequeño y recursos limitados hacerse visible y viable. Esa riqueza bibliográfica es muy buena para el público lector, y un editor debe buscar un poco la fisura para entrar en la mesa de novedades, en el espacio de los medios de comunicación, hacerse un poquito un nombre y formar una comunidad de lectores. 14 mil títulos de ficción en una mesa de novedades abruma a cualquier librero, y este tiene que hacer una censura, no ideológica, ni siquiera comercial, sino de subsistencia para poder trabajar, conocer mínimamente los libros que ofrece y entusiasmar a su comunidad de lectores. Tenemos también ventajas de un sistema europeo, que tiene más librerías, posibilidades que vienen por parte de las administraciones públicas..., aunque también he aprendido que hay que labrarse un trabajo editorial independiente de estas.

¿Cuál fue el mayor reto de Páginas de Espuma para alcanzar la excelencia?
El primer reto que tuve fue montar la distribución. Antes de publicar un libro, teníamos distribución en España. Yo tomé los catálogos de Tusquets y Anagrama y pregunté quién los distribuía en España, los vi y me dirigí a ellos. Ese fue el primer reto, porque crear la coherencia de un catálogo y una política de autor era un reto de fondo, y teníamos claro que queríamos trabajar en torno al cuento. Ese reto ya estaba ahí, sobre todo porque se nos decía mucho que el cuento no vende. Bueno, dos décadas después, Páginas de Espuma sigue estando y goza de buena salud.

La afirmación “el cuento no vende” parece más española que latinoamericana.
Es verdad que es una idea que procede más del otro lado, pero sobre todo de quien ha creado modelos de venta y de lectura de libros, básicamente los grandes grupos. Con esto no digo que los editores independientes seamos la salvación y los grandes el ogro. Lo que pasa es que en varios países latinoamericanos su gran tradición literaria y varios de los nombres más importantes de su escritura tienen una obra cuentística fundamental. En los lectores de aquí sigue habiendo un prestigio enorme en torno al cuento. Aquí no hay nada que reivindicar; aquí si te digo que el cuento es un trampolín para la novela, me vas a mirar feo.

¿Crees que el trabajo del editor es lo suficientemente valorado por el público?
Creo que el trabajo del editor debe ser invisible. Yo no necesito salir en ningún lado, quienes deben hacerlo son los libros y los autores. Luego, la relación del autor con el editor debe ser muy estrecha. Y yo, además, no creo ni quiero ser editor de libros, sino de obras de autores. La gran suerte que tengo como editor es ser testigo del crecimiento de un escritor, en mi caso a través de la narrativa breve, y ver cómo los últimos 15, 20 años han ido trabajando Andrés Neuman, Antonio Ortuño, Samanta Schweblin o Fernando Iwasaki. Yo no quiero que a los autores se les caiga de la boca “es que mi editor…”. También te diría que eso hay que ganárselo, pero no es una cosa que me quite el sueño.

Hablaste sobre la discriminación que aplican los libreros ante la gran oferta literaria actual. ¿Cómo pasan los libros de cuentos este filtro?
Ahora hay un momento creativo en torno al cuento maravilloso. Llevamos casi dos décadas editando y acompañando y descubriendo escritores, que además pueden ser poetas o novelistas, pero reivindican su faceta del cuento y se sienten cuentistas. No me engaño, la novela es el género predilecto de la industria y por lo tanto del lector, pero es verdad que ahora se venden más libros de cuentos que antes. El librero lo ve con menos suspicacia; pero, más allá de esta situación, hoy los editores tenemos que estar constantemente hablando y cargando de razones y motivos a los libreros para que tengan tu libro y lo recomienden con la misma pasión que tú.

¿Fue muy difícil entrar en el mercado Latinoamericano?
Yo no lo recuerdo tanto como una dificultad de empezar a entrar. Recuerdo que estaba todo revestido de ingenuidad. Nosotros comenzamos a publicar a autores latinoamericanos en España simplemente porque nos gustaban. En ningún momento pensamos (sí, habríamos tener que sido más profesionales), que podríamos exportarlos. Sí que me ha costado, pero a un nivel técnico, pragmático, pero lo que pasa es que lo que hemos conseguido ha sido con perseverancia. Desde el año 2003 en viajar dos veces al año a Latinoamérica, tanto a la feria del libro de Buenos Aires como a la de Guadalajara, y con el tiempo, aprovechando que íbamos a Buenos Aires, íbamos a Bogotá, veníamos a Lima, Santiago, Quito, Montevideo...y así, año a año, consiguiendo una buena distribución. No es que me haya costado de una forma incisiva, pero sí que nos ha costado en tiempo, ha sido un trabajo de varios años. A medida que el catálogo ha crecido y hemos podido demostrar a los interlocutores que teníamos un corpus de títulos que podían interesar de una forma notable a los lectores de los distintos países americanos, hemos podido entrar. 

¿La moda de la autoficción también ha llegado al cuento?
Sí, pero aquí tengo una anotación. Habría que decir hasta qué punto la literatura no es autoficción. Hasta dónde llega esa autoficción. Cuántos grados de autoficción tiene una obra. Cuándo decimos esto es autoficción y esto ya no. Tengo libros de cuentos, como La vaga ambición de Antonio Ortuño, que ha sido sometido al análisis de la autoficción, pues muchos se preguntan si los avatares de ese escritor en México que ha perdido a su madre como la perdió Antonio Ortuño, es él, si esa mujer que tiene y esas dos hijas que tiene el personaje son las que tiene él. ¿Qué decimos? Es verdad, que la autoficción como forma de ver la escritura en estos momentos ha calado hasta el punto de que mis distribuidores hablan de autoficción. O sea, cuándo un distribuidor fenicio habla o pregunta ¿pero este libro es de autoficción? como si le estuviera dando el vellocino de oro. Yo creo que hay cierto hartazgo y cierta impostura, y creo que estamos hablando de una forma de ver la literatura que la literatura en algunos momentos ya vio. Parece que hemos descubierto América, cuando fue América quien nos descubrió a nosotros. No es tan sencillo como que los escritores hayan escogido entrar en este registro, y te lo digo como editor, sino que hay cierta vocación de la industria editorial porque ciertos libros se conviertan o se vendan como la autoficción.

Aquí hay editoriales independientes que para sobrevivir realizan ediciones en las que el inversor es el autor, ¿Páginas de Espuma también acepta este tipo de trabajo?
No. Páginas de Espuma no publica libros cuya iniciativa no corra por cuenta de la editorial. Hay algunas editoriales en España que lo hacen, pero nosotros no. 

¿Sale a cuenta la edición de clásicos?
Es que no solo hacemos reediciones de libros ya editados. Lo que se ha hecho es actualizar traducciones. Por ejemplo, los cuentos de Chéjov, hasta que hicimos la edición nosotros, no estaban completos. De las seis mil páginas en ruso que ha coordinado Paul Viejo, había ciento y pico cuentos sin editor de Chéjov. El problema es que en la bibliografía en español tenemos unas ausencias notables. No tenemos todos los cuentos de Maupassant, de Chéjov, Pessoa, y ese es el trabajo que estamos haciendo. Va por hacer ediciones completas, en orden cronológico, que para mí es muy importante. Si tienes la paciencia de leer dos mil páginas de un escritor en orden cronológico, te haces una idea muy exacta de la evolución de la obra de ese autor, y creo que eso lo hemos conseguido a través de las ediciones de cuentos completos de autores cuya obra es fundamental. Empezamos con el triunvirato: Poe, Maupassant y Chéjov. Además viene con anotaciones, dónde y cuándo se publicó, cuáles son las ediciones españolas en las que aprareció ese cuento. Todo.

¿Cómo afecta la piratería en la red a las ediciones independientes? ¿Hay futuro en el libro electrónico?
Hay mucho por ver sobre el libro electrónico. No se lee más en libro electrónico. Te invito a que entres a la Federación de Gremios de Editores de España y veas el informe de comercio interior del libro en España y verás las cifras. Otra cosa es que la piratería en un país como España sea un problema fundamental por la piratería que está difundida a través de lo digital y lo electrónico. Pero en estos momentos no es negocio el libro digital y los lectores de una forma muy masiva siguen comprando el libro en papel. Yo tengo casi la mitad del catálogo de Páginas de Espuma en digital, todo el cuento contemporáneo, y la facturación no llega al 3%. No es verdad que se lean más libros electrónicos en ninguna parte del mundo.

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