Marta Sanz: “Uno no debe estar todo el tiempo ‘vendiéndose’” - 2
Marta Sanz: “Uno no debe estar todo el tiempo ‘vendiéndose’” - 2
Jorge Paredes Laos

Si algo define a Marta Sanz, es su posición expectante, lúcida y crítica frente a la cultura contemporánea, frente a eso que algunos denominan civilización del espectáculo, a la que hace referencia en Farándula, su última novela. Ahí, a través de la vida de un puñado de actrices y actores de teatro, ella recrea ese mundo de lentejuelas y apariencias donde el éxito coquetea siempre con el fracaso, y donde la fama no está lejos de la soledad y el abismo existencial. Es que los libros de Sanz no solo giran alrededor de historias, sino también alrededor de ideas. Sobre eso conversamos con la escritora madrileña, en el pasado .

En el Perú la palabra farándula alude a un mundo frívolo que aparece en los diarios amarillos, un mundo de vedetes y futbolistas que tiene su propio modo de representación, el cual ha ido mutando hacia otros escenarios, como los de la política, por ejemplo. Acá decimos que algo se ha ‘farandulizado’ cuando se ha vuelto banal o grotesco. ¿En España existe esta misma lectura sobre esta palabra?
Creo que en España la acepción es muy parecida, por no decir idéntica. Y a mí me interesaba recoger esa acepción porque justamente en Farándula hablo de un cambio de modelo cultural, uno de cuyos aspectos tiene que ver con la banalización de la cultura y al mismo tiempo con la espectacularización de la política. Más allá de eso, es verdad que los escritores andamos jugando con las palabras y nos preocupamos mucho por cómo suenan, además de qué significan, y a mí farándula me sonaba hermosa, tiene una sonoridad estupenda. Pero, como te decía, desde el punto de vista ideológico, era eso justamente lo que quería contar, cómo en un momento determinado, a partir de una serie de condicionantes que tienen que ver con la globalización y las crisis económicas, la cultura ha pasado a tener un lugar accesorio. Como mujer dedicada al universo de la cultura, con Farándula estoy expresando mi incertidumbre, mi miedo, alrededor de este cambio; pero también, porque el libro es además una sátira, cierta rabia por las cosas que suceden en lo político, social y económico, pero también en lo cultural.

Farándula es esa mirada al mundo del teatro y de los actores, donde hay dos palabras que caminan juntas: éxito y fracaso. En la novela satirizas sobre un tema que termina siendo la representación de la sociedad, esa teatralización de esta cultura hipermediática que vivimos ahora.
Yo quería un poco que el mundo teatral fuera una metáfora de todas las cosas que están sucediendo; por ejemplo, en el espectáculo, como bien dices, nosotros tendemos siempre a ver la lentejuela, la parte hermosa, las alfombras rojas, los pendientes de esmeraldas de Angelina Jolie, pero detrás de todo eso, o para que todo eso pueda existir, está el trabajo de mucha gente que no es tan visible y que vive en condiciones de precariedad. Yo quería mostrar cómo también en las profesiones culturales existen clases sociales, y junto a Angelinas Jolies o a gente muy famosa, hay también quienes llegan a fin de mes con grandes dificultades. En la cultura sucede eso que explica el economista estadounidense [Joseph] Stiglitz, que se está abriendo una brecha de radical desigualdad en la que o lo eres todo o no eres casi nada. En Farándula esos personajes aparecen en segundo plano. Y luego respecto a lo que hablas del triunfo y del fracaso es verdad que en las profesiones culturales hay como una neurosis porque tú tienes la sensación de estar excesivamente visibilizado y puedes llegar a sentirte muy vulnerable. Quieres aprovechar esa visibilidad para hacer cosas buenas pero, al mismo tiempo, eso genera una contradicción que en Farándula se simboliza a través del personaje de Daniel Valls. Hasta qué punto uno puede ser crítico con un sistema que te premia. En mi caso se ha producido una paradoja…

Lo dices por el Premio Herralde que te dieron precisamente por Farándula…
Claro, yo antes era una escritora que tenía un prestigio literario y un número de lectores razonable, pero de repente los focos del Herralde me han hecho vivir en una posición en la que me cuesta encontrar mi lugar. Yo siento, por una parte, mucho agradecimiento y una alegría enorme por poder conversar con nuevos lectores y, por otra parte, experimento como una contractura, una incomodidad… Pero he decidido que ya está bien y lo que uno tiene que hacer es aprovechar los micrófonos para decir lo que cree que debe decir.

Hoy los rostros de los escritores que se mueven en el mercado editorial aparecen reproducidos en grandes paneles como antes solo se hacía con los actores de cine. Es decir, la literatura, que era más bien un oficio solitario, está cambiando, y hoy un autor tiene que mostrarse y exponerse más. Alessandro Barico decía que, si un escritor es mediáticamente más atractivo que otro, tendrá más éxito, descontándose, obviamente, la calidad de sus libros.
Yo creo que todos estamos sometidos a esas leyes  tiránicas del mercado que a veces nos colocan en posiciones absolutamente ridículas. No creo que un escritor debe estar todo el tiempo ‘vendiéndose’, sino que sus libros deben ser la manera de comunicarse con los demás… Hay una cosa que me encanta, y es participar en clubes de lectura, tener la posibilidad, no de vender tu libro a lectores que no te conocen, sino de hablar con lectores que te han leído y que te pueden discutir cosas.

Lograr un enriquecimiento mutuo.         
Ese es un privilegio enorme. Lo que no me gusta es lo otro, lo que tú decías, tener la sensación de estar vendiéndote, de tener que hacer muchas entrevistas para salir en todos los medios, de tener que estar en las redes atento a todo. Todo ese ruido me molesta. Creo que lo que tenemos que hacer nosotros es observar la realidad, observar la literatura, intentar establecer un diagnóstico y utilizar el lenguaje para sacar el dibujo escondido en la alfombra, y ese es nuestro trabajo. Luego, también hay una cosa con la que tenemos que romper, es decir con ese mito romántico de la comunión de las almas. Yo no soy una escritora que me comunico con los lectores desde la soledad de mi cuarto; yo creo que los escritores y escritoras somos personajes públicos, y que tomamos la palabra porque pensamos que tenemos algo interesante que decir. Y para acabar, pero relacionado con tu pregunta, yo creo que todas estas cosas ocurren, por supuesto, por el modelo económico en que estamos, seríamos muy ingenuos si pensáramos que esto no es así. Y porque ese modelo económico ha propiciado que cada vez más la cultura se asimile al espectáculo y no tanto a la educación.


Noviembre del 2016. Bon Jovi, Hillary Clinton y miembros de su equipo de campaña posaron para el reto del maniquí, en el jet de la excandidata. (Foto: Twitter @HillaryClinton)

Noviembre del 2016. Bon Jovi, Hillary Clinton y miembros de su equipo de campaña posaron para el reto del maniquí, en el jet de la excandidata. (Foto: Twitter @HillaryClinton)

—La novela negra—

En Black, black, black has hecho un juego con la novela negra. Has introducido el personaje de un detective gay, además de otros elementos distintos al género...
Con los años me he dado cuenta, y hablo desde la modestia absoluta, de que en Black, black, black, intenté hacer un poco lo que hizo Flaubert con Madame Bovary, que era escribir una novela que fuera un folletín, al mismo tiempo que no era un folletín, y de esa manera visibilizar ciertos hábitos de lectura de una época. A mí en Black, black, black, por una parte, y eso está contenido en el título, me interesaba mucho la contundencia del género negro para poder practicar la denuncia social como en las novelas de Hammett o de Chandler, ese ‘¡black, black, black!’ contundente que nos hace ver las zonas oscuras de la realidad, pero, por otra parte, tenía la sensación de que eso también se había convertido en ‘bla, bla, bla’, que eran novelas previsibles, que no desconcertaban al lector, y que no lo sacaban de su espacio de confort.

¿Novelas de fórmula?
Exactamente, a mí me interesan las novelas que me sacan de mis casillas. Las novelas que, por cómo están escritas, me obligan a mirar la realidad de otra forma y reformular mis pensamientos. Entonces, decidí con Black, black, black contrariar el deber ser de la novela negra y crear una en la que la trama de repente se rompiera, y el lector tuviera que preguntarse por qué tanta violencia en el género. Es decir, reflejar la violencia real hacia  las mujeres, los niños, los ancianos, hacia los pobres y los sectores desfavorecidos.

Hay una discusión antigua sobre la función social de la literatura. ¿Qué opinas?
Yo, en ese sentido, no sé si soy ingenua pero para mí en la literatura el fondo y la forma son absolutamente indisolubles en la misma medida que la estética es indisoluble de la ética. Es lo que te decía antes, yo creo que las formas artísticas están reflejando una manera de entender el mundo, eso es ideológico. Yo creo que cuando tú tomas la palabra lo haces desde un punto de vista ideológico para bien o para mal. La gente asocia lo ideológico solo con lo político de izquierda, yo creo que ahí nos estamos equivocando.  Para mí eso es igual de ideológico y de político que cuando la gente va al cine y ve Cuando Harry encontró a Sally, o sea hay una lectura ideológica de la realidad, hay una manera de entender las relaciones afectivas que nosotros, como lectores y lectoras, como espectadores y espectadoras, estamos metabolizando. Nada es neutro, nada es aséptico y creo que presentar las cosas así a veces es incluso deshonesto.

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