Pablo Milanés es uno de esos artistas que parece haber estado siempre aquí, junto a nosotros, cantándonos. Como si su voz nos perteneciera un ratito para tomar cada palabra de sus temas y construir mundos más puros, territorios donde la libertad o el amor se miren siempre a los ojos. “El breve espacio en que no estás”, “Años”, “De qué callada manera”, “Yo pisaré las calles nuevamente”, “Yo no te pido” o “Cuánto gané, cuánto perdí” son ejemplos notorios de una sensibilidad particular, cubana y universal al mismo tiempo. Aunque lo hayamos hecho muchas veces, basta escuchar “Yolanda” para saber con certeza que no puede ser no más que una canción, tal como sucede con el resto de su amplio y poético repertorio. Este hombre que está a poco de cumplir 74 años —y que quedó como nuevo tras un trasplante de riñón realizado hace poco más de dos años— ha decidido que esas canciones maravillosas deben ser compartidas en un escenario con otras menos conocidas, pero igual de queridas por él. Para concretar ese deseo llega en unos días a Lima, que será el punto de partida de su gira “Canciones para siempre”, que lo llevará también a Nicaragua, Argentina, México o España. Antes de su llegada conversamos con él.
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El 29 de setiembre del 2001 en el concierto “Todas las sangres” con la recordada Mercedes Sosa y Víctor Heredia. (Foto: Archivo El Comercio)
¿Qué es lo que más le entusiasma de realizar una gira como esta?
Lo que me da mucho gusto es poder empezar con una serie de canciones que prácticamente estaban olvidadas, y algunas que no se han conocido. Tengo 50 discos publicados y pocas canciones que se conocen de esos discos. Hay temas que cantan todos, pero otros quedan relegados. Mi propósito ahora es dar a conocer esas canciones, como una manera de regalárselas al público y darle una segunda oportunidad para oírlas.
Luego de más de 50 años de carrera, ¿cuál es el estímulo más fuerte para seguir subiendo al escenario?
El contacto con el público. Me he dado cuenta, hace muchos años ya, de que el contacto con el público es inigualable. Eso no tiene comparación y es lo que me da deseos de trabajar todos los días. Hace poco me llamaron de España y me preguntaron cuántos días podía trabajar por la cuestión de los viajes y la gira, y yo dije: “No, pero si yo quiero trabajar todos los días”. Estoy ávido de trabajar frente al público, de tener esa comunicación que he tenido siempre con él.
Y seguir así hasta siempre…
Si me preguntaras cómo quiero morir, te diría que sobre un escenario. Aunque para muchos puede ser un lugar común, yo creo que es una cosa muy real y positiva para todos los artistas que se han mantenido vivos gracias al favor público. Yo más que nada, más que el propio disco, lo confieso, prefiero la confrontación personal con el público, y eso es lo que me mantiene hoy en día con ganas de seguir trabajando. Hay conciertos en los que pasa que oigo hasta el volar de una mosca o un mosquito o cualquier bichito que esté alrededor de mí, porque el silencio es espectacular. Hay veces en las que, en un lugar de cinco mil personas, escucho como si fuera un concierto de cámara, algo muy íntimo.
¿Por qué cree que se ha mantenido por tanto tiempo su conexión con el público?
Yo creo que es la magia de la comunicación, la de poder tocar con palabras, con música, y que te entiendan. Dar un mensaje que sea contemporáneo, que sea comprensible para el público, la melodía, los textos. Creo que hay muchas cosas que hacen que se produzca esa magia. Me ha pasado, incluso, que en muchas actuaciones ha habido gente que me dijo: “Pablo, lloré con tu obra”. Y eso me impresiona porque, con una obra que uno hace para que sea escuchada o analizada con determinada serenidad, la gente se emociona hasta el punto en que puede llorar. Esto va más allá de las pretensiones de uno y creo que se logra con una alta espiritualidad y comunicación entre el público y uno. Creo que el mensaje es importante, la cotidianeidad de este, la receptividad del público. Son millones de cosas secretas que se producen y, al final, el resultado es esta conexión.
Esta gira se llama “Canciones para siempre”. Más allá de la idea directa, ¿para usted qué hace que un tema se convierta en algo imperecedero?
Que tenga un mensaje, que siempre se pueda cantar, que no tenga etapas, no tenga fecha, y que sea eterno. Creo que hay muchos mensajes eternos para el ser humano, el espíritu, la poesía, que tienen validez siempre. Hoy podemos leer a poetas del siglo XVII o XIX porque escribieron cosas para siempre, y así sucede con la canción. Hay canciones que se mantienen en el gusto del público por esas cualidades.
De la vasta y magnífica tradición de la música cubana, ¿cuáles puede decir que fueron sus primeras influencias y, entre estas, cuáles se mantienen hasta hoy?
Yo creo que se mantienen todas. En mi casa, en la radio, cuando yo era pequeño, se escuchaba mucha música popular cubana de la buena. Bueno, la verdad, la música popular cubana cuando yo era niño era toda buena. Escuchaba mucho a cantores de la trova como María Teresa Vera, Lorenzo Hierrezuelo, el dúo Los Compadres, que sé que en Perú se han escuchado y se conocen. Mucho danzón, mucha música popular bailable que tocaba Félix Chapottín, una de las grandes orquestas populares cubanas; Arsenio Rodríguez, que en 1948 se fue a Estados Unidos e influenció a toda la música norteamericana. Música que me influyó tremendamente, que oí en la radio y en las vitrolas que tenía la gente en la calle.
Una foto histórica con su gran amigo, el poeta César Calvo. (Foto: Archivo El Comercio)
Usted ha reconocido la influencia en su música de Neruda, Guillén, Martí, pero también de Vallejo. ¿Cómo puede reconocerse esto? ¿Cómo llegó la poesía de Vallejo a sus manos y a su vida?
La poesía de Vallejo fue una cosa sensacional en Cuba; influyó a todos en el movimiento de la Nueva Canción en Cuba. Creo que fue el poeta que más lo hizo y, confesado por todos nosotros, independientemente del estilo de cada uno, el que más alimentó nuestra música de modo literario. Vallejo nos guio de una manera extraordinaria y profunda, y eso que leíamos a todos los poetas latinoamericanos, o norteamericanos, como Whitman, que fue uno de mis grandes poetas desde que comencé a leer poesía, pero Vallejo los superó a todos. Lo siento por encima de Neruda, de Martí o Guillén —nuestros grandes poetas nacionales—. Fue la gran influencia de nosotros.
En ese grado de sensibilidad extrema que tenía él…
¡Hombre!, siempre tratamos de igualar esa sensibilidad y ese humanismo y esa magia para llegar a la población, y para alcanzar a todos los grandes espíritus del modo que él lo hizo.
Hace un tiempo leí una entrevista a uno de nuestros grandes poetas y amigo suyo, César Calvo, en la que él, como gran amigo también de Chabuca Granda, reconocía que una de las más grandes influencias de ella al componer había sido usted, desde que oyó canciones suyas a fines de los años sesenta. ¿Lo sabía?Eso me contó César, porque era gran amigo mío, mi hermano. Él me dijo que Chabuca Granda tenía encima de su piano una foto mía, y yo no lo creía hasta el día en que conocí a una señora, cuando yo estaba dando un recital en México. La señora se aparece y me dice: “Yo soy gran admiradora suya. Yo no sé si usted sabe quién soy yo. Soy Chabuca Granda”. Yo me arrodillé y le dije: “Cómo no voy a saber quién eres tú, mi amor, si yo soy tu adorador y soy fanático tuyo y no sabes cuánto te admiro”. Y ella me decía: “No, porque yo también lo admiro a usted”. Fue un encuentro maravilloso allá en México, a finales de los años setenta.
¿Y qué significó ese encuentro con Chabuca para usted?
Bueno, uno no tenía entonces un sentido histórico de esos encuentros, las cosas pasaban así, de manera natural, como si nada. Tuve muchos encuentros con gente maravillosa, y con Chabuca no quedó ninguna constancia, no nos tomamos una foto, no hicimos nada, solo nos tomamos un café y conversamos mucho. Así pasó, como pasan muchas de las cosas importantes de la vida.
Es natural que todos cambiemos a lo largo de la vida, pero ¿qué cosas se mantienen iguales entre el Pablo Milanés que cantó “Mis 22 años” en 1965 y el de hoy, que está a punto de cumplir 74?
Yo creo que hay pocos cambios. Es más, creo que el único cambio es que, cuando van pasando los años, uno se va volviendo como un sabio de sí mismo. No de las cosas ajenas, sino de las que le suceden a uno, y comprende las diferencias entre lo que uno puede apreciar y lo que no. De los errores que cometió y de los que no comete más. De las cosas en las que creía fervientemente y en las que no cree porque la experiencia nos ha dado sabiduría para saber lo que es bueno y lo que es malo. Yo creo que, en eso, uno cambia y ya no es el mismo.
¿Cómo ve el movimiento cultural en Cuba actualmente, comparándolo con los sesenta, años bastante convulsionados?
Yo creo que no ha habido cambios. Creo que Cuba es una fuente cultural inagotable desde el siglo XIX, cuando surgen los movimientos culturales después de la Independencia, e incluso antes. Se han producido movimientos que tuvieron resonancia nacional e internacional desde entonces, y eso no ha variado. Creo que tanto los Estados Unidos como Brasil o Cuba fueron fuentes de influencia en el mundo americano, y son todavía muy fuertes porque trascienden y no hay quien los cambie. Ni un proceso determinado de orden social o, digamos entre comillas, “revolucionario” o “político”. Las cuestiones culturales son tradiciones y eso nada las cambia.
Pablo Milanés en su presentación en la XXXVI Festival en la Patagonia, Chile.
¿Siente que había una mayor energía o pasión cuando la Revolución era todavía joven y la gente allá, en su país, estaba llena de esperanza?
Sí, sí, yo creo que sí, que fue un momento de efervescencia, pero luego todo volvió a un orden. El momento de efervescencia fueron las libertades que se procuraron en esos días. Pero esas libertades se fueron aplacando en el sentido de que la Revolución tomó más matices políticos que otra cosa, y cuando se toman matices políticos ya las cosas vuelven a su lugar, las tradiciones vuelven a ser tradiciones, como pasó aquí en Cuba.
¿Qué cosas siente que es lo que más ha cambiado en la relación entre dicha Revolución y los cubanos?
Yo creo que ha cambiado mucho, aunque esas ya son conversaciones políticas más profundas en las que no quisiera entrar. Por lo que hemos hablado, y porque tú conoces ya mis comentarios por conversaciones anteriores y críticas anteriores sobre todo lo que está pasando. Pero ahora he tomado la determinación de ya no hablar de esas cosas. Prefiero seguir hablando de cultura.
Disculpe que insista en el tema, pero es mi deber como periodista preguntarle cómo ve el escenario de una Cuba sin la figura de Fidel Castro
Bueno, Cuba estaba sin Fidel desde hace diez años ya. Yo creo que a Cuba hay que verla con Raúl, alabar a Raúl o criticar a Raúl, y todo lo que suceda es responsabilidad absolutamente suya.
Y, en un contexto más amplio, un hombre con tanta sensibilidad como usted, ¿cómo advierte el escenario de un mundo en el que una persona como Donald Trump es presidente de los Estados Unidos?
Creo que es el error más grande que ha cometido Estados Unidos. Y hay que achacárselo no a Donald Trump, ni siquiera a los medios, sino a ese espíritu escondido que tiene gran parte de Estados Unidos, y que le ha salido ahora y que es muy peligroso.
¿Siente que, en un contexto como este, se necesitan más cantantes de amor o más canciones de protesta?
Creo que se necesitan más canciones humanas y que, en la medida en que las canciones sean humanas y capaces de llegar al sentimiento más profundo de las personas, estas van a responder positivamente. La espiritualidad y el corazón del ser humano están ahí, fehacientes, vivos, y nada más están esperando que les toquen esa fibra.
Llegado a este momento de su vida, ¿qué es la libertad para usted?
La libertad es todo. Es todo, más que todo, abarca todo, engrandece todo y glorifica todo. Creo que la libertad es lo máximo para el ser humano.
En La Habana, Cuba, con Gabriel García Márquez, el 9 de marzo del 2007. (Foto: AP)
A pesar de que muchos lo identifican con la etapa de las canciones sociales o con algunas canciones románticas con influencia del feeling, usted ha dedicado muchos años de su vida a revisar otros géneros, como la conga, el changüí, el guaguancó. ¿Cómo ha sido realizar ese trabajo casi de antropología musical?
Yo creo que ha sido un trabajo, en primer lugar, de investigación y de estudio. De mucho regocijo ha sido descubrir la cantidad de materia prima que hay en Cuba para hacer obras de arte y que no se explota hoy en día porque la gente la desprecia por nuevas expresiones que, para mí, no tienen ninguna validez y que son superficiales en muchos sentidos. Yo creo que la gente debería incidir más en todo lo que ya se ha hecho que en lo que está por hacerse.
El 2015 ganó un Grammy a la excelencia musical. ¿Qué significa para usted obtener un premio como este?
Bueno, yo te voy a decir la verdad: no soy de premios ni de ese tipo de reconocimientos. Fui porque los organizadores realmente fueron muy amables y no me podía negar ante esa amabilidad, y los compañeros míos que recibían ese premio también eran unos tipos extraordinarios a los que no podía dejar solos y tenía que acompañarlos a recoger aquel premio. [Entre los premiados ese mismo día estuvieron sus amigos Ana Belén y Víctor Manuel, además del recientemente fallecido Gato Barbieri]. Pero, en realidad, no creo en los premios. No creo que sean justos; hay una injusticia dentro de todos ellos porque no reconocen verdaderamente a la gente que vale. Por lo tanto, realmente no me impresionan los premios. Para mí lo realmente válido es el aplauso del público después de cada concierto.
Para terminar, me remito a la letra de una canción suya, y lo hago hablando en términos de emoción, sentimiento y experiencias: ¿cuánto ganó Pablo Milanés en su carrera cómo artista? ¿Cuánto perdió?
Bueno, gané el favor del público. Es lo más importante para mí, el amor del público, la atención del público y la magia que se produce entre este y yo cuando canto. Creo que eso es lo que gané. Y lo que voy a perder es la presencia de eso cuando me vaya, aunque cante hasta mi último día.
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