A menos de dos años del Bicentenario, los peruanos seguimos tratando de encontrar objetivos comunes para alcanzar nuestro desarrollo como nación. Y en esta tarea siempre viene bien darle una mirada a la historia para empezar a romper paradigmas que parecen anclarnos al pasado menos entrañable. En esa tarea se embarcó Eric Koechlin, quien estudió Historia de la Música y Economía en la universidad de Oregon, Estados Unidos, y presentó recientemente en la Feria del Libro Ricardo Palma su Guía del proceso emancipador 1780–1866, un volumen interesante, útil y bellamente ilustrado, editado por el Fondo Editorial del Congreso.
“Este libro busca, entre otras cosas, quebrar la idea de que la Independencia se basó en dos únicos grandes eventos: la proclama de San Martín en 1821, y la batalla de Ayacucho, en diciembre de 1824. El proceso fue mucho más largo y complejo: empezó en 1780 y duró hasta 1866”, explica Koechlin.
¿Qué hechos no atendidos fueron claves en ese largo proceso emancipador?
Este empieza con las insurrecciones indígenas, incluso antes de la revolución de Túpac Amaru II. Eso en cuanto al pasado de la emancipación, es decir, antes de 1821. E inmediatamente después no nos consolidamos luego de Ayacucho. La historia republicana del Perú es una historia de congresos no representativos, de caudillos hambrientos de poder, que con las justas tuvieron un año de gobierno o menos antes de ser derrocados por otro golpe de Estado.
Esta Guía busca resaltar, además de hechos, a personajes que se han mantenido en un segundo plano.
Sí. Les hemos dedicado bastante tributo a Bolívar y San Martín, que fueron los líderes independentistas de América del Sur, pero con ello hemos olvidado también a personalidades de gran importancia. Faustino Sánchez Carrión es alguien de inmensa trascendencia histórica. Lamentablemente, murió meses después de la batalla de Ayacucho, cuando comenzaban los intentos de nacer como república. Él quizá hubiese sido recordado como uno de los peruanos más grandes de todos los tiempos, era un genio político, además de un prócer de una inmensidad titánica. O el marqués de Torre Tagle, quien incluso fue acusado de traidor. Y sin su ayuda en Trujillo no hubiésemos podido asistir a las tropas extranjeras. De hecho, sin Torre Tagle jamás hubiese habido independencia en Trujillo, que para ese entonces comprendía casi la mitad del país.
El libro también le da importancia a la participación de las mujeres, los afroperuanos, los artistas, los científicos…
Se habla acaso de las mujeres de gran renombre, como Micaela Bastidas o María Parado de Bellido, pero también estuvieron las rabonas. Se habla de José Gil de Castro, que no era un pintor cualquiera porque retrataba a gente de la talla de Bolívar, pero tenemos también a Pancho Fierro, cuyos cuadros más importantes son de la comunidad afroperuana celebrando la Independencia; toda su obra se basa en el peruano común de clase media para abajo. En el capítulo de la gastronomía hablamos de Francisco Panizo, el célebre cocinero del pepián de camarones, que era un esclavo. Sí creo que hay personajes que tenemos que rescatar. El primer capítulo habla de Juan Santos Atahualpa, que reunía ashaninkas, shipibos, personas principalmente de la selva para rebelarse contra los españoles. Este capítulo nos demuestra que el sentimiento independentista no nace de los criollos sino de los indígenas e incluso de las tribus amazónicas que estaban alejadísimas del Virreinato.
El período del emancipador que establece llega hasta 1866. ¿Por qué?
Es recién en 1866 cuando realmente nos volvemos independientes de la corona española y renace un compromiso que fue establecido en el Congreso Anfictiónico de Panamá 40 años antes, y es esta unidad de los países independientes de América del Sur y la obligación de colaborar ante cualquier intento de supresión española o recolonización. Ningún país les da acceso a ningún puerto en Sudamérica después del combate del 2 de mayo.
Habla de una nación caótica, con caudillos ansiosos de poder. ¿Tenemos algo de eso después de casi 200 años?
Charles Darwin se refirió a la anarquía política que encontró en el Perú en 1835, y dijo eso, que este era un país lleno de caudillos que se mataban por el poder. Y no solo eso, también uno de instituciones débiles. De hecho, San Martín advierte al retirarse que no nos dejemos llevar por cualquier militar afortunado que quiera tomar el poder. El Perú del siglo XIX era un desastre, y en muchos aspectos todavía lo sigue siendo. Pero lo que me da optimismo es que constantemente estamos haciendo historia, y no solamente en el Perú, sino que en el mundo entero. Hay mucha información y la gente está dispuesta a salir a las calles para defender la integridad de su nación y luchar contra la corrupción. Hay esperanzas.