I
En su novela El almuerzo desnudo (1 959) , el escritor estadounidense William Burroughs afirma que el cáncer de toda sociedad democrática es la burocracia. Es un virus que se arraiga “en un punto cualquiera del Estado... y crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si no es controlado o extirpado, asfixia a su huésped, ya que es un organismo puramente parásito”. El Estado, en tanto organización total, y la burocracia como su parásito constituyen el núcleo mismo de esta enfermedad viral que corroe la sociedad contemporánea: un Estado que se sostiene con base en la generación artificial de conflictos que lo justifiquen como control, así como una burocracia que subsiste basada en la invención de necesidades que “expliquen” su razón de ser. Y el médium a través del cual se reproduce esta estructura parasitaria son, según Burroughs, la palabra y la imagen, es decir, la información procesada y distribuida a través de los medios de comunicación.
II
La única salida que ve Burroughs es atacar el virus —la burocracia— allí donde se instala, el Estado, y combatir el núcleo mismo de su parasitismo: la información. Para ello, sería imprescindible no entrar en el juego de las imágenes reproducidas por el sistema: toda imagen retroalimenta a esa máquina productora de imágenes. Lo único que queda es desconectarse. Como dice en Nova Express ( 1964) : “Interrúmpase todo el asunto —Silencio—. Cuando respondes a la máquina le proporcionas más grabaciones que serán oídas por tus enemigos y mantienes en funcionamiento toda la máquina nova —No respondas a la máquina— Desconéctala”. Se trata de que cada cual pueda reconstruir y recomponer los datos que tiene a su disposición sin recurrir a ese emisor. De este modo, el emisor, parásito por excelencia, no tendría ya dónde subsistir. No obstante, y más allá del apocalíptico diagnóstico de Burroughs, lo cierto es que, como afirma el teórico británico Mark Fisher en su ensayo titulado Realismo capitalista ( 2016) , la burocracia no ha desaparecido.
III
Con el triunfo del neoliberalismo, se suponía que la burocracia quedaría definitivamente obsoleta. Sin embargo, nada de eso ha ocurrido. La burocracia se ha reconfigurado adquiriendo una forma descentralizada que le ha permitido proliferar. Estamos en la época del management, el marketing y el coaching, y de los CEO (chief executive officer), gerentes y gestores (culturales, administrativos, educativos), que dirigen, coordinan o supervisan el funcionamiento de sus organizaciones estableciendo objetivos, aplicando evaluaciones, midiendo resultados, formulando declaraciones de principios, ejecutando auditorías, etc. Lo novedoso, señala Fisher, es que esta nueva burocracia “no toma la forma de un cuerpo de funciones específicas y delimitadas, sino de algo que permea a todas las áreas del trabajo y que hace que los empleados se conviertan en sus propios auditores”. Cumplir con todas las exigencias burocráticas de cara a una eventual inspección se convierte así en una pesada carga que desgasta a los individuos y deja sin efecto la promesa de un mercado en el que los intercambios entre los deseos de los consumidores se realicen sin la interferencia o la mediación de agentes regulatorios.