La historia de la humanidad podría dividirse en dos grandes momentos, cuando lo conocido se desordena por efectos de una guerra, hecatombe o pandemia; y cuando resurge la sociedad desde sus cimientos, en una etapa de reconstrucción y cambio, a la búsqueda del bien común. Ahí la idea de solidaridad resulta clave. Esta palabra, sin embargo, ha experimentado diversas transformaciones a lo largo de la historia.
Etimológicamente, proviene de la expresión latina in solidum que aludía a lo que estaba unido de manera sólida, a los elementos que constituían un todo, y se le empleaba en el campo de la construcción. Con ese sentido, pasó al derecho romano —como la obligación que tenían los diversos deudores de un todo—, y con el tiempo se fue transformando en una norma moral. Superada la Edad Media y con el renacer del humanismo, este término reemplazó a la caridad cristiana, desde una ética mucho más laica. Pierre Lerroux (1797-1871) retomó el término “solidaridad” para introducirlo en el pensamiento moderno. Como expone Isabel Pérez Rodríguez de Vera, catedrática de la Universidad de Murcia, en un ensayo sobre el tema, “Pierre Lerroux hace de la solidaridad una característica antropológica que la convierte en la base de la vida social; supera la división del género humano en naciones, familias o propiedades, estableciendo la unión entre los hombres. Este concepto estimado en su dimensión semántica se aproxima al termino filantropía”.
El deber social
Esta noción de solidaridad germina, además, en el escenario ilustrado del Siglo de las Luces y los ideales revolucionarios de igualdad, fraternidad y libertad, convirtiéndose en símbolo de la III República Francesa, en el último tercio del siglo XIX. Antes, pensadores como Rousseau y después Kant, afianzarían esta visión con sus ideas sobre la igualdad social y la búsqueda del bien común por encima de los intereses particulares. Auguste Comte, Émile Durkheim y León Bourgeois, con su libro Solidaridad (1896), perfilarían la dimensión política de esta palabra, refiriéndose al “deber social” de cada individuo frente a una colectividad; ideas que muchos han visto como los antecedentes del socialismo de inicios del siglo XX, pero también como el origen del concepto de democracia contemporánea.
Fue Bourgeois, Premio Nobel de la Paz de1920, también quien puso de manifiesto la necesidad de instaurar servicios públicos solidarios —en trabajo, salud y educación— para garantizar el bienestar. “En un terreno más concreto, el político Bourgeois preconizaba la creación de instituciones sociales que ‘sirvan de garantía a los individuos frente a los riesgos de la vida’, como la invalidez o la desocupación, haciéndolos recíprocos. Sus traducciones prácticas se irán precisando con el proyecto de instauración de un mínimo vital —no solo para aquellos que necesitan asistencia, sino incluso para aquellos que temporariamente se encuentran privados de medios de vida a causa de la salud, la desocupación o un accidente laboral—, la limitación de la jornada de trabajo, y, en un plano más general, la promoción de la educación pública, gratuita en cada uno de sus niveles”, escribe el filósofo Carlos Miguel Herrera, en el ensayo: El concepto de solidaridad y sus problemas político-constitucionales. Una perspectiva iusfilosófica (2013).
La solidaridad impuesta ya como derecho y no solo como deber sería, después de la Segunda Guerra Mundial, la base de la socialdemocracia europea y latinoamericana y de instituciones globales como las Naciones Unidas.
En la filosofía peruana
Por la misma época en que Bourgeois exponía sus ideas sobre la solidaridad, en el Perú Alejandro Deustua (1849-1945) enseñaba en la Universidad de San Marcos cursos de Estética y se refería a “la conciencia moral” del ser humano, una especie de “compenetración de lo ideal en servicio de lo real”. Y señalaba que para el desarrollo de dicha conciencia era fundamental la “actividad solidaria”.
“En su fuente, la moralidad es también producto de la libertad obrando sobre el mundo. Su tarea es la construcción de un orden en el cual, por la expansión de voluntades, alcance su máxima realización el espíritu humano. Esta meta, como ideal, implica la vigencia de la libertad y la sirve en cada uno de los actos del sujeto”, escribe Augusto Salazar Bondy (1925-1974), refiriéndose al pensamiento de Deustua en su clásico libro Historia de las ideas en el Perú contemporáneo. Es decir, norma y libertad compenetradas contra el egoísmo humano.
Salazar resalta la idea de solidaridad en el pensamiento de Deustua, como mediadora entre el individuo libre y la sociedad. “Deustua funda la solidaridad moral —escribe— en las manifestaciones primarias del acuerdo para la existencia”.
En el pensamiento de Deustua, como de los intelectuales franceses, la solidaridad era capaz de unir el bienestar individual al bien común. Algo que resulta clave en esos momentos en que la humanidad se ve amenazada seriamente por una pandemia.
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