Demetrio Túpac Yupanqui. (Foto: Omar Lucas/ El Comercio)
Demetrio Túpac Yupanqui. (Foto: Omar Lucas/ El Comercio)

Por: Mirian Túpac Yupanqui

El pasado 3 de mayo se cumplió un año de la partida de Demetrio Túpac Yupanqui, mi padre. Nacido en Cusco, estudió Filosofía en la Católica y Derecho en San Marcos, y luchó durante toda su vida con lucidez y energía envidiables por la difusión del idioma quechua, ya sea en los medios de comunicación, en los libros o en su academia Yachay Wasi. Por ello fue invitado por diversas instituciones nacionales e internacionales, como la Cornell University de Estados Unidos, para brindar sus lecciones del runa simi.

Uno de sus más grandes logros fue la traducción del Quijote al quechua, con el título Yachay sapa wiraqucha dun Qvixote Manchamantan, publicado en una edición de lujo por El Comercio, la cual fue admirada en el mundo entero, pues presentó esta obra en España, México, Argentina, Bolivia, Holanda, Francia y en la sede de las Naciones Unidas, en Ginebra, Suiza.

“No se ama lo que no se conoce”, solía decir. Por eso dedicó su vida a hacer que este idioma milenario fuera revalorado para que todos nos enamoremos de él. En sus clases, no solo enseñaba la gramática o la fonética del quechua, sino abría las puertas a las culturas andinas.

Mi padre sigue vivo a través del gran legado que dejó a la comunidad. A quien escribe este artículo y a mis hijos Joao, Patricia, Francia y Grecia, nos llena de orgullo y sentimos la obligación de continuar con su obra; en especial Patricia, a quien mi padre formó y preparó, y hoy es psicóloga y profesora de este maravilloso idioma. Sunquchalláy Demetrio, Kamahninchispa munayninwanqa, sunqukunanchispi tiyanki. Tupananchis kama. (Mi amor Demetrio, con la voluntad de nuestro Creador, vives en nuestros corazones. Hasta encontrarnos).

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