[Foto: Archivo]
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Fred Rohner


Hace solo unos días el Instituto de Opinión Pública de la PUCP (IOP) publicó una radiografía sobre los gustos musicales en el Perú.
El resultado de esta encuesta a nivel nacional reveló lo que ya otras encuestadoras han venido señalando desde hace un tiempo. Los peruanos vivimos bajo el influjo romántico de la cumbia o, para ser más exactos, preferimos por sobre todas las músicas que se escuchan en nuestro país la cumbia y las baladas románticas. Eso somos. Bueno, no, somos más que eso. El tercer lugar de esa encuesta lo ocupó el huaino; el cuarto lugar, la salsa, y el quinto, y nada desdeñable lugar, la música criolla.

A muchos puede sorprender esto último. Desde hace décadas que muchos pregonan la inminente muerte de la música criolla. Sin embargo, cifras más, cifras menos, su presencia es constante en este tipo de simulacros. ¿Por qué? En primer lugar, y eso lo revela también el IOP, la mayor parte de peruanos identifica dicho género como la música “nacional”, la que mejor representa a los peruanos. En segundo lugar, su presencia —aunque disminuida con los años— sigue siendo más o menos constante en algunas cuantas radios, al menos durante el almuerzo. Este es criollismo mediático y oficial.

No obstante, esa música criolla oficial tiene una contraparte underground en otros espacios, en otras escenas. Se trata de la música interpretada por un conjunto de románticos (viejos, no tan viejos, jóvenes e incluso niños) en una veintena de peñas caseras (no confundir con la idea generalizada de peña) y de centros musicales que se hallan desperdigados por toda la ciudad (sí, toda, en serio). Allí se interpretan otras canciones (que no suenan en las radios) y cada poco tiempo aparecen nuevas estrellas que nadie fuera de ese circuito cerrado conoce: cantantes, guitarristas, incluso compositores. Digamos que es una —hay muchas otras— de nuestras escenas indie locales. Y por ahora goza de mucha vitalidad.

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