'La muerte de Sócrates", de Jacques - Luois David. c1787. La sentencia al filósofo desató un dilemamoral en la Atena clásica.
'La muerte de Sócrates", de Jacques - Luois David. c1787. La sentencia al filósofo desató un dilemamoral en la Atena clásica.

Sócrates (470 a. C. - 399 a. C.), el gran filósofo griego, se suicidó, lo sabemos. Acusado de corromper a la juventud de Atenas y de no creer en los dioses de la polis, el filósofo fue condenado —es decir, obligado— a beber cicuta, un brebaje venenoso que paralizó su cuerpo comenzando por las piernas y llegando hasta el corazón, según cuenta Platón en el Fedón. Virginia López-Domínguez, doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, señala en un artículo escrito para la revista virtual Filosofía & Co, que, al elegir beber la cicuta en lugar de huir de la ciudad y de su condena, Sócrates se sacrificó por voluntad propia en aras de una norma superior a la individual.

A pesar de tratarse de sociedades que criticaban el suicidio porque este acto privaba a la polis de un ciudadano que iba a contribuir a la vida cívica, el suicidio forzado fue una práctica habitual en Grecia y Roma. Suponía un peculiar ejercicio de libertad para el sentenciado, quien, al ser declarado culpable, podía elegir entre suicidarse —tomando veneno o lanzándose sobre su espada, por ejemplo— o someterse a la voluntad del tribunal. El Fedón también cuenta que Sócrates optó por el suicidio con serenidad, pues la filosofía lo había preparado para la muerte. “Los que filosofan en el recto sentido de la palabra se ejercitan en el morir”, dice, y enseguida añade que los filósofos “son los hombres a quienes resulta menos temeroso el estar muertos”.

La reflexión ante el sentido de la vida es una constante en la filosofía desde la Antigüedad, y esto hace inevitable hablar también de la muerte y de la decisión de morir. Ya lo dijo Herodoto, contemporáneo de Sócrates: “Cuando la vida es tan pesada, la muerte se convierte para el hombre en un refugio codiciado”. Y así lo entendieron, de alguna forma, los filósofos estoicos. En “Sobre el suicidio en la filosofía estoica”, el filósofo argentino Marcelo Boeri explica: “Los estoicos son el modelo del filósofo defensor del suicidio en la Antigüedad; hubo varios suicidios célebres en la Antigüedad y muchos de ellos fueron de estoicos. Séneca, sobre todo, es el representante estoico más típico de quien da un consentimiento moral al suicidio: en cualquier esclavitud o forma de sometimiento, nos dice Séneca, el suicidio se presenta como una ‘vía hacia la libertad’ (via ad libertatem). Lo mismo puede aplicarse en caso de que nuestro ánimo se encuentre enfermo y sienta desdicha a causa de sus propios defectos”.

Anuncian homenaje a José María Arguedas
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¿Cómo se reflexiona desde la filosofía ante el dolor causado por la pérdida, la frustración o el agobio que se desencadena más de una vez en la muerte autoinfligida? Raschid Rabi, docente de Filosofía de la UARM, señala a Arthur Schopenhauer (1788 - 1860) como el referente de las reflexiones alrededor del dolor existencial. Decía Schopenhauer, padre del pesimismo metafísico, sobre el suicidio: “Lejos de ser una negación de la voluntad, el suicidio es un fenómeno de la más fuerte afirmación de la voluntad. El suicida quiere la vida y solo se halla descontento de las condiciones en las cuales se encuentra. Por eso, al destruir el fenómeno individual, no renuncia en modo alguno a la voluntad de vivir, sino tan solo a la vida. Él quiere la vida, quiere una existencia y una afirmación sin trabas del cuerpo, pero el entrelazamiento de las circunstancias no se lo permite y ello le origina un enorme sufrimiento”. Para Schopenhauer suicidarse, dejar una vida con la que no se está conforme, es como despertar de una pesadilla de horrores inaguantables.

Una reflexión distinta es la que hallamos en el ensayo El mito de Sísifo (1942), del filósofo francés Albert Camus (1913 - 1960), en el que plantea de manera contundente: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. En la tesis Silencio sobre lo ético, el problema del sentido de la vida y el suicidio en la obra temprana de Ludwig Wittgenstein, Raschid Rabi explica que Camus establece un distanciamiento entre nuestras acciones realizadas (el pasado) y las expectativas y anhelos (el futuro) con el presente, que resulta desvinculado de cualquier tipo de razón para vivir cuando la vida cotidiana termina siendo una concatenación de actos insignificantes que no llegan a consolidar el escenario en el que nos movemos. Pero, si bien Camus entiende que el hombre se puede encontrar ante una situación insuperable, que desborda sus capacidades, también postula que puede tomar conciencia y rebelarse ante ella.

Esa es la esencia del mito de Sísifo, el hombre condenado por los dioses a empujar por la montaña una piedra que, al llegar a la cima, caerá al suelo inevitablemente para que él vuelva a empujarla, viviendo, así, una vida circular. Pero Camus considera que no hay que imaginarnos a Sísifo como un ser miserable, pues él, consciente de su castigo, se rebela contra los dioses y lo disfruta. Al disfrutar el absurdo que constituye su condición la supera y sobrepasa.

Podemos decir que Ludwig Wittgenstein (1889 - 1951) llama a la decisión de no suicidarse el triunfo de la voluntad. “El problema del sentido de la vida, la separación entre nuestras expectativas y el mundo que nos acoge, es abordado por Wittgenstein desde el ámbito de lo ético”, dice Rabi. “A diferencia de posiciones que consideran la posibilidad del acto de suicidio como la mejor expresión de nuestra libertad, Wittgenstein es cauto ante el mismo, ya que su posible ocurrencia seguirá vigente mientras la voluntad cuente con el doble movimiento de salir de sí o replegarse en ella misma. Esta dinámica deja abierta la opción de anularse totalmente a través de la autoeliminación. Por tal razón, sostendrá en una entrada de sus Diarios filosóficos que la única norma ética a plantear —si esto fuera posible— sería la prohibición del suicidio”, añade.

Emil Cioran concedió en vida pocas entrevistas y rechazó honores. Vivió en la pobreza.
Emil Cioran concedió en vida pocas entrevistas y rechazó honores. Vivió en la pobreza.

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Por siglos el suicidio había sido visto como un pecado —condenado por la Iglesia católica— y en el siglo XIX llegó a verse como un acto producto de la locura. Sin embargo, Virginia López-Domínguez considera que la pregunta por el suicidio puede convertirse en una suerte de método de reflexión sobre la vida misma. Como sucede, por ejemplo, con Emil Cioran (1911 - 1995), quien hizo de este el tema central de toda su obra, pues lo abordó desde una perspectiva intimista y personal.

“Cioran considera, a partir de su propia experiencia, que nada justifica la decisión de existir. La vida es el lugar del hastío, del fracaso frente a la imposición de normas y modelos establecidos por otros de antemano, de la incomprensión, la indiferencia y la soledad, en definitiva, del sufrimiento. Ante todo, carece de sentido porque no escogimos nacer, de manera que la decisión de abandonarla no es susceptible de reproche o reprobación. Por el contrario, plantearse el suicidio representa implícitamente una prueba del poder que tenemos y, en especial, una demostración de que somos libres para hacerlo”, escribe López-Domínguez.

Cioran estaba convencido de que la idea del suicidio hacía posible sobrellevar el vacío de la existencia. Sin embargo, no hizo de su vida una performance de su teoría filosófica, pues no murió por su propia mano, sino a causa del alzhéimer.

En cambio Philipp Mainländer (1841 - 1876), seguidor de Schopenhauer y cuya obra influyó en Nietzsche y Cioran, sí se suicidó al terminar de escribir su libro Filosofía de la redención. Consideraba que su misión en la vida se había cumplido y que ya era capaz de liberarse de ella. Pesimista extremo, no solo reivindicaba el suicidio, sino también defendía la virginidad o la idea de detener la procreación, pues de ambas formas —al morir y al no dar vida— se disminuye la posibilidad del sufrimiento.

El escritor Ramón Andrés, autor del libro Historia del suicidio en Occidente (2003), dijo en una entrevista al portal Letras libres, a propósito de la reedición de su obra: “Querer acercar la muerte voluntaria a un asunto filosófico es desdibujar el problema, borrar su fondo. El suicidio no puede pertenecer nunca a la filosofía ni a la literatura, aunque en ambas ha sido y es un asunto crucial. En el acto voluntario de morir intervienen demasiados factores, a veces azarosos, y por eso mismo tampoco los puede determinar —como pretende, en las últimas décadas — la medicina psiquiátrica”.

Válido para la reflexión, sí, aunque ante un suicidio lo más probable es que el impacto ante un hecho que no acabamos de comprender nos deje, finalmente, sin palabras.

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