La precariedad es la gran enemiga de Lima. El 70 por ciento de sus casas es vulnerable a un terremoto.  [Foto: Alessandro Currarino]
La precariedad es la gran enemiga de Lima. El 70 por ciento de sus casas es vulnerable a un terremoto. [Foto: Alessandro Currarino]
Jorge Paredes Laos



Cada vez que ocurre un terremoto en algún lugar del mundo, se encienden las alarmas. Se habla de la destrucción y la muerte que traería una tragedia similar en Lima; de lo precarias que son la mayoría de nuestras construcciones; de los suelos, arenales y laderas vulnerables; de nuestra casi inexistente cultura de prevención. Después, pasan los días, y todo vuelve a la normalidad. Pensamos que nada va a ocurrir y regresamos a esa despreocupada cotidianidad. En más de 40 años, efectivamente, no ha pasado nada. Pero todo puede cambiar de un momento a otro. Los expertos advierten que un sismo de más de ocho grados en Lima destruiría hasta las dos terceras partes de la ciudad.

Aunque, lamentablemente, de las autoridades no se espera mucho, ¿existe alguna propuesta desde la academia y de los especialistas ante este peligro inminente?

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Desde mañana —hasta el 10 de marzo— se desarrollará, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Católica, Limapolis 2018, un workshop que , bajo el título de Hacia un Genérico Específico, buscará analizar las condiciones geográficas y climáticas de Lima para establecer ciertos patrones en estructuras, diseño y urbanismo que nos permitan paliar situaciones extremas como los efectos de un gran sismo. Como afirman los organizadores, la idea no es establecer modelos ideales, sino trabajar sobre lo que ya existe.

“En términos generales, hay que distinguir entre el reforzamiento de construcciones existentes y modelos estructurales en sí mismos. Nos interesa actuar en ambos frentes; es decir, cómo podemos intervenir masivamente en una ciudad que parece estar condenada al desplome”, dice el arquitecto Gary Leggett, uno de los organizadores del taller.

En síntesis, no se trabajará sobre los espacios formales de la ciudad, sino sobre lo que el arquitecto Manuel de Rivero llama “esa papa caliente”. Es decir, la Lima levantada de manera informal, con notables esfuerzos individuales de albañilería pero sin estudios de suelos ni el concurso de ingenieros ni arquitectos. Esa ciudad edificada sobre arenales, lechos de ríos, rellenos sanitarios o laderas. “Estamos hablando del 70 % de la ciudad donde existe una vulnerabilidad altísima. Por un lado, nos interesa dimensionar y visualizar el impacto que tendría un sismo en esas zonas para pensar cómo podemos reforzar las construcciones”, añade De Rivero, quien es el encargado de la unidad de Estructuras del workshop.

“Tal vez lo que necesitemos no sean reforzamientos individuales, sino colectivos. Me explico: en vez de que cada propietario refuerce su vivienda que ha crecido en tres o cuatro pisos, quizá la solución pase por juntar cuatro o cinco de estos predios para crear estructuras colectivas que, además, van a generar una mayor cohesión barrial. En vez de casas estables, vamos a tener grupos multifamiliares seguros”, añade el especialista.

Otra alternativa sería pensar en otros modelos y materiales de construcción como el uso de la madera, que ya comienza a dar buenos resultados en Japón y Chile. “Uno de los arquitectos que viene al taller —el chileno Juan Ignacio Baixas— es un experto en este tema”, dice De Rivero.

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Más allá del peligro sísmico, Lima está marcada por su geografía desértica y su clima nuboso pero sin lluvias. Esta versión de Limapolis está también enfocada a analizar estas condiciones. “Estamos acostumbrados a pensar el clima como un telón de fondo inofensivo —afirma Leggett—; pero, en realidad, este plantea una serie de exigencias, a veces ignoradas, que terminan destruyendo lentamente la ciudad. Un ejemplo de ello es la corrosión. Los fierros pueden terminar pulverizados cuando el concreto que los recubre es demasiado poroso”, advierte.

Además, existen otros efectos que, sin ser perjudiciales, generan nuevos retos: uno de ellos es la peculiar luz de nuestra capital, asociada generalmente a ese tono gris que tanto han hablado nuestros poetas y escritores. Al respecto, otra de las participantes, la arquitecta Malvina Arrarte Grau, paisajista y especialista en color, afirma que en esta ciudad de nubosidad baja, el paisaje natural se presenta neutro y es la arquitectura la que le da color. “Lima necesita color, no solo para compensar su acromía y levantar el ánimo, sino porque la luz difusa que se produce en esta latitud es blanca y causa deslumbramiento. Entonces, los objetos con los colores adecuados pueden contribuir a descansar la vista más que el blanco y los fondos de alta luminosidad”, explica.

Según Arrarte Grau, el color puede cumplir un fin expresionista o comercial o también crear pertenencia en avenidas y barrios. Por eso, añade que “debe decidirse con base en un análisis específico del objeto y del contexto”. “El color —añade— debe ser usado para revalorizar la arquitectura, no para destacar arbitrariamente cualquier construcción o elemento. Es importante que los matices sean apropiados, agradables, y que haya una intención de armonizar. Los días favorecidos por la luz del atardecer o por un cielo celeste hacen que las fachadas se perciban con una pátina dorada o con sombras inesperadas. El buen uso del color mejora la lectura del panorama de Lima y, en algunos momentos, sus efectos se presentan como un regalo”.

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