Mario Vargas Llosa hace en este ensayo una inteligente disección de sus padres ideológicos.
Mario Vargas Llosa hace en este ensayo una inteligente disección de sus padres ideológicos.
José Carlos Yrigoyen



A finales de los años setenta, Mario Vargas Llosa concluyó su viraje desde el socialismo hacia la doctrina liberal en una época cuando la gran mayoría de los escritores e intelectuales latinoamericanos seguía profesando una fe en la izquierda que ni la brutalidad de la dictadura castrista, ni la persecución de disidentes en la URSS, ni la represión de los regímenes del Pacto de Varsovia contra sus ciudadanos habían debilitado un ápice. En cambio el autor de La ciudad y los perros, siempre alérgico a los dogmas y a las justificaciones de sus colegas sobre los crímenes de los gobiernos totalitarios marxistas (como aquella tan desafortunada de Cortázar: “el gulag es un accidente de ruta hacia el socialismo”), comenzó a leer con pasión a los clásicos del liberalismo y a oponerse de manera activa a cualquier satrapía, sin importar el color que esta tuviera, a riesgo de sufrir la incomprensión de la intelligentsia de su tiempo e incluso no pocas diatribas del progresismo internacional.

Más de cuatro décadas después de aquella definitiva conversión, Vargas Llosa ha publicado La llamada de la tribu, un ensayo brillante en el que disecciona la vida y obra de sus declarados padres ideológicos: Adam Smith, Ortega y Gasset, Von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Son lecturas agudas, ciertamente admirativas; pero, a la vez, muy críticas cuando es necesario con las incongruencias y errores que estos pensadores cometieron y que muchas veces desprestigiaron el concepto que el resto del mundo tenía del liberalismo, como fue el caso de Von Hayek, quien defendió públicamente y hasta en dos ocasiones el régimen de Pinochet. El análisis que Vargas Llosa hace de los aciertos y gazapos de estos nombres tutelares resulta así una buena oportunidad de hacer las distinciones entre las ideas liberales y lo que él mismo ha llamado la derecha iliberal: aquella sectaria que cree que la libertad económica puede pervivir en medio de violaciones a los derechos humanos, elecciones fraudulentas y la censura, y que unge al mercado libre como solución a todos los problemas que una sociedad puede padecer.

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ensayo
La llamada de la tribu
Editorial: Alfaguara, 2018
Páginas: 311
Precio: S/ 59,00

Los siete apartados del libro delatan la pasión y lucidez con que han sido escritos. No falta en ellos algunos raptos de humor y sólidas refutaciones a los críticos de los baluartes del liberalismo que aborda. Pero lo más interesante es cómo uno puede rastrear la influencia de estos autores en la evolución política de Vargas Llosa. Un ejemplo es cómo la distinción entre libertad negativa y positiva de Berlin colaboró para que rompiera de una vez por todas con la tiranía castrista: aplicó estos conceptos en una columna dedicada en su momento al incidente de los diez mil cubanos que el sangriento déspota caribeño mantuvo cautivos durante 1980 en la Embajada de Perú en La Habana.

Además, es muy estimulante reparar en cómo las predicciones de Revel en El conocimiento inútil (1988) —libro pionero acerca de la posverdad y sus intereses—, así como las posturas de Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (1925) —quien intuiría la actual banalización de las artes plásticas sin llegar a adivinar los niveles de farsa a los que estas caerían—, fueron imprescindibles para la concepción de La civilización del espectáculo (2012). La comparación entre el discreto pero todavía vigente Raymond Aron y el histriónico aunque obsoleto Sartre es asimismo precisa para señalar el advenimiento de esa tendencia farandulesca que ha poblado la arena política de payasos como Pablo Iglesias o el chirriante Milo Yiannopoulos.

La llamada de la tribu es un libro que todos quienes se denominan liberales en el Perú deberían leer, especialmente en estos tiempos en que el término se ha prostituido tanto y se ha devaluado en manos de mercantilistas y derechistas monolíticos que se cuelgan ese rótulo mientras defienden el legado de un régimen autoritario, corrupto y criminal. Hacer esa distinción es primordial para ponernos a hablar en serio sobre el liberalismo en nuestro país, una tarea que hace buen tiempo toca reemprender.


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