Asegura que no practica la ciencia política con fines predictivos, pero le divierte constatar que las cifras de la encuesta que publicamos hoy, más o menos, las previó. Eduardo Dargent no quiere lucir optimista ni derrotista, pero sí le preocupa que la relativa popularidad de Martín Vizcarra en el poder aumentado del interregno no se emplee en una reforma del Estado.
—No hay violencia en la superficie como en Chile, ¿pero estamos viviendo cambios profundos?
Que no haya expresiones de violencia nacional masiva es buena noticia, pero también es un problema porque no se resuelven problemas de fondo. Sí hay protestas, pero no terminan de agregar, no se convierten en problemas nacionales.
—Las reformas de la justicia y de la política fueron insuficientes.
Las reformas legales son una parte pequeña de procesos grandes. Bienvenidas. Pero tenemos que hablar de una reforma del Estado, de reformas de índole productiva, más grandotas.
—Un combo formalizador e institucionalizador, ¿algo así?
El crecimiento no se traduce necesariamente en desarrollo, lograrlo es cada vez más complicado. Ahora no se genera empleo como antes, hay presiones medioambientales.
—¿Crees que una reforma laboral es necesaria, pero sin la receta de Confiep?
Correcto. Se habla de flexibilización, pero si no viene acompañada de otro tipo de empleo no dará resultado. Es muy complejo. Implica combinación de técnica y política.
—Aparentemente Vizcarra está fortaleciendo la política.
Es un gobierno que ha demostrado que puede entusiasmar a la ciudadanía y oponerse a ciertas tendencias, a cierto hartazgo.
—Sus adeptos creen, además, que es responsable de los procesos judiciales.
En parte sí, porque no entorpecer ya es importante. Toledo, García, cometieron actos corruptos y ahora se entiende por qué no querían apoyar reformas.
—¿La judicialización de la política es una válvula de escape?
Por supuesto, el concepto se ve despectivamente, pero la gente ve que se persiguen y sancionan conductas escandalosas. Todo estaba allí bajo el manto de la modernidad.
—Ese es el sistema que debiera ser reformado.
Sí, con una reforma del Estado separada de los intereses que llevaron a esto. Ahí es donde se detiene mi entusiasmo con el gobierno. Martín Vizcarra ha tenido intuiciones y reflejos, pero dista de ser un reformista. A diferencia de PPK, enfrentó cosas, pero no hay una agenda de reformas importantes.
—Vizcarra y sus moqueguanos no son parte de la élite que va a Paracas y sentía a PPK un líder natural.
Una versión simplista es que Vizcarra es un tipo de izquierda con agenda de cambios contra ciertos intereses económicos. Creo que Vizcarra es una persona de región con una posición de centroderecha, pero con mucha prudencia con otro tipo de vínculos que lo alejan de la élite. Cuando tiene que escoger entre su agenda y los intereses de ese grupo, escoge su agenda. Él sabía que unos muertos en Tía María podían llevar a la izquierda a sumarse al [pedido de] su vacancia. También está la versión simplista de la izquierda que lo ve como alguien que continúa el modelo.
—Keiko Fujimori, más allá de la cárcel, estuvo errática.
En parte, no saber lidiar con su mayoría y no saber cómo colocarse ante el gobierno. Era evidente que iba a buscar distinguirse de esa derecha que estaba gobernando, y tenía una agenda oculta, evitar que se supiera lo que luego se supo.
—La manera más eficaz de protegerse hubiera sido llevarse bien con los demás.
Eso es lo más interesante en política. Cuando hablas de fuerzas con cierta experiencia, piensas que no les convenía pelearse. Humala rompe el pacto de no investigar; García no investigó a Toledo. Cuando Humala cayó, Keiko y García salieron a matar. Es guerra de todos contra todos.
—Esto no solo se da en política. Al revés del dicho, en el Perú, otorongo...
Sí come otorongo. Hay una búsqueda del otro para acuchillarlo hasta el final, entran los buenos y los malos. No lo lamento porque ha servido para develar la política cochina.
—Se evitó un enjuague pero limita la capacidad de acuerdos de gobernabilidad y reformas.
En el caso de Vizcarra, el suicidio del fujimorismo le ha dado márgenes para gobernar.
—¿Ha estado sobrerrepresentado el conservadurismo en Fuerza Popular?
Las marchas impresionan. Hay un grupo conservador grande, pero no llega a ser tan grande cuando se articula con la política. El fujimorismo tuvo más éxito cuando incluía esa agenda y otras. Ahora probablemente lo tengas en el Congreso con agenda crítica al gobierno.
—¿A pesar de que el obstruccionismo pagó mal a todos?
Sí, todavía hay sectores con la dinámica del voto preferencial que ganan con ser radicales y no ayudan a colocar el partido en otro lugar, sin un candidato presidencial que tenga la obligación de moderar. Solidaridad Nacional difícil que dé el salto.
—¿El Partido Morado?
Es un caso novedoso. Probablemente pase la valla. No tiene una definición clara de dónde me paro. Es una apuesta por un cierto centro, pero si no tiene un pie claro en dos o tres cosas, puede diluirse.
—APP quiso ser el fiel de la balanza en el Congreso pasado.
Tiene un buen bloque regional. Sí creo que va a entrar, se ha liberado de figuras cuestionadas. Me quedan las dudas de si el Apra va a pasar, hace tiempo perdió la capacidad de construir un discurso distinto.
—Acción Popular confía tanto en su marca que va sin conocidos.
Ante la debilidad de los otros, la lampa todavía jala. Barnechea fue con la idea de la lampa, Muñoz también la adopta. Hay espacio para los cambios políticos y las alternativas maduras, pero estamos condenados a personalismos, traiciones, a candidatos del mismo perfil.
—¿Vizcarra busca replantear la relación entre Palacio y el MEF? Con Humala el MEF reinaba.
Eso es interesantísimo, y cuando llega PPK, se suponía que iba a ser el gobierno de los técnicos, pero entran los amigos y acaban desbordados. Ahora está la idea de Vizcarra de tomar más control sobre las políticas públicas que deben estar coordinadas.
—El Lava Jato es como un actor político en sí mismo.
En el 2015 no había ni atisbo; ahora se llevó a PPK, a Humala, al fujimorismo en parte, a actores que tenían mucho poder. La tragedia es un país que sale del 2000 con la convicción de que las grandes reformas pasan por una clase política que no vuelva a robar, y el gobernante de turno vuelve a robar de manera grandiosa. Es un shock enorme, y no creo que estemos ante procesos que consoliden este aprendizaje.
—¿Qué piensas de estos datos? [Le enseño los resultados de la encuesta de El Comercio-Ipsos].
Previsible, es lo que estamos hablando. Solidaridad no está, están los morados, Fuerza Popular, y Vizcarra sigue en desgaste de un gobierno que no tiene una agenda que vaya más allá de decir: un grupo de corruptos me quería comer.
—En el interregno hay decretos de urgencia, ¿no hay un esbozo de construcción de algo ahí?
Sí, hay cosas interesantes, pero no está la construcción de una narrativa de dónde me paro y hacia dónde vamos. Imagínate lo que hubiera sido el Lava Jato con Keiko en el poder. No todo está mal, pero para que todo esté mejor se requieren alineamientos complejos, más allá del individualismo, más allá de los asesores de imagen que te dicen no corras riesgos, no te juntes con este. Necesitamos temeridad para hacer reformas. Imagínate si en el 2018, en su salto de popularidad, convocaba a un equipo para lanzar reformas más radicales.