Rasputín fue asesinado hace 100 años
Rasputín fue asesinado hace 100 años
Carlos Batalla

Es uno de los personajes más polémicos de la historia del siglo XX. Su nombre representa aún hoy, para el común de las personas, lo más oscuro, misterioso y retorcido del ser humano. O al menos eso dice el mito. Lo cierto es que la historia de Grigori Yefímovich Rasputín, o simplemente Rasputín, se dio a conocer con el paso de los años. Su muerte, que hoy cumple 100 años, fue provocada por un complot político que involucró a nobles rusos. Rasputín llevó una vida muy cuestionada, para algunos incluso repudiable, pero eso no quita que fue también una víctima, cruelmente asesinada.            

Primeros años enigmáticos 
 
Poco se sabe del Rasputín niño, solo que nació en un pueblo rural siberiano, cerca del actual Óblast de Tiumen y del río Tura, el 22 de enero de 1869. Era un pequeño retraído e incapaz de hablar con los de su edad. Pero fue integrándose poco a poco y ya de joven -con la idea sembrada en sí mismo de que Dios está en nosotros, no en capillas o iglesias- empezó a destacar por sus cualidades místicas y esotéricas, aunque en un ambiente siempre con carencias y miserias.    

Cuentan que a sus 18 años se recluyó o lo enviaron como castigo a un monasterio, donde estuvo varios meses. Desde entonces, se sintió un místico, un iluminado, un predestinado. Se involucró en algunas sectas cristianas que invocaban al dolor como forma de acercarse a la fe verdadera, y que organizaban fiestas y orgías en las que, se dice, Rasputín era protagonista.

Si bien intentó siempre parecerse a un “hombre santo”, lo cierto es que su fama lo persiguió y marcó de por vida. No fue un “santo varón” sino un hombre de excesos, en todos los sentidos, y con un gran poder de sugestión, persuasión y seducción. A esto se sumaba su obsesiva fascinación por el poder.   

Formación y oscurantismo  

Si bien se casó a los 20 años y tuvo tres hijos en una relación formal, se supo que Rasputín concibió otros hijos (muchos hijos) fuera del matrimonio. Luego se olvidó de todos ellos y se dedicó a viajar, a peregrinar a inicios del siglo XX. Europa Oriental, los Balcanes, las islas griegas y el Medio Oriente lo vieron deambular por sus calles, avenidas, parques y templos. En esos primeros años del 900 se cuenta que Rasputín adquirió no solo experiencia de vida sino también procuró obtener la mayor cantidad de conocimientos en esoterismo, teosofía e historia. Eso fue clave en su regreso a Rusia, a San Petersburgo, donde empezó una especie de reto: acercarse a la familia zarista.

Ya no era el joven inexperto y dubitativo, era el hombre de mundo, de sosegado espíritu y conocimientos místicos, además de conversación amena y carismática. Era una nueva fuerza que parecía inyectar vida a esa nobleza rusa decadente. Rasputín se enfocó especialmente en las damas de la corte a las que convencía de sus dones personales.     

Hubo un hecho clave para gozar de los favores zaristas: en 1905 fue convocado por la zarina Alejandra Fiódorovna, pues por recomendación de una allegada supo que podía ayudar a su hijo, de un año apenas, Alekséi Nikoláyevich, su quinto hijo y único varón de su matrimonio con el zar Nicolás II, quien sufría de hemorragias debido a una hemofilia. Con las atenciones de Rasputín, el niño se recuperó. El monje se convirtió así en su médico de cabecera. La zarina no se quiso desprender de él. Así llegó a la familia Romanov y parecía planear quedarse muchos años al tener la cercanía con el príncipe heredero. Pero, desde un inicio tuvo también enemigos, quienes empezaron a llamarlo el “monje loco”.

Esa aureola de médico-brujo e intrigante al mismo tiempo hicieron del “asesor” zarista uno de los personajes más cuestionados del régimen, no solo por los nobles rusos sino también por los revolucionarios bolcheviques ya organizados para echar abajo el régimen zarista.    
          
El poder hipnótico de Rasputín lo volvió intocable, pues contaba con el apoyo de la zarina y la displicencia del zar Nicolás II, quien parecía controlado o al menos persuadido por el “monje”. En tiempos de la Gran Guerra (1914-1918) sus críticos incluso lo vincularon con el espionaje alemán.

Los rumores de su vida licenciosa en la corte rusa, seduciendo y aprovechándose de su sobreestimado magnetismo personal lo convirtieron en el centro de la polémica. Pero a él no parecía importarle lo que decían, porque –pensaba- a más grandes los pecados más meritorio ser perdonado por Dios.

El asesino

Un joven noble  de nombre Félix Félixovich Yusúpov, conde de Sumarókov‐Elston (1887-1967), fue quien comenzó a idear el plan de asesinar a Rasputín. Era miembro de la familia imperial por matrimonio (se casó con la sobrina del zar Nicolás II, Irina Alexándrovna Romanova), aunque él mismo provenía de una familia rusa muy adinerada.

El noble se formó entre 1909 y 1912 en la Universidad de Oxford, donde fue un animador de una sociedad rusa secreta. Con ciertos aires místicos traídos desde Inglaterra, el príncipe vivía intensamente los avatares de la Gran Guerra, aunque evitó servir en las tropas rusas. Su matrimonio con Irina fue, para muchos, una fachada, pues era homosexual. Yusúpov buscó a Rasputín para que lo “curara” de esta supuesta “enfermedad”. Pero el monje, más bien, habría tratado de seducirlo. Asustado, sorprendido y ofendido con Rasputín, además de persuadido por los enemigos del monje, Yusúpov decidió acabar con el místico engreído de la zarina.      
    
Uno de los intrigantes dispuestos a acabar con el monje era el diputado de la Duma, Vladímir Purishkévich, quien estaba seguro de tener en Rasputín a un negativo influjo en el zar Nicolás II. A él, se sumaba el duque Dimitri Romanov, primo del zar. Ese triunvirato empezó a “trabajar” la muerte del consejero. Las investigaciones posteriores mencionaron a otros nobles y militares rusos y hasta al propio Servicio Secreto Británico, pero esto tres estaban directamente vinculados con los luctuosos hechos.

El asesinato

Según los testimonios de los involucrados, el lugar del homicidio fue el Palacio Moika, perteneciente de los Yusúpov, en San Petersburgo. Rasputín había intuido algo, incluso algunos testificaron que el monje contó que su vida terminaría de forma violenta a manos de la nobleza rusa, pero que si eso pasaba, los propios zares correrían la misma suerte en breve tiempo.

Los conspiradores aprovecharon el interés de Rasputín por la princesa Irina, a quien siempre quiso seducir. Su rechazo permanente la convirtió en una obsesión para el consejero. De esta manera, lo invitaron a una cena en el Moika y el anzuelo fue hacerle creer que la propia princesa lo había mandado llamar para conocerlo, cuando en realidad Irina estaba lejos de Moscú.             

Rasputín cayó en la trampa. Asistió a la cena el 29 de diciembre de 1916. Allí estaban principalmente los cómplices y una abundante comida envenenada con cianuro. Se dice que el banquete tenía tanto veneno como para matar a media docena de hombres. Mientras esperaba la ilusa llegada de la princesa Irina, el místico tomaba varias copas de vino también envenenadas. Solo sintió mareos y un leve cansancio, pero siguió parado, lúcido y sorprendiendo a sus verdugos.      
 
Yusúpov y Purishkévich contaron que comió hasta dulces emponzoñados sin inmutarse y hasta tocó la guitarra recordando viejas canciones rusas. Entonces Yusúpov habría perdido la calma y buscó a sus cómplices. Habló con Purishkévich y le dijo que el plan no funcionaba. Ya empezaba a dudar, hasta que aquel le dijo que lo único que quedaba era dispararle directamente.


El príncipe cumplió el plan y le encajó varios disparos por la espalda. Rasputín cayó. Cuando fueron a verlo, herido sin duda, pensaron que había llegado su fin. Pero no, el monje de 47 años aún vivía, y salió corriendo de esa habitación tratando de salvar su vida, no sin antes amenazar a Purishkévich. Yusúpov quedó aterrado.

Habían pensado en llevar el cadáver a su propia casa, para luego decir que allí lo habían asesinado desconocidos, pero nada de eso ocurrió; más bien lo vieron correr por la nieve y esquivar las balas que le dispararon nuevamente. Un tiro le dio en el hombro y volvió a caer. Purishkévich declaró que se aproximó a él y le dio otro tiro más en la frente.

Para asegurarse permanecieron al lado del cuerpo varios minutos. Cuando ya no tenían dudas de que estaba muerto, aun lo ataron de pies y manos y lo envolvieron en una alfombra que también aseguraron con sogas. Así lo arrojaron a las aguas heladas del río Nevá, al lado del Palacio Moika. Era el 30 de diciembre de 1916.

El cuerpo de Rasputín fue hallado dos días después, el 2 de enero de 1917, a varios kilómetros de distancia. Lo curioso fue que lo hallaron sin la alfombra ni las manos atadas. Solo los pies se mantuvieron atados. Siempre quedó la duda de si intentó salvarse o no. 

Los involucrados en el asesinato fueron desterrados de Rusia por la zarina. Los Romanov, la zarina y el zar, así como sus hijos solo sobrevivieron dos años más. Tal y como había predicho Rasputín.

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