La pandemia ha obligado a adaptar nuestros oficios al mundo online. Ahora es común encontrar a psicólogos, nutricionistas y hasta entrenadores de artes marciales que ofrecen sus servicios a través de Zoom y las redes sociales.
Pero hay trabajos imposibles sin contacto físico. Uno de ellos es el de los barberos y estilistas.
El 16 de marzo, cuando el Gobierno decretó el estado de emergencia, todo cambió. Recién desde mañana podrán atender en sus locales, pero a puerta cerrada y previa cita. Antes de ello, y pese a sus reparos, encontraron en la atención a domicilio una oportunidad.
—Navajas y fútbol—
Antonio de la Fuente es futbolero e hincha ferviente de Alianza Lima. En Rusia, durante el Mundial del 2018, cortó el cabello y la barba del astro argentino Lionel Messi. En Lima, para la final de la última Copa Libertadores, atendió al goleador brasileño del Flamengo ‘Gabigol’ y a otros cracks. Su vínculo con Jefferson Farfán permitió que más futbolistas nacionales conocieran su trabajo y confiaran en él.
Esta semana, recibió una llamada: la de Ricardo Gareca, técnico de la selección peruana de fútbol, a quien atendió el viernes.
Hasta marzo, a los locales de su marca, Royalty Barbershop, en La Victoria y Miraflores, les iba de maravilla, y estuvo a punto de inaugurar su tercera barbería en el centro comercial de Santa Anita. Pero el COVID–19 lo impidió.
Aunque cumple a rajatabla las normas sanitarias (mascarillas, lentes, gorros, alcohol y gel antibacterial), el trabajo a domicilio demanda más tiempo para movilizarse y un esfuerzo extra para transportar herramientas e insumos.
Esta situación ha obligado a De la Fuente a incrementar sus precios. Si un servicio costaba entre S/30 y S/40, ahora está S/60 o S/70. Aun así, la crisis se siente.
—Proyecto en familia—
Víctor Hugo Montalvo, gerente general de Montalvo –la cadena más grande del país–, calcula que el 30% de negocios del sector no resistirá la crisis. La gran mayoría vive de las ganancias del día a día y trabaja en inmuebles alquilados.
Desde hace ocho años, las hermanas Kari, Gina y Cinthya Mas Julon trabajan juntas en el salón de belleza Maju Estilistas, en un local que rentan en Jesús María. Con esfuerzo, lograron que su trabajo fuera reconocido, al punto de que podían darse el lujo de atender a sus clientas solo con previa cita.
“Los ingresos son diarios. Si tú no trabajas, no tienes ingresos”, cuentan.
Tres meses después, el escenario es otro. Ahora visitan a tres personas como máximo. “Después de cada cliente se ha tenido que desinfectar, esterilizar las tijeras. No es algo nuevo. Nuestros salones son más seguros [que las casas] para el cliente”, explican.
—Barbero en casa—
Julio Barnachea, o ‘Baren’ como lo conocen sus clientes, abrió hace un año la barbería La Gallera, pero trabaja en el rubro desde hace una década.
La crisis por el COVID-19 le impidió trabajar por más de ocho semanas, pero tuvo que seguir pagando los servicios del local que alquila en Jesús María. “Nos afectó económicamente”, reconoce.
Con su local cerrado, Julio, de 27 años, ha organizado su agenda para atender, como máximo, a cuatro personas por la mañana.
En mayo, antes de volver a trabajar, ‘Baren’ se sometió a una prueba molecular para descartar el contagio de COVID-19. No solo por una cuestión de negocios, sino porque vive con Gia, su hija de 5 años.
Trabajar por delivery es una experiencia a veces incómoda. Julio gasta mucho más dinero que antes en implementos e insumos, hay menos clientes y no todos están dispuestos a pagar más.
‘Baren’ tiene miedo de contagiarse, pero ha decidido continuar. “La obligación por mantener un hogar está por encima del miedo. Y creo que el miedo se puede dejar de lado”, dice.