"En los Andes no hay fiesta sin alcohol" [ENTREVISTA]
"En los Andes no hay fiesta sin alcohol" [ENTREVISTA]
Milagros Asto Sánchez

Nací en Chiclayo en 1971. Estudié Antropología en la PUCP. Tengo una maestría en Desarrollo Internacional de la Universidad de Bath, en Inglaterra, y otra en Geografía, de la Universidad de Oklahoma. ¿Mi bebida favorita? El café.

A Gerardo Castillo el alcohol le ha enseñado mucho. Entre 1990 y 1993,  siendo aún estudiante de Antropología, su encuentro con comunidades campesinas del  lo hizo darse cuenta de la importancia de la embriaguez en los Andes. De eso versa  “Alcohol en el sur andino”, libro que publicara el año pasado y que se centra en la fiesta y la interacción. Hoy –en el Día del Campesino– también habrá celebración.

—Chicha de jora, cañazo, yonque, cerveza... ¿No hay fiesta sin alcohol?

Si hablamos de los Andes, definitivamente no hay fiesta sin alcohol. Lo central en lo festivo es celebrar lo social y casi por definición no hay fiesta individual. El alcohol es importante para actualizar los vínculos que ya están creados. Se afianzan, también se pueden romper si la cosa sale mal.

—¿Involucra los vínculos con nuestros pares?

Hay varias dimensiones. La fiesta reúne a los contemporáneos –a mis paisanos, a mis vecinos, a los migrantes–, pero además conecta con lo sagrado que hace que brindemos con la Mamita del Carmen o con diferentes santos. También permite el vínculo con la naturaleza cuando, por ejemplo, se festeja para pagar la tierra. La fiesta es celebratoria y social, crea un vínculo y uno de los grandes facilitadores de ese  vínculo en las culturas andinas es el alcohol.

—¿Por qué escogió el alcohol como tema de su investigación?

No fue planeado. A inicios de los años 90, mis amigos y yo, todos estudiantes de Antropología, fuimos a visitar unas comunidades campesinas en el Cusco, donde nos acogió una ONG de desarrollo. Ahí cada uno empezó a investigar temas académicos hasta que en un momento me di cuenta de que muchas de mis anotaciones tenían que ver con las ocasiones festivas y con el consumo de alcohol. Entonces empecé a ver cuán importante era para afianzar los vínculos.

—¿Le sirvió también para comunicarse?

Yo era un muchacho foráneo y no hablaba quechua, pero los momentos de mejor comunicación se daban durante las fiestas. También noté las jerarquías. Al ingeniero que venía de afuera le servían otro tipo de trago, mucho más ‘prestigioso’. Todos esos detalles me llevaron a estudiar el alcohol como una ventana para tratar de entender estas relaciones sociales.

—¿Cuán importante es el alcohol en la cultura de nuestro país? 

En el Perú hay muchas culturas, somos muy diversos en muchos términos, como la tradición. El alcohol es uno de estos grandes vehículos sociales –además de una droga social y legalmente permitida–, pero no el único. Hay otros vehículos, bastantes de ellos mucho más marginales. En algunos entornos, el consumo de terokal puede ser una marca social muy importante. 

—¿El consumo de alcohol en las fiestas es una huella de nuestro pasado?

El consumo de alcohol como ritual ha sido importantísimo en los Andes, incluso una de las formas de recompensar a la gente era realizando fiestas en las que el alcohol lo ponía el Estado porque el maíz era un cultivo controlado. Uno ve continuidades en el pasado prehispánico, pero el alcohol y la embriaguez expresan situaciones actuales que tienen que ver con nuestras propias tensiones.

—¿Qué caracteriza a las borracheras andinas de las que habla en su libro?

Lo primero es el tipo de bebida. En los Andes hay un mayor consumo de chicha de jora. Pero también está la forma de beber. Un autor belga sostiene que existe un ideal mediterráneo de beber, heredado de las élites españolas. Sobre la base del vino, este ideal defiende un beber continuo, de todos los días, pero siempre mesurado.

El ideal andino es diferente. Recuerda que la chicha antes era controlada por el Estado, entonces la borrachera, la fiesta, no se producía todos los días, marcaba la siembra, la cosecha, el matrimonio. Se trata de un ritual repetitivo que no es tan continuo, pero que cuando se realiza es una gran comunión. Todos se emborrachan.

—El alcohol también suele ser protagonista en la mayoría de fiestas de la fe… 

La celebración con la divinidad se da con alcohol. En el Perú prehispánico se sacaba a las momias y se libaba con ellas. Y actualmente, uno va a los cementerios y se bebe, se ofrece y se baila. Es toda una celebración con los muertos. El alcohol también sirve para encontrarnos con lo divino. 

—¿Qué es lo que facilita la embriaguez?

En los Andes la embriaguez permite dos cosas. Por un lado, la euforia que facilita esta hermandad entre diferentes grupos. Pero también permite que se den momentos en los que se quiebran ciertas reglas. Se dan ciertas licencias. Recuerdo que cuando estaban sobrios algunos campesinos se disculpaban por no poder hablar bien el castellano, pero en momentos de embriaguez empezaban a burlarse de los ingenieros o de mí en quechua.

—¿Qué fue lo que más le sorprendió?

Me pareció interesante comprobar cómo una sociedad tan formal ve relajarse reglas y jerarquías en momentos de embriaguez. 

—¿Y cuando se acaba la embriaguez?

Como dice una canción de Joan Manuel Serrat, “se acabó la fiesta”. Todo vuelve a la normalidad.

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