Los vecinos de las avenidas Guardia Chalaca, Sáenz Peña y Dos de Mayo en el Callao instalaron sus piscinas portátiles en la calle la semana pasada para aliviar la canícula de enero recargada con El Niño.
No tuvieron más opción que tomar agua del hidrante para bomberos, porque de lo contrario la cuenta llegaba a la casa de alguien.
A las familias del Callao no les queda otra cosa que invadir el espacio público, robar agua, sacar unas sillas, tener a mano unas cervecitas o gaseosas heladas e imaginar que están en un club privado. Son las invasiones del disfrute callejero. La Victoria, Barrios Altos y El Agustino también siguieron los pasos del Callao (El Comercio 8/2/16).
La explicación es simple. Lima-Callao tienen el menor índice de áreas verdes, espacios públicos y servicios por habitante comparadas con cualquier otra metrópoli en América Latina y no hay nuevos proyectos a la vista en la agenda municipal.
El Callao tiene 1 millón de habitantes y solo tiene el parque Yahuar Huaca, que es un polideportivo a pesar de que el monto per cápita/año que dispone el Callao (municipio más la región) es cuatro veces más que Lima (aprox. US$400).
En los conos la oferta de los parques zonales de alguna manera desalienta las piscinas en las calles. Con un verano que bordea los 30 °C, la gente busca sumergirse en un refrescante baño aunque sea por hora y media, que es lo que dura el turno de piscina en un parque zonal y cuesta S/3,50. Solo el Sinchi Roca de Comas recibe 6.000 visitantes diarios.
Indudablemente, enfrentar la invasión de las piscinas callejeras y el robo de agua no pasa por sanciones, sino por una dotación de servicios públicos de calidad en las zonas populares que además impactarán en la creación de valores. En París, el municipio decidió transformar el borde del río Sena en un parque acuático, cada verano. Éxito total.
De otro lado se anuncia que el desierto del parque Raimondi de 8.000 hectáreas en las pampas de Ancón se convertirá en espacio público, el esperado pulmón de Lima norte. En mi opinión el pulmón de esa zona es y debe ser (si no se depreda) el valle del Chillón. Ahí ya hay casi 4.000 hectáreas con agua, suelo agrícola, paisajes, ecosistemas y también voraces urbanizadores.
Está bien la iniciativa del parque Raimondi como parte de la ciudad autosostenible de Lima norte. Pero impidamos la siembra de cemento en el valle del río Chillón. Las mismas instancias del Gobierno Central que promueven dicho parque, más la municipalidad metropolitana y la inversión privada podrían llegar a un acuerdo con los agricultores del valle, para convertirlo en una reserva con un mix de áreas urbanizadas y áreas verdes intangibles con servicios en los que el río puede ser el gran protagonista de espacios recreativos.
Debemos reconocer que las piscinas callejeras no son sino la advertencia de usuarios que van perdiendo la paciencia ante la indiferencia municipal.
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