Treinta y cinco años permaneció Julio Grondona como presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, 26 de ellos como vicepresidente de la FIFA. De no haberlo sorprendido la muerte, en abril del 2014, probablemente hubiese seguido ocupando ambos cargos.
Lo habría hecho, al menos, hasta el 27 de mayo del 2015, cuando un grupo de policías irrumpió en el hotel Bar Au Lac de Zúrich y detuvo a siete miembros del comité ejecutivo del máximo ente del fútbol mundial. A ellos se los acusaba de estar involucrados en un esquema de corrupción que incluía sobornos por unos US$150 millones.
El periodista estadounidense Ken Bensinger ha escrito “Tarjeta roja”, un libro que desmenuza este putrefacto entramado que la prensa bautizó como ‘Fifagate’, el cual derivó en un juicio realizado el año pasado en la corte de Brooklyn.
Este tuvo como uno de sus protagonistas a Manuel Burga, ex presidente de la Federación Peruana de Fútbol, uno de los pocos que logró salir indemne de este escándalo.
El argumento de esta pestilente historia es simple: Conmebol o Concacaf ofrecían los derechos de televisión de los torneos que organizaban. A cambio exigían millonarios sobornos que, en un inicio, recaían solo en sus principales directivos. Con el tiempo, los presidentes de las asociaciones empezaron a exigir su tajada de la torta.
La gran corrupción en el fútbol ha gozado de buena salud por años. Solo unos pocos periodistas como el inglés Andrew Jennings, autor de “¡Foul!” y “La caída del imperio”, han denunciado estas tropelías, sin que a las autoridades se les mueva un pelo.
La International Sport and Leisure, creada para manejar las actividades comerciales de la FIFA, fue el centro de uno de estos casos. En el 2001 se declaró en quiebra, víctima de la cantidad de ‘comisiones’ que debía pagar para subsistir.
Pero nada pasó. La impunidad gatilló uno de los rasgos que hermanan a los involucrados en el ‘Fifagate’: su longevidad. Joao Havelange presidió la FIFA durante 24 años, Nicolás Leoz encabezó la Conmebol 27, Ricardo Teixeira estuvo al frente del fútbol brasileño 23, Eugenio Figueredo fue 20 años vicepresidente de la Conmebol. Y la lista sigue.
No todos los integrantes del planeta fútbol buscan beneficiarse ilícitamente de sus mieles. Hay también una sensualidad que se traduce en puertas que se abren, relaciones que se establecen, viajes, lujos y poder. Mucho poder.
Porque a pesar de los sobornos destapados, la FIFA sigue gozando de mucho poder. Hace cuatro años, la consultora Deloitte estimaba que el negocio del balompié movía unos 500 mil millones de dólares al año.
Este inmenso poder explica por qué es capaz de enfrentarse al Congreso de un país sin que se le mueva un pelo.
(Y que exista un dirigente que se aferre a su cargo con tanto ahínco).