La escultura que inspiró una tradición de Ricardo Palma
La escultura que inspiró una tradición de Ricardo Palma
Redacción EC

LUIS GARCÍA BENDEZÚ / @condedemaldoror

En la sacristía del convento de San Agustín, en el Cercado de Lima, permanece casi oculta la escultura más aterradora del Virreinato. Se trata de  “El arquero de la muerte”, una efigie en madera, obra del artista Baltazar Gavilán, quien vivió y murió en Lima en el siglo XVIII. 

El tétrico arquero no forma parte de un recorrido turístico. Los padres agustinos conservan la escultura bajo llave, en un salón que da ingreso a las catacumbas del convento. Debido a que los agustinos no han perdido la tradición de enterrar a sus hermanos en lugares sagrados, ahí reposan todavía restos de algunos frailes.

Sí hubo un tiempo en que “El arquero de la muerte” aterrorizaba a los limeños. Hasta poco después de 1824, cuenta el tradicionalista Ricardo Palma, la estatua era sacada en procesión las noches de Jueves Santo. 

“El arquero de la muerte” mide 1,9 metros y representa a una de las parcas, personificaciones del destino en la mitología romana. La esquelética imagen sostiene un arco y su rostro compone un cuadro único de crueldad y perversión.

Según el sacerdote Edilberto Flores, guardián del convento de San Agustín, la escultura de la muerte es solicitada cada año por museos europeos y ha sido expuesta en galerías de Nueva York y París, pero este año se queda en casa.

Cuenta la tradición de Ricardo Palma que Baltazar Gavilán, el escultor que dio forma al arquero, era hijo de un español y de una india. A sus 26 años, cerca de 1734, se encontraba obsesionado con una coqueta limeña llamada Mariquita Martínez. 

Aunque Gavilán había desperdiciado casi toda su fortuna en cortejos para Mariquita, ella no le correspondía. Una noche, cuando la muchacha caminaba por el puente que unía al Cercado con el barrio de San Lázaro, Gavilán saltó sobre ella y le cortó un mechón de cabello. 

Para evitar ir a la cárcel por el ataque, Gavilán se hizo monje en el convento de San Francisco y empezó a esculpir estatuas en piedra y madera. Pese a su vida monástica, se dedicó a la bebida y “labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez”.

Según el célebre tradicionalista, el desafortunado Baltazar Gavilán enloqueció en su taller la noche que contempló finalizado “El arquero de la muerte”. 

Ese mismo día, falleció de horror.

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