RAÚL CASTRO
Editor central de Sociedad
Entre la cotizada modelo Carla Cillóniz Fassioli, quien protagonizó tremendo escándalo en la comisaría de Miraflores el sábado pasado, y los fanáticos del fútbol allegados al club Real Garcilaso, que insultaron en masa al brasileño Tinga en un reciente partido en el estadio de Huancayo, no hay nada en común.
Salvo una sola cosa que los ha unido en estos días en la vergüenza: el grado extremo de violencia verbal y de discriminación social que emplearon para humillar a sus oponentes de turno.
Cillóniz perdió algo más que la compostura durante la noche de San Valentín: rompió los principios del respeto en común al llenar de calificativos como “perros de m…” a los policías que la detuvieron por conducir completamente ebria, chocar su auto con otro e intentar irse a la fuga.
En tanto, la hinchada del Real Garcilaso ejerció racismo abierto al agredir al crack del Cruzeiro, Tinga, hostigándolo con los típicos sonidos simiescos que aluden al fenotipo negro y que en otros países ya han sido proscritos enérgicamente.
En ambos casos, la fórmula que emplearon ha sido la de la animalización –atribuyéndoles condición de perros o monos– y la del uso de estereotipos que subordinan a los afectados.
La animalización es un recurso expresivo que alude a la cadena evolutiva de Darwin, y que se emplea para establecer jerarquías sociales determinadas por una supuesta condición natural: la de genéticas superiores e inferiores.
Así, los monos serán parientes cercanos, pero no son humanos. Los perros serán muy queridos, pero siempre estarán al servicio de sus amos.
Tuvo que haber una reacción internacional encabezada por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para que los peruanos entendamos que prácticas como las que ejercieron los hinchas del Garcilaso en Huancayo son simplemente abyectas. En el caso de la modelo, la viralización del video de la comisaría nos ha puesto a todos a pensar en la dura arma que puede ser el lenguaje cuando se trata de humillar a otros.
La jerarquización social y el uso de estereotipos son la forma actual con la que se ejerce racismo en países de pasado colonial. En algunos lados del mundo hay más conciencia del hecho y se combate frontalmente. En otros, como en el Perú, es la forma como todavía estructuramos las relaciones cotidianas y asignamos una posición a las personas según sus modales, estética, manejo del idioma o color de piel.
Según el Latinobarómetro del 2011, cuatro de cada diez peruanos afirman haber sido víctima de racismo en sus diarios quehaceres. En el 2009, una encuesta de la Universidad Católica decía que para el 90% de peruanos urbanos la justicia es un privilegio de los ricos, los blancos y los varones.
Son estadísticas tristes que nos atan al pasado y nos estigmatizan como gente bárbara. Si no las combatimos con sanciones concretas, como multas y suspensión de derechos civiles, seguirán siendo nuestra vergüenza. Nos toca pasar de la alerta a las acciones concretas. Ya está en su cancha, señora ministra de Cultura.