“Hoy amaneció con un día bonito. Hay sol, no hay ruido”, dice al teléfono Toribio López, mirando por la ventana hacia el boulevard La Marrón, a unas pocas cuadras de la plaza Simón Bolívar, en el centro de Caracas. Una de las razones de aquel silencio es que están en ‘semana radical’, una especie de cuarentena intercalada cada siete días que implantó el Gobierno Venezolano, en la que los negocios no abren (excepto farmacias) para evitar aglomeraciones y contagios.
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Pero ese silencio, explica Toribio, tiene también otros motivos. En el sexto piso de un viejo edificio de galerías, él dirige un taller de costura y confección de textiles que está casi paralizado. Antes de la pandemia, la feroz crisis económica y política que atraviesa Venezuela lo había forzado a reducir al mínimo la contratación de personal. Luego llegó el coronavirus y lo empeoró todo.
Toribio nació en Shipasbamba, un apacible distrito de Amazonas, en la selva norte del Perú. En el 2000, cuando la crisis estaba aquí, él viajó a Caracas y se hizo un sitio en el negocio textil. Tuvo una hija, compró una casa, contrató a un chofer que a veces conducía el Mercedes-Benz y otras veces la camioneta Cherokee.
En los últimos años, junto con otros colegas conformó la Asociación de Micro y Pequeños Empresarios Peruanos en Venezuela (Ampev), un organismo a través del cual se organizaron para ayudarse entre ellos, y regresar al Perú con sus máquinas y sus equipos. No lo han conseguido.
Toribio es tesorero de la Ampev y suele conversar con los asociados sobre sus problemas comunes. “Estuvimos ‘echando vaina’ con la historia del embajador”, ríe al otro lado del teléfono. ‘Echar vaina’ significa burlarse de un absurdo. La historia del embajador, como él la llama, no es sino la frustrada designación de Richard Rojas como jefe de la misión diplomática en ese país.
“Tiene que ser alguien que nos represente. Puede no ser un diplomático, pero sí un economista, un negociador. Un embajador como Rojas no ayudaría, quizá estorbaría”, dice, ahora muy serio.
–Visto desde el Perú–
El presidente de la Ampev se llama Luis Huaytalla. Él dejó el país en 1990 y se estableció en Caracas, donde abrió un taller de orfebrería que le permitió vivir sin apuros. La crisis tocó fondo y él también intentó traer sus máquinas al Perú para seguir trabajando aquí, pero el problema se complicó.
En el 2017, los asociados visitaron el consulado del Perú en Venezuela con un pedido concreto: que se flexibilice la Ley 30001, conocida como Ley de Retorno. Esta norma establece que se pueda eximir del pago de impuestos a ciertas propiedades que ingresen al Perú. Pero no se concretó y, peor aún, las máquinas podrían ser impedidas de ingresar al país por su antigüedad.
La Ampev también pidió que sus integrantes tengan acceso a créditos flexibles y puedan contar con un parque industrial, para reinsertarse en la vida laboral. Tampoco esto se definió.
Él ahora está en el Perú y trabaja en un taller de metalmecánica en el Cercado de Lima. No puede regresar a Venezuela porque el gobierno de Maduro ahora exige visa. No puede traer a su familia porque eso implicaría abandonar su casa, sus herramientas, su esfuerzo de tantos años.
Huaytalla es un hombre pragmático. A él, y a muchos otros socios de la Ampev, cada vez más dispersos y desesperanzados, les tiene sin cuidado si la reapertura de una embajada, con Rojas o cualquier otro, implica un relanzamiento de las relaciones entre el Perú y Venezuela, sus dos patrias.
“Para los peruanos que siguen allá, este no es un asunto de política, sino de economía. Allá no hay futuro. Si una embajada nos ayuda, lo veremos”, dice.
Hay otra palabra en la jerga venezolana que define este limbo actual: ‘zaperoco’, que significa caos, desorden, escándalo.
“No está muy claro el interés del Perú”
Francisco Belaúnde, analista político especializado en política internacional, explica en esta entrevista cuáles podrían ser las intenciones del Perú de retomar las relaciones formalmente con Venezuela en el contexto actual.
–¿Qué pretende el Perú con estos acercamientos?
Hay regímenes que tienen simpatías ideológicas con Venezuela, o intereses geopolíticos, como China, Irán, Rusia y, en América Latina, están Bolivia y obviamente Cuba. Lo que el Perú ha dicho es que se quiere contribuir con esta negociación del famoso Grupo Internacional de Contacto, pero no está muy claro el interés del Perú, si es solamente eso o, por simpatías ideológicas evidentes, lo que se quiere es una relación normal.
–¿La posición peruana había mantenido un protagonismo?
El Perú tuvo la iniciativa del Grupo de Lima. Sí tenía cierto rol protagónico como articulador de esa iniciativa, desde la época de Pedro Pablo Kuczynski. Simbólicamente, el Perú tenía algún tipo de importancia.
–¿Al régimen de Maduro le viene bien este apoyo?
A Panamá no le gustó nada que enviaran a una persona que no tenía ninguna experiencia, y que estaba cuestionada. En el caso de Venezuela, ellos habían estado muy contentos. Richard Rojas es alguien que tiene simpatías ideológicas con el gobierno de Maduro, y con eso se establecían relaciones plenas.
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