Mariana Leguía y Angus Laurie
Los planos de zonificación de Lima son reveladores. Desde el 2004, la ciudad está dividida en grandes áreas de tratamiento normativo, de I a IV, que representan zonas según su consolidación urbana. Estas normas hechas por el Instituto Metropolitano de Planificación definen densidad, alturas, usos permitidos, cantidad de estacionamientos por unidad de vivienda o comercial, retiros, etc.
Estas áreas han sido delimitadas bajo un sistema reaccionario al nivel socioeconómico de cada zona, sin una visión holística de proyección que considere accesibilidad y movilidad.
Por ejemplo, en zonas afluentes, las normas definen áreas mínimas para las casas, mucho más grandes y con un mayor número de parqueos por cada unidad que en las zonas de clase media. Así se generan estándares que son inaccesibles para ciertos sectores socioeconómicos, excluyéndolos.
En los balnearios del sur, la zona frente al mar, donde los residentes son de un nivel socioeconómico A, encontramos un área de tratamiento normativo (ATN) IV, mientras la zona paralela a la carretera, donde viven las personas más vulnerables, tiene una zonificación ATN I. Esta normativa supuestamente está basada en las características de la zona, pero también refuerza las divisiones socioeconómicas.
Otro ejemplo, quizá más impresionante, es el plano del área de tratamiento III, donde están San Isidro, Miraflores, San Borja y Surco. En este gráfico, el centro, donde debería estar Surquillo, está representado como un vacío por ser de un diferente nivel socioeconómico que los distritos vecinos.
Hay razones prácticas para delimitar la ciudad por zonas de esta forma. Efectivamente, los barrios con perfiles similares pueden tener problemáticas parecidas. Sin embargo, hacer de nuestra ciudad un grupo de fragmentos segregados por sus diferencias acentúa la homogeneización, lo cual entre otras cosas se traduce en los problemas de congestión en el tránsito que vemos a diario.
Por ejemplo, la cantidad de parqueos permitidos por departamento es mayor en zonas donde las personas tienen más autos. Suena lógico, ¿no? Sin embargo, muchas de estas zonas (Miraflores, San Isidro, Magdalena) son justamente las zonas mejor conectadas de la ciudad, donde los residentes tienen mejores posibilidades para caminar, montar bicicleta o tomar transporte público.
La planificación debe utilizarse para proyectarnos hacia el futuro, esta es una herramienta de control para la creación del bien común. En Londres, por ejemplo, se trabaja con planos accesibilidad desde cada punto de la ciudad al transporte público. Es en base a esto que se calculan las normas: las zonas con mayor accesibilidad al transporte público tienen menor cantidad de estacionamientos y mucha mayor densidad permitida.
Para Lima, un cambio de prioridades al definir los lineamientos de la ciudad podría hacerla en el corto plazo más vivible, más accesible y más democrática.