Entre la catarata de acusaciones sobre Nolberto Solano, hubo una que me llamó la atención. El acusador sostenía que Ñol había violentado su compromiso con la afición, ese que lo obliga a convertirse en un ejemplo.
(“Un ejemplo para la juventud”, diría un veterano periodista deportivo) ¿Los deportistas exitosos tienen que ser un ejemplo? Mientras me hago la pregunta recuerdo a Maradona, no al sujeto rechoncho y divagante que funge de entrenador de Gimnasia de la Plata entre frases ininteligibles, sino al Diego feroz y cimbreante de México 86, que demolió a los ingleses con su gambeta endemoniada. Pero también recuerdo al sujeto despreciable que ninguneaba a sus hijos, maltrataba a su novia y despotricaba de todo aquel que no compartiera su pensamiento.
“No pues, es que Maradona está enfermo”, dirán. Como George Best, un genio del regate, quien dilapidó su fortuna, y su físico, en noches eternas. “Nos hizo pensar que merecíamos la pena, que había un futuro, que había algo más allá de la violencia”, dijo el periodista Eamonn Holmes, el día que el ‘Quinto beatle’ fue enterrado ante medio millón de personas, en Belfast, con el hígado hecho paté.
“Pero Best estaba enfermo, era un alcohólico”, dirán. Y recuerdo a nuestro Teófilo Cubillas, símbolo de generaciones, querido por hinchas de todos los equipos, nuestro orgullo mundialista, negando a su hija y llamando por teléfono a César Hinostroza para pedirle un favorcito para su amigo, el actual presidiario Carlos Burgos.
Ignoro si Ñol en algún momento se planteó ser ejemplo de algo o de alguien. Lo único que sé es que la noche del jueves, junto con Pablo Zegarra, cometió un delito. Si hay un ejemplo que debe dar es que, como cualquier ciudadano, se someterá a lo que señale la justicia y sus empleadores. No espero más de él.