Pedro Ortiz Bisso

Asco. Esa es la primera palabra que asocio con el río Chillón, luego de ver el documental preparado por un equipo de periodistas de este Diario ("Chillón, el río que no puedes tocar") que muestra la pobredumbre que discurre por su lecho.

Pero asco no es la única palabra. También es indignación, impotencia, abandono. Muerte.

Un análisis de calidad realizado por especialistas de la Universidad Cayetano Heredia señala que las aguas del segundo río más importante de Lima exceden en 12 veces los límites permitidos de coliformes. En otras palabras, el Chillón es un río de caca.

Este desagüe 'natural' es alimentado por los desechos de urbanizaciones y asentamientos humanos que han crecido desmesuradamente, aprovechando la indiferencia de las autoridades regionales y municipales, acaso su rasgo más característico.

Lo inexplicable, sin embargo, es que gran parte de la suciedad proviene de una planta de tratamiento de Sedapal, que al ver superada su capacidad de trabajo, vierte sus aguas residuales al río. Así como lo leen.

El gerente de Obras y Proyectos de Sedapal, Fredy Gómez, afirma en el documental que con la construcción de un colector de 20 kilómetros, el problema se solucionará en dos años.

Mientras tanto, los niños que mataperrean en los alrededores, las trabajadoras chalacas que recogen la basura, los pobladores del asentamiento humano Márquez, en cuyas playas desemboca una de las mayores concentraciones de inmundicia de la capital, seguirán sufriendo cólicos, diarreas y vómitos. Que se esperen dos añitos, nomás.

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