Dos días después de haber justificado el viaje del congresista Luis Valdez a Estados Unidos por las fiestas de fin de año, el líder de Alianza para el Progreso, César Acuña, anunció su separación del equipo que participa en la campaña electoral.
“Aquí se respeta al partido y hemos sido drásticos; lo hemos sacado de la campaña porque no está bien que le haya interesado viajar antes que quedarse”, dijo ayer en Tacna.
El señor Acuña tiene un concepto muy gelatinoso de lo que significa ser drástico. En solo horas, el congresista Valdez pasó de ser alguien que actuaba como “cualquier ciudadano” a un desinteresado que prefirió marcharse del país mientras ocurría el paro agrario en el norte.
Este vínculo con la sinuosidad no es extraño en el señor Acuña y su partido. Recordemos que a finales de octubre del año pasado, le dijo a El Comercio que su bancada no apoyaría la vacancia del entonces presidente Vizcarra y, semanas más tarde, sus congresistas hicieron todo lo contrario. Solo después de los dramáticos acontecimientos que derivaron en la caída del breve gobierno del señor Manuel Merino de Lama, no le quedó otra salida que pedir disculpas.
Pero los errores no terminan ahí. El último sábado, el mismo día que defendió al señor Valdez, participó en un desayuno en San Juan de Lurigancho, en el que rompió los protocolos sanitarios (bailó, se abrazó, comió sin respetar el distanciamiento social), lo que puso en riesgo su salud y la del centenar de personas que participaron en la cita.
Restan aún cuatro meses de campaña que, como sabemos, en nuestro país son una eternidad. Sin embargo, imaginamos que sus asesores deben estar trabajando horas extras, en medio de generosas dosis de tranquilizantes. Nada peor para una candidatura presidencial que esta empiece a ser reconocida como una marca proclive a las contradicciones. La distancia entre “plata como cancha” a “errores como cancha” es muy corta. Y puede ser letal.
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