(Foto: Violeta Ayasta / GEC)
(Foto: Violeta Ayasta / GEC)
/ VIOLETA AYASTA
Pedro Ortiz Bisso

De los 5.903 muertos registrados en el país hasta ayer por el COVID-19, apenas 22 son niños. Aunque está documentado que las cifras del Ministerio de Salud no reflejan la realidad, hay coincidencia en que el número de menores fallecidos es reducido. ¿Por qué? La ausencia de otras enfermedades y sus altas defensas inmunológicas parecen estar detrás de esta fortaleza, indican los médicos.

Pero el nuevo coronavirus los afecta de otra manera. Un estudio realizado por la Asociación Psiquiátrica Peruana entre 500 familias de Lima, Arequipa y algunas ciudades de la costa norte encontró que el 69,2% de los pequeños presentaron alteraciones en su conducta (irritabilidad, miedo, problemas de apetito o de sueño, etc.). En nuestra edición de hoy damos detalles de ese trabajo.

Los niños de la pandemia viven confinados en casa. Allí estudian y juegan, sin contacto directo con sus amigos. Muchos no han salido a la calle porque sus padres temen que se contagien. Y absorben como esponjas las preocupaciones y ansiedades que inundan los hogares en estos tiempos de dolor e incertidumbre.

Cuando llegue el día, ojalá no muy lejano, en que hayamos domado al virus y tratemos de retomar nuestras actividades cotidianas, todos habremos cambiado. Pero el caso de los niños es especial. ¿Cómo debemos actuar para aliviar sus padecimientos? ¿Qué políticas necesitan aplicarse desde el Estado para salvaguardar la estabilidad emocional de quienes constituyen el futuro del país?

A los temas de discusión que acaparan nuestros días -la reconstrucción económica y el fortalecimiento de la infraestructura sanitaria- hace falta añadirle uno que es tanto o más importante: la salud mental. Es ineludible.

Contenido sugerido

Contenido GEC