Los tres años que le quedan al alcalde, por Ruiz de Somocurcio
Los tres años que le quedan al alcalde, por Ruiz de Somocurcio

Estuve el 1 de enero en la toma de mando del nuevo alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. Fue una sencilla ceremonia a cielo abierto en la Plaza de Bolívar, bajo un sol radiante y con la presencia de su gabinete, los 45 concejales y muchísimos ciudadanos.

Peñalosa (creador del Transmilenio, el cual sirvió de inspiración al Metropolitano de Lima) regresa a la alcaldía después de 18 años y 2 intentos. Y no para hacer más de lo mismo. Prometió darle a Bogotá “el mejor sistema de movilidad urbana del mundo en desarrollo”, así como promover los grandes proyectos que reordenarán la ciudad que, como Lima, tiene casi 9 millones de habitantes.

Haciendo una analogía con el también retornante alcalde de Lima, diría que el mayor desafío de este es recomponer la ciudad, dejando gestiones y proyectos encaminados bajo una nueva visión de ciudad. El problema es el cómo. Sin embargo, tiene en el 65% de aprobación con el que acaba su primer año de gobierno precisamente la mejor  plataforma para comprender ese “cómo”.

Peñalosa anunció las intervenciones que la ciudad necesita para “convertir nuestros sueños en una mejor realidad, una ciudad más respetuosa de la dignidad humana”, y presentó un nuevo POT (Plan de Ordenamiento Territorial) como carta de navegación. Una presentación así ha satisfecho expectativas y despertado una ilusión enorme entre los bogotanos. Además, sentenció: “No esperen milagros”, después de los desastres que dejó la anterior gestión de izquierda de Gustavo Petro.

Es posiblemente la misma ilusión que despertó el alcalde de Lima al ciudadano de a pie cuando fue elegido con el 51% de votos de los capitalinos.

A diferencia de Lima, Bogotá tiene una estructura de gobierno moderna para hacer ciudad: maneja el sistema de aguas y alcantarillado, la policía distrital, la ocupación del suelo, el sistema de transporte, captura parte de las plusvalías y puede expropiar. Su presupuesto para el 2016 es de casi US$6.000 millones. El de Lima, incluyendo los distritos, es de aproximadamente US$1.000 millones y sin competencias exclusivas.

La época de vacas flacas que le podría tocar al alcalde Castañeda deberá motivarlo a encontrar alianzas, aunque sean mínimas, con el gobierno que ya se va y máximas con el de entrada y con los distritos. Asimismo, deberá incluir toda su imaginación para convocar a la inversión privada. Solo, es imposible.

Además, no tendrá que pensar únicamente en proyectos; sino también en iniciativas legislativas que le den a la capital competencias y recursos claves, como cualquier metrópoli similar en el mundo. Juan Paredes (El Comercio, 2/1/16) incide en lo indispensable de esta condición para el manejo del territorio de la capital y del país.

En los 3 años que restan de gobierno municipal, tener una agenda con un ‘mix’ de reformas, proyectos estratégicos y obras que procedan de una visión consensuada y de alianzas público-privadas podría marcar un antes y un después para el derrotero de la capital.

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