ENRIQUE PLANAS
Estaba en la isla de Bali, en Indonesia. Miraba a la gente comer arroz sobre hojas de plátano. En medio de la belleza natural, leía las páginas de un libro de Vargas Llosa que no le gustaba. Y de repente, sintió el olor del bijao, el plátano amazónico. Cerró el libro y Jota Castro sintió que se transportaba a su natal Yurimaguas. “Me pasé tres horas sentado en mi pasado. Es un recuerdo que siempre me depara una profunda melancolía. Yo no fui feliz aquí”, confiesa el artista. “Lo que regresa me hace menos daño ahora, pero aún sigue generando tristeza”, dice.
Castro ha llegado a un momento de su vida en que enfrenta esa melancolía para buscar vincularse nuevamente con el Perú, país del que se distanció por décadas. Y uno de esos proyectos que lo traen nuevamente es su futura participación en la Feria Internacional de Arte Art Lima, que abrirá sus puertas nuevamente en la Escuela Superior de Guerra del Ejército del Perú en Chorillos, del 19 al 23 de marzo del 2014.
Convocado por el curador español Octavio Zaya, Jota Castro participará en uno de los ‘project rooms’ de la feria, donde se presentará junto con siete jóvenes artistas peruanos seleccionados. “Estoy muy curioso de lo que harán mis jóvenes colegas”, afirma el artista con un entusiasmo renovado, propio de quien recuerda las largas colas de limeños que pugnaban por ver arte contemporáneo en la edición pasada de Art Lima. “Me dio muchísima ternura. Cuando ves que algo comienza a pasar aquí, te alegras. No todo es desarrollo económico, también empieza a haber cambios culturales”, advierte el artista peruano actualmente radicado en Dublín.
Dejaste un trabajo de funcionario internacional en las Naciones Unidas para dedicarte al arte. ¿Qué te hizo tomar esa decisión?
Tenía 36 años y me prometían un futuro radiante. Me hicieron ver cómo sería mi carrera en Naciones Unidas en los próximos 30 años, y al descubrirlo me sentí miserable. Tenía muchos sueños que no había realizado. Yo no creo en nada, salvo en que tenemos solo una vida. Me di cuenta de que debía abandonar el confort de una posición. Lo que me interesaba era seguir mi sueño. Hacer lo que quería y no lo que la gente pensara que podía hacer. Me fui sin mirar atrás. Era algo que tenía que hacer y no me equivoqué. Pero estaba dispuesto a equivocarme.
Lo curioso es que actualmente, en el Perú, la cultura del confort se ha instalado en la producción artística...
Si un artista empieza a pensar en el mercado, en empezar a gustar, tiene un gran problema. Llegará a hacer algo estético, parecido a lo que ocurre en todo el mundo, pero su obra no tendrá personalidad. Para mí, un artista tiene que hacer lo que en verdad tiene dentro. El manierismo que puede provocar el dinero, el deseo de gustar en el arte peruano es algo que se va a superar con el tiempo, cuando los más talentosos se den cuenta de que lo más importante es hacer una obra y no llenarse los bolsillos.
¿Y cómo ser creativo en una feria, que por definición su primer objetivo es vender?
Es muy interesante: normalmente, en un lugar más equilibrado, son las instituciones las que intentan identificar lo bueno y lo malo. En este país, quizá ves una institución comercial como una feria convocar en su espacio a 20 mil personas, diversas y con curiosidad, para ver arte. Debería suceder ese tipo de cosas en los museos, pero qué importa el orden, si todo empieza a tener un cierto sentido.
Ese orden es el que nos da la idea de progreso...
Claro, ese progreso ocurrirá. ¿Pero cuándo en la historia del país ha habido un orden perfecto? Lo que sucede allí me parece inspirador.
¿Tu presencia en Art Lima promete un discurso más político en esta nueva edición?
Mi temática son los problemas sociales. Lo interesante es que ahora los coleccionistas pueden comprar un trabajo mío y tenerlo en su casa, aunque sea conflictivo, incluso chocante. ¡Antes la gente compraba un cuadro de un pintor peruano porque todos sus amigos lo tenían! Lamentablemente eso sigue sucediendo, pero también hay más gente que busca arte que los inspira a pensar.