Cuando apareció la fotografía para retratar la naturaleza y reproducirla con asombrosa precisión, los agoreros pronosticaron el fin de la pintura. Pero la polarización y el antagonismo pudieron poco ante la inteligente complementariedad de dos maneras de enfrentar el hecho artístico: una heredó el marco rectangular de la pintura, la otra empezó a dibujar según los encuadres que ofrecía el novísimo obturador. Hasta que el noviazgo terminó en el altar: la imagen fotográfica pasó de ser fijada en papel al lienzo y luego a ser coloreada a mano. La fotopintura, claro.
Pesadilla mayor de los puristas pictóricos, desde mediados del siglo XIX comenzarían a circular en Estados Unidos estos cuadros saturados de hiperrealismo. Fracciones de realidad fotografiada que los artistas reproducían con asombrosa precisión. Richard Estes, Chuck Close y Franz Gertsch como precursores de un arte que encontró en el trujillano Jean Paul Zelada (1972) a su replicante nacional desde el 2009, cuando reprodujo a la tripulación del Huáscar posando con el residente Leguía contra el blanco y negro de la historia.
-Silencio y vacío-
“Fotografío paisajes, escenarios y personajes. En photoshop corrijo las perspectivas, aíslo figuras, las introduzco en otros espacios. Cuando estoy satisfecho con la imagen, la dibujo sobre el lienzo y me pongo a pintar con óleo. Todo de manera artesanal. Ocurre que la fotografía me resulta algo plana. Preferiría no definir lo que hago como fotorrealismo, pero me motiva la necesidad de reflejar con cierta exactitud la realidad visual que me circunda”, dice Zelada, cuyo aterrizaje hiperrealista ocurrió con escala en la abstracción.
¿Su idea? Explorar el paisaje urbano en tanto entidad generada a partir proyecciones psicológicas. Como cree que la ciudad es una idea que sustituye a la realidad, esta se convierte en una creación colectiva, antítesis del dominio del hombre sobre la naturaleza. Y cuando une dos paisajes urbanos diferentes, la insólita confluencia de figuras geométricas genera un panorama imposible. Los espacios inhabitados serán, entonces, un paréntesis en medio de la sucesión de estructuras, el silencio necesario que atempera la estridencia citadina. Así justifica "Nadie habita en el vacío", su décima individual.
La componen: un díptico de cuatro metros que yuxtapone —lengua de mar mediante— el Club Regatas con el muelle de La Punta, edificios inacabados en suspenso estético, edificios en dudosa progresión vertical, sofisticadas chicas sin rostro abstraídas por el mar o el tráfago urbano y diez estampas del boom inmobiliario en impresiones transfer, proceso que se consigue adhiriendo la imagen impresa en papel a una tela previamente empastada con acrílico, donde cae como un sello. Si el resultado no es óptimo, será intervenido con pigmentos.
-Universo fotopictórico-
En todo caso, Zelada cubrirá cualquier defecto con los ‘glitch’, recurso artístico que proviene de las sobrecargas de estática y de los errores de código generados en las imágenes de video. En esas fallas técnicas que se cubren con otras fallas todavía más pronunciadas. De manera que todo marche en coherencia con el expresionismo abstracto del alemán Gérard Richter, las desafiantes instalaciones conceptuales del norteamericano Rudolf Stingel o las hiperrealistas esculturas del español Antonio López, sus referentes más cercanos.
Pero la obra rectora parece ser "El caminante sobre el mar de nubes" (Caspar David Friedrich, 1818), cuya monumental gama cromática termina licuando al individuo enfrentado a la inmensidad del cosmos. Y así, entre la gélida belleza del romanticismo alemán y ese embeleso temporal que a veces ocurre cuando uno observa la jungla de asfalto, "Nadie habita en el vacío" termina siendo el encuentro natural entre la máquina fotográfica y un pincel con aroma a óleo y trementina.
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Lugar: La Galería. Dirección: Conde de la Monclova 255, San Isidro. Fechas: del 6 de noviembre al 17 de diciembre. Horario: Lunes a viernes de 11 a.m. a 8 p.m. Sábados de 4 p.m. a 8 p.m. Entrada: Libre.
-Íconos del hiperrealismo global -
Grandes estructuras cristalinas, reflejos distorsionados y átomos acuosos en movimiento componen el universo del norteamericano Richard Estes (82), unánimemente considerado padre del hiperrealismo por la nitidez absoluta de sus imágenes. Su compatriota Chuck Close (80) alcanza similares niveles de precisión en cada pixel de sus retratos. No menos célebres serán el expresionista inglés Malcom Morley (1931 – 2018) y el inquietante escultor norteamericano Duane Hanson (1925 – 1996). Sin embargo, los más jóvenes encuentran que el arte del ilusionista alemán Gerhard Richter (87) alcanza niveles de mayor precisión que el ojo humano.