Pocos saben que, un mes antes de celebrarse el primer centenario de la independencia, el Palacio de Gobierno se incendió. Fue sobre ruinas de los salones aún chamuscados que el presidente Augusto B. Leguía recibiera al cuerpo diplomático internacional que nos visitaba para las celebraciones oficiales.
El catálogo de la más reciente muestra de Miguel Aguirre en la Galería del Paseo, “Aquí no pasa nada”, nos recuerda la anécdota. No se trata de un dato gratuito: de alguna manera, hoy vivimos contemplando el simbólico incendio de nuestras instituciones. La flamígera política que nos mantiene en permanente zozobra. Láminas escolares de presidentes, una pelota de fútbol, las páginas de un libro, el recuerdo de nuestras primeras banderas nacionales: trabajando con elementos cotidianos, Aguirre va tejiendo el presente, el pasado republicano y nuestra vaga idea de futuro. Tiempos inquietos para una exposición que, irónicamente, utiliza como título la retórica acuñada por un inolvidable narrador deportivo.
“[Humberto] Martínez Morosini era muy radical en su expresión”, comenta el artista limeño. “Aunque un partido vaya 0 a 0, hay otras cuestiones a valorar: el planteamiento táctico, la belleza de las jugadas, las ganas de los jugadores. Sin embargo, al final lo que queda en los anales es el resultado”.
— Se parece a cómo miramos la política: esperando el gran gesto o movimiento que venza al enemigo…
Es cierto. Vivimos situaciones tan complejas y dramáticas. Estamos a punto de saber si se adelantan las elecciones o no. Todo lo que ocurrirá dará mucho material para el análisis político, pero también para el trabajo artístico. A pesar de la desazón que podemos sentir, el material de trabajo que nos brindan los políticos es enorme.
— ¿Los políticos desinflan nuestro ánimo tanto como para compararlo con la pelota de futbol pinchada que expones en la muestra?
Mi padre tiene un amigo que cumple condena en el penal de Ancón. Le pedí si me podía ayudar para ingresar una pelota de futbol para que los internos jueguen con ella durante una temporada en el patio multiusos, donde siempre juegan fulbito. Mi intención era darles una pelota nueva con la marca Perú para poder desquitarse con ella y darle de alma. Y lo hicieron. Sabiendo que la pelota se iba a exponer, decidieron firmarla todos, mandando saludos desde el pabellón 2 A del módulo 3. Me pareció una aportación fantástica. Dejaron su huella para reafirmar que se trata de un trabajo en colaboración.
— Política y prisión son palabras muy concretas, pero tu muestra es especialmente conceptual. ¿Cómo estilizas los temas cotidianos para convertirlos en arte conceptual?
La lectura de “Historia de la corrupción en el Perú” de Alfonso Quiroz fue decisiva. Incluso terminó siendo parte de la exposición, al extraer dos páginas del libro y manipularlas en el Photoshop, tachando nombres propios, lugares, compañías, cifras. Al releerlas, nos damos cuentas de que cambian los nombres, los recursos a explotar, las cifras de los sobornos, pero el hecho en sí sigue siendo idéntico. De alguna manera, esta exposición reafirma la tesis de Quiroz: que la corrupción en el Perú no es un fenómeno que ocurre cada cierto tiempo, sino que es algo sistémico, algo connatural al sistema.
— La muestra presenta trabajos en tejido, dibujos, maquetas, pero también la pintura. ¿Un regreso a tus orígenes?
Nunca he dejado de pintar, aunque lo hago cada vez menos a causa de mis problemas oculares. Fui operado de cataratas a principios de año pasado, y está pendiente la operación del otro ojo. Mis facultades para poder pintar han mermado bastante. Pinto solo en horas diurnas, y no demasiado tiempo. No por cansancio, sino porque mis ojos ya no pueden diferenciar tonalidades a determinada hora del día. Lo que hago es fabricar muy temprano todos los colores que voy a utilizar en la jornada. Y lo que hago al pintar es recoger esos colores fabricados e ir depositándolos sobre el lienzo. Confieso que me divirtió mucho hacer el cuadro que presento ahora, “El caudillo”, con una escala total bastante corta.
— La figura ecuestre de un Putin desnudo...
Me hubiese gustado que no se le reconozca tan fácilmente, pero es su gesto lo que le revela como una imagen icónica. Es la figura del populista enérgico que a muchos fascina.