Amancaes, de Mauricio Rugendas, pintor bávaro quien vivió en el Perú entre 1842 y 1845.
Amancaes, de Mauricio Rugendas, pintor bávaro quien vivió en el Perú entre 1842 y 1845.
Héctor López Martínez

En su libro emblemático, Lima, publicado en 1867, Manuel A. Fuentes, reseña: “El 24 de junio, día de San Juan, empiezan los paseos a las lomas de Amancaes, situadas como a media legua de la plaza principal. El sitio es hermoso y agradable; las colinas que rodean una extensa pampa se cubren de verdura sobre la cual se elevan numerosas flores grandes y amarillas llamadas amancaes, y una inmensidad de florecillas de varias clases y colores, y entre ellas la conocida con el nombre de San Juan porque principian a salir en ese día”.

La fiesta de San Juan, en Amancaes, tuvo sus inicios en el siglo XVI y se popularizó a partir del XVII. Ha sido recordada y exaltada por nuestros grandes costumbristas del siglo XIX, Felipe Pardo y Aliaga y Manuel A. Segura. También se ocupó de ella Carlos Prince. Con el tiempo fue decayendo y en 1930, durante el gobernó de Leguía, el 24 de junio se convirtió en “Día del Indio”. En la pasada centuria, en los años 50, una de las composiciones de Chabuca Granda está dedicada a José Antonio de Lavalle quien venía desde El Barranco cabalgando un criollo bere – bere a ver la flor de Amancaes.

Ismael Portal (1863 – 1934), uno de los más notables cronistas de El Comercio en su larga historia, escribió entre 1893 y 1900 más de cien artículos costumbristas que son un verdadero tesoro para quien desee conocer la vida cotidiana en nuestra capital en aquellos años. Obviamente escribió sobre Amancaes y a él nos remitimos en este artículo. “El día de San Juan Bautista, memora, fue para Lima uno de los más alegres del año. Nadie se resignaba a perder el tradicional paseo a Amancaes; las familias se asociaban para organizar el paseíto haciendo los gastos proporcionalmente. Todos los coches públicos estaban tomados con anticipación, y el día de la fiesta andaban los piquines ofreciendo cientos de pesos por un carruaje con el objeto de llevar a su adorada a los Amancaes”.

Los jóvenes formaban grandes cabalgatas donde se podía ver los más hermosos caballos y avíos. Iban luciendo ponchos de lino, sombreros de Jipijapa y finos pañuelos de seda anudados en el cuello. Salían de Lima por lo menos dos mil jinetes “bien sentados, llenos de entusiasmo y con cuatro pesetas destinadas al jaleo”. Ese conjunto de personas, cabalgaduras vistosamente arregladas, coches particulares y de plaza en número considerable, no se sabía de dónde “brotaban”; las carpas que allí se levantaban, ya sea por determinadas familias o por las vivanderas, estaban copiosamente provistas de comida y bebida. Abundaba la causa, cuyes en maní, butifarras de puerco, ceviche de corvina o de camarones. La bebida era magnífica: chicha de jora o cabeceada, cristalino pisco, dulces de toda gama y, como complemento, “buenos tabacos de Ópera”.

Enseguida ¡a bailar!, zamacueca y resbalosa al compás de la guitarra y con dúo, terceto o coro de ambos sexos, pues en aquellos momentos todos querían cantar y … todos lo hacían a maravilla. Un cajoncito, que como cosa perdida se llevaba en el pescante del coche, era el bajo o violón”.

A las seis de la tarde comenzaba el regreso a la capital y poco a poco la pampa se iba despejando. Señoras y jóvenes traían ramos de amancaes. La Alameda de los Descalzos y todo el trayecto hasta la Plaza de Armas estaba atestado, pues muchísimas personas salían al encuentro de quienes habían tenido la suerte de haber disfrutado del paseo. No faltaban, por supuesto, algunos accidentes, caídas del caballo y algunos hombres de las clases populares que por abusar del licor se habían trabado en peleas y llevaban en la cara huellas de los golpes. Por la noche se festejaba a Juan o a Juana y se bailaba “hasta la luz” o, mejor dicho, hasta el amanecer.

Hacia 1898, Ismael Portal, decía: “Las cosas han variado tanto en los últimos veinte años, que ya no conocemos Lima. En el paseo a la Pampa de Amancaes ya no se canta ni se baila al aire libre como lo hacía la aristocracia en otros tiempos, eso sería bochornoso”. Hoy ya no queda nada, ni siquiera la pampa, pues allí se ubica la Urbanización El Bosque, en el distrito del Rímac.

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