Claudia Llosa regresa con este, su tercer largometraje, luego de “Madeinusa” y “La teta asustada”. Sin embargo, “Aloft: no llores, vuela” se distingue por ser su primera cinta hablada en inglés y que se escenifica fuera del Perú, en los bosques y desiertos helados de Canadá, además de contar con tres estrellas internacionales –Jennifer Connelly, Cillian Murphy y Mélanie Laurent– en los roles principales.
El primer rasgo que habría que apuntar, en la filmografía de Llosa, es el protagonismo de las mujeres. En este caso, Nana Kunning es una artista y curandera naturista (Connelly), también madre de dos hijos, que debe lidiar con la enfermedad de uno de ellos. Sin embargo, en esta cinta adquiere, también, notoriedad especial Iván (Murphy), primogénito de Nana, quien, ya adulto, trabaja como entrenador de halcones.
La cinta se convierte en el montaje de dos historias en paralelo. Ellas terminarán confluyendo a partir de un hecho trá- gico, que explica el origen del distanciamiento entre madre e hijo. Llosa se interna, entonces, en una forma diferente de narrar, entremezclando pasado y presente, aunque sin predominancia de ninguno de los dos. Característica que propicia una dinámica de relecturas constantes y una poética de fantasmagoría y misterio, en la que el tormento de Iván se hace más intenso.
Llosa también acusa un cambio de estilo: su mirada era antes fija y contemplativa; ahora, su cámara se pega a los rostros y cuerpos de sus personajes, lo que le ha dado a sus criaturas una mezcla de vitalidad e intimidad mayor. Sin embargo, también son ostensibles la falta de precisión y contundencia –que sí tenían sus cintas anteriores–. Y es que muchos momentos se vuelven predecibles, como la relación entre Iván y la reportera fascinada por su caso –interpretada por Mélanie Laurent.
Lo que se ha ganado en lirismo y sensualidad –a lo que contribuye también la fotografía y el sonido, siempre en búsqueda de paisajes abismales o de las crepitantes atmósferas del Ártico– se ha perdido en visceralidad. Crudeza que se hace presente solo en los primeros minutos, cuando Nana, con el propósito de asistir el parto de una cerda, introduce su brazo en el vientre del animal, para luego, a través de un corte directo, tener sexo con un compa- ñero de labores.
Si el filme no termina de balancear bien sus elementos, no deja de distinguirse por las relaciones simbólicas y metafóricas, que se sugieren con amplitud, y por su dirección de actores. Definitivamente, “Aloft: no llores, vuela” aprovecha al máximo el talento de esos dos estupendos actores que son Connelly y Murphy, quienes sintonizan bien en un registro contenido pero sufriente y, por momentos, desgarrador. Sus rostros delínean un carácter noble y agreste, y cargan con una tensión que, a veces, parece encarnarse en las visiones de la naturaleza que los rodea.
Finalmente, hay algo más que podemos decir a favor de “Aloft…”, que, a pesar de ser una película ambientada en Canadá y de habla inglesa, muestra todo el universo de su directora, reconocible de principio a fin: la naturaleza como escenario del drama con todo su ciclo naturalista y circular que une la vida a la muerte; el predominio de creencias míticas, pulsiones e instintos –maternales, sexuales, animales–; así como la parábola central, que se resuelve en una especie de redención espiritual.