Crítica de cine: "Balada del hombre común"
Crítica de cine: "Balada del hombre común"
Redacción EC

Hay un fantasma que recorre “Balada del hombre común”. En realidad,  recorre el cine  de los hermanos Coen en general: el fracaso. Un espectro que acecha, que está ahí, que molesta y perturba a Llewyn Davis (Oscar Isaac), un músico que lo único que quiere hacer es componer y cantar ‘folk’, un género desprestigiado en la escena musical de 1961. Nadie quiere escuchar ‘folk’, excepto Llewyn. Él no tiene plata ni donde dormir, pero ahí está, presente, incapaz de ceder ante su convicción.

Los hermanos Coen vuelven a delinear un personaje perdedor, como lo hicieron en “Sangre simple”, en “El Gran Lebowski”, en “Sin lugar para los débiles”. Aquí, es Llewyn.  Pero lo interesante del planteamiento es que los Coen no fuerzan la desgracia ni acumulan mil infortunios encima del pobre personaje, sino que el malestar aparece como algo natural, como un elemento más de la vida del personaje, como si fuera algo tan común como él como respirar o, en su caso, cantar.  Y es justamente esa naturalidad la que da espacio al humor, a que lo cotidiano nos sorprenda incluso en los momentos más desesperados.

Mucha gente pone reparos al cine de los Coen justamente en lo que a la crueldad contra sus personajes se trata. Se dice que los cineastas los manipulan y tiran toda su misantropía encima de sus protagonistas. Pero si hay algo que no siente en “Balada…” es que exista una manipulación o un ensañamiento hacia el personaje: por el contrario, la historia derrocha cierta calidez, quizá porque la rebeldía de Llewyn hacia ese mundo que no lo entiende tiene algo de complicidad con el espectador. Como las mejores historias de perdedores, la película permite que nos identifiquemos con la insatisfacción del personaje, que la compartamos.

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