Cuando en mayo del 2011 falleció el reconocido antropólogo peruano , algo dentro de su hermano menor, el cineasta Felipe Degregori, se rompió irreversiblemente. “Desde ese día no he podido sentir nada. No he podido llorar”, contaba Felipe en el documental “Todos somos estrellas” (2017), que retrataba el lento descenso del director de cine hacia los abismos de la depresión.

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“Felipe era una persona llena de claroscuros, de zonas grises –cuenta a El Comercio Patricia Wiesse, quien dirigió el documental que tuvo a Degregori como protagonista–. Por un lado era naturalmente bondadoso, dulce, pero también tenía un lado muy autodestructivo”. Esa compleja personalidad llevó al cineasta a abandonar casi todo contacto con el mundo: se aíslo primero en un pequeño cuarto en el Rímac, lejos de su familia; pasó luego por hogares de reposo de la Beneficencia; amaneció un día en la cama de un hospital, sin saber cómo llegó hasta allí.

Y el desenlace de esa espiral trágica tuvo lugar la madrugada de ayer, viernes, cuando , en Villa María del Triunfo. Al parecer llevaba varios días fallecido, sin que nadie se percatara del hecho.

“En una escena del documental él llega a decirme que si se moría, probablemente pasarían dos o tres días y nadie se daría cuenta. De alguna manera, él ya sabía adonde lo conducía la vida”, explica Wiesse Risso. “Por eso su muerte me da muchísima pena, pero en cierta forma no me sorprende”.

LENTO APAGARSE

Degregori Caso nació en 1954 e hizo estudios audiovisuales en Moscú en la década del 70. Su primer largometraje, “Abisa a los compañeros” (1980) relata los planes de un grupo de guerrilleros extranjeros que buscan apoyar a una sublevación en Cusco. La película fue elogiada por el frenetismo y buen ritmo de sus escenas de acción, que daban cuenta de un cineasta de gran habilidad.

Su carrera, sin embargo, fue esporádica. Recién en 1993 consiguió estrenar su mejor película, una comedia: “Todos somos estrellas”, que contaba la historia de una familia de escasos recursos en la aventura de participar en un programa concurso de la televisión. “Esa es una película a la que incluso le tengo afecto personal”, afirma la crítica de cine Leny Fernández. “Me gusta mucho la manera tan realista y cercana en que Degregori retrata a una porción de la sociedad peruana con la que muchos nos podíamos identificar. Y lo hace sin caricaturizar a la pobreza, algo que suelen hacer muchas comedias”.

Paradójicamente, Degregori se jugó demasiado con dicho filme. Como él mismo confesó, invirtió gran parte de sus ahorros en la película, que por desgracia no tuvo un buen desempeño de taquilla. Ese fue un primer golpe en una trayectoria –personal y profesional– cada vez más irregular. En el 2000 estrenó otro largo de ficción, “Ciudad de M”, mucho menos lograda que sus anteriores producciones; y después filmó algunos documentales como “Peces de ciudad” (2007) o “Translatina” (2010).

Lo que vino después, ya está contado. Pero no deja de ser frustrante que el indiscutible talento de Degregori se haya perdido por un cúmulo de factores, entre ellos la indolencia de un Estado que les suele dar la espalda a sus creadores. “Su depresión también fue causada por la ingratitud de un país que no protege a sus artistas –agrega Leny Fernández–. Es un caso más de la tragedia del Perú, donde mentes maravillosas desaparecen por abandono”. Ojalá por fin descanse en paz.

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